He sido cuidadoso cuando me preguntan sobre las decisiones de quedarse o
emigrar. Ese es un tema personal y cualquier acción es respetable.
Nadie puede criticar una decisión de ese tipo, pues todas las personas
tienen derecho a buscar la felicidad ahí donde piensan que esta o tienen
el derecho de huir de un peligro inminente.
Así
mismo, es legítima la decisión de quedarse, pese a los peligros. Nadie
puede ser criticado por tratar de mantener sus negocios e inversiones,
sus relaciones familiares y de amistad o defender sus derechos en casa y
lo mismo aplica para los líderes políticos. Es injusto pretender que
alguien, amenazado por el poder, tenga que quedarse físicamente en el
campo de batalla y asumir el riesgo de ser apresado e incluso cosas
peores. Y por supuesto que esos políticos en el exterior, igual que
cualquier venezolano emigrante, tienen derecho a participar en el
rescate de la democracia y la libertad e incluso a la crítica de aquello
que considera inadecuado para resolver los inmensos problemas y retos
que se nos presentan. No podemos pretender rescatar la democracia
cohartando el derecho a debatir, exigir, proponer y criticar. Es parte
fundamental de la libertad y nadie pierde ese derecho por estar fuera,
pues la búsqueda del cambio es también la lucha por el regreso a su
tierra.
Pero ese derecho tiene que asumirse
con sindéresis, racionalidad, inteligencia y respeto. No hay varias
oposiciones, hay una sola, con diferentes visiones y opiniones, líderes y
propuestas, pero con un objetivo común, que está muy por encima de las
diferencia naturales (y respetables) en el ser humano.
Nada
puede ser superior al objetivo de cambio político que merece y pide a
gritos una mayoría contundente del país y que tiene que servir de
amalgama para las diferentes corrientes políticas dentro de la
oposición, aunque tengan diferentes formas de pensar. La batalla es
contra el adversario común y no contra los aliados que piensan distinto.
Las fuerzas políticas y líderes opositores que dedican su esfuerzo y
tiempo a atacar, denigrar y calumniar a otros líderes opositores por
pensar o actuar distinto, sólo muestran su absoluta incapacidad de
enfrentar a su verdadero enemigo, que por cierto, es el mismo que el de
sus atacados, logrando únicamente encharcarse en su propio veneno.
Por
supuesto que todos tienen derecho al desacuerdo y a la crítica, lo que
no tienen es derecho al ataque virulento y a las técnicas bajas y
rastreras, que se usan para desprestigiar a los competidores internos o a
los adversarios circunstanciales, con una carga evidente de celos. Un
ejemplo claro de eso lo vemos en los ataques recientes a Juan Guaidó,
provenientes de algunos segmentos opositores radicales. No es una
crítica de altura, que reta sus estrategias o posiciones. Yo mismo tengo
varias críticas que puedo discutir cuando quieran. Pero me refiero a
los ataques sucios que indican que este líder, que lucha en Venezuela,
asume riesgos personales y familiares, que puede ser apresado en
cualquier momento o incluso atacado en sus visitas por todo el país es,
según sus refinados detractores internos, un cobarde y un
colaboracionista.
Y entonces quiero usar una
analogía que me resulta muy gráfica: Dos amigos son atacados en su casa.
Uno decide enfrentar al atacante, asumir los riesgos, batallar donde se
puede y negociar cuando conviene, todo a la vez. El otro sale fuera y
grita para pedir auxilio (un acto por cierto importante y necesario).
Solicita que alguien más resuelva el problema. Todo bien hasta ahora.
Pero lejos de buscar la alianza con el de adentro, decide acusarlo de
cobarde, cuando cree que le conviene. ¿Qué puedes pensar de esto? En mi
pueblo dirían: Vete al c…