¿Y si no son sanciones, qué? por Luis Vicente León
LUIS VICENTE LEÓN
Entiendo y comparto el sentimiento de quienes exigen un cambio político.
Pero ese deseo necesita acciones inteligentes, no sacrificios inútiles.
Lo
que ha demostrado la aplicación de sanciones generales a regímenes
autoritarios, es que lejos de sacarlos del poder los apuntalan, mientras
empeora la situación que ya viven esos pueblos, originadas por el
primitivismo y la corrupción de sus gobiernos.
Basta
con mirar la experiencia de Cuba, sancionada por varias décadas y la
revolución ahí. Las primeras sanciones a Corea del Norte fueron al
abuelo del dictador actual, y la dinastía ahí. Irán las recibió a la
caída del Sha de Irán, cuando Farah Diva era todavía una hermosa moza y
ahí están.
Sin ir tan lejos, las sanciones
generales aplicadas al gobierno de Venezuela: ¿qué cambio han generado
en la relación de poder político interno en estos nueve meses? Aunque
suene crudo y me gustaría decir algo distinto, la respuesta es nada.
No
se trata de una crítica abstracta o ideológica, pues si las sanciones
generales estuvieran funcionando y se hubieran convertido en el factor
clave que elevara el poder de negociación de la oposición, para
presionar a la revolución a negociar una salida pacífica a la crisis, yo
sería el primero en respaldarlas, incluso a costa de los sacrificios
que representan, pues entiendo perfectamente que no hay solución sin
entregas. Pero es obvio que esa vía no resuelve el problema, sino lo
empeora y no es teoría, lo estamos viendo en la aceleración de la
crisis, en el cierre de empresas y servicios que huyen ante el temor de
las sanciones, en la sobrerreación de la banca internacional frente a
venezolanos comunes, a quienes cierran cuentas aunque no tengan
vinculación al Estado, al impacto retruque de la caída de los ingresos
petroleros, que sin duda financiaban corrupción, pero también servicios,
infraestructura, alimentos y salud, hoy mucho más deteriorada.
Decir
que aunque las sanciones no saquen al gobierno “es mejor sancionar que
no hacer nada” parte de un error dramático. No es verdad que sea mejor
castigar también al pueblo, sabiendo que no resuelves el problema, pero
que si le empeoras su vida. Es pedir un sacrificio inútil y absurdo. Es
una posición injusta e inaceptable, típica de quienes ven ese sacrifico
desde afuera, sin que los afecte a ellos y a sus hijos. Es una posición
morbosa, que termina justificando que se castigue a un pueblo, ya
suficientemente castigado, para tener al menos el fresquito de que algo
pierden también los malos. Lo que no se dan cuenta es que ellos pierden
mucho menos que el pueblo y el país y ganan en cambio más poder. Pero el
segundo error es pensar que rechazar las sanciones significa pedir que
no se haga nada. Claro que hay que hacer, pero se trata de articular
internamente a la oposición, fortalecer la capacidad de la población
para defender sus derechos adentro, fracturar a los adversarios (para lo
son mucho más eficientes las sanciones personales, inocuas para el
pueblo) y construir una oferta integral de garantías de poder,
integridad personal y familiar y recursos económicos a las elites
dominantes, civiles y militares, que realmente puede presionar a
negociar una salida electoral, la única que realmente puede conducirnos a
una salida estable y en paz. Como verán, la alternativa a las sanciones
no es la cobardía, que usualmente mira todo desde lejos, sin tocar y
sin arriegarse, lejos del campo de batalla o del sacrificio. Es la
valentía que exige luchar y negociar ahí, adentro, donde se puede ganar o
perder, pero donde sin duda hay que estar para entender. Buen discurso
el último de Guaidó en la Asamblea Nacional, pues se orienta exactamente
al corazón de este tema.