El Nobel más esperado es el de literatura, porque el resto mueve gente e
interés mediático, pero nunca como aquél. El jueves 10-10 anunciaron
los dos premios, 2018 y 2019, y los conocía de oídas, más por sus
posiciones políticas que por sus obras, que por cierto no se hallan en
español (o no llegaron jamás a estos predios planetarios). Extraño
suceso, ya que si tenían estatura para Nobel alguna editorial de lengua
española debió interesarse por ellos hace tiempo. Anagrama ha anunciado
la inmediata publicación de una novela de la polaca Olga Tokarczuk y no
precisamente (lucubro) por ese ojo clínico que suele adjudicárseles a
algunas casas editoriales, sino porque la información, que se supone es
de estricta confidencialidad, se cuela (o se pasa de manera deliberada).
De Peter Handke sé muy poco, aunque ya aparecen detractores por su
amistad con el tirano Milosevic, lo que debió incidir en la decisión por
ese hálito ético del que siempre ha echado mano la Academia para
negarse frente a un postulado, aunque no se la aplicaran ellos mismos
(me refiero a la ética), habida cuenta del enorme escándalo de tráfico
de influencias y de acoso sexual que obligó a la renuncia en masa de los
académicos, y que hizo postergar la decisión del Nobel de Literatura
2018 por un año. Por cierto, nos lo recuerda en un tuit el escritor
venezolano J.C. Méndez Guédez, que por razones “éticas” (“esa es la
explicación que daban”, acota el autor) no le fue concedido el Nobel al
“incomparable Borges”, y califica la concesión a Handke, pese a su
amistad con Milosevic, como “Menudo patinazo…”.
La
concesión de premios es subjetiva (líneas arriba recordé el escándalo en
la academia sueca, por nombrar solo uno), pero es cierto que dispara la
carrera a niveles insospechados, que es el anhelo de todo escritor: ser
leído por multitudes y que su obra sea llevada a otras lenguas. Sin
embargo, hay decenas de premios Nobel, de premios Cervantes, etcétera,
que ya fueron olvidados, y sus obras han quedado como simples entradas
de diccionarios. En contraposición a esto encontramos autores, como el
propio Jorge Luis Borges, que alcanzaron la inmortalidad y no
precisamente por el tráfico de influencias, sino por su calidad y a
costa de un esfuerzo muchas veces sobrehumano. Claro, no voy a pretender
hacer una regla de esto, ya que sería un absurdo, porque Borges hubiese
deseado ganar el Nobel, y de hecho fue postulado muchas veces al
extremo de tomar el asunto como un chiste, pero le fue negado
presuntamente por haberse dejado condecorar de Pinochet, y por sus
posturas políticas.
Extraña, eso sí, que
dentro de la reseña que lanzaron los medios internacionales de los hoy
flamantes Premio Nobel, aparezca casi de primero su postura en el
espectro político. Por ejemplo, de la polaca se exalta que sea militante
de las izquierdas y de su oposición acérrima a la extrema derecha. Me
pregunto: ¿es un premio a la obra literaria o a la postura política? ¿Si
la autora fuese de derechas se lo hubiesen concedido?
Valdría
la pena que algún tesista en letras hiciese un estudio en el que
determine la relación entre la filiación política y la concesión del
Nobel de Literatura a lo largo de la historia del codiciado premio, y a
modo de hipótesis o de supuesto le planteo que la balanza posiblemente
se incline por las izquierdas. ¿Más escritores de izquierdas que de
derechas? ¿Más académicos suecos de ese lado del espectro político?
Ya el caso de la concesión a mujeres, ni hablar, es emblemático.