Comencemos por reflexionar si estamos concientes acerca de cuánta
energía desperdiciamos y/o desaprovechamos a cuenta de un consumismo
anárquico, según el poder adquisitivo de cada quien, que azuza la
publicidad; hábitos de consumo sobre necesidades creadas, que sería muy
conveniente reducir a objeto de convertirnos en usuarios eficientes de
energía, no rayana en una tacañería personal, pues a diario surge la
producción de todo tipo de bienes de consumo masivo con la imposición
de “consumirlos” rápidamente, a ¡precios promocionales! y capacidad de
poder reponerlos, fácilmente, al consumirse, desestimando un reciclaje
posible a fin de contribuir con la sostenibilidad del planeta, en pro de la
eficiencia energética, que no es otra cosa sino la relación entre los
beneficios obtenidos y los recursos energéticos empleados para su alcance,
cuyo concepto se analiza mediante el criterio de intensidad energética
(Energía/PIB), equivalente al cociente entre el consumo energético de una
economía y su PIB o cantidad de energía necesaria para producir un
PIB/unidad en la misma.
Sin embargo, pese a la importancia de mejorar la eficiencia energética para
los objetivos de sostenibilidad económica y medioambiental, la cual podría
contribuir, específicamente, a la lucha contra el cambio climático, así como
a la mejora de la seguridad energética y de la competitividad, alternativa
planteada por algunos gobiernos, como catalizador del crecimiento
económico y la ocupación, cuyos patrones de producción y consumo
compatibilicen con el desarrollo económico y socioambiental, al satisfacer
las necesidades energéticas de las generciones actuales sin comprometer
las disponibilidades de las venideras para atender sus necesidades .
Isaimar@gmail.com