¿Se puede decretar la recuperación del salario? por Luis Vicente León
LUIS VICENTE LEÓN
Volver a analizar otro decreto de aumento salarial (el tercero de este
año y el quien sabe cuántos de este gobierno), sin que esté enmarcado en
algún cambio integral o modelo racional que haga pensar en la
posibilidad real de rescatar la confianza, evidentemente pérdida, y
restablecer los equilibrios económicos en Venezuela, se convierte en un
ejercicio repetitivo, fastidioso e inútil, pues queda más que claro que
el resultado de este nuevo intento (que no es tan nuevo) será el mismo
obtenido todas las veces anteriores... pero cada vez peor. Esto no tiene
absolutamente nada que ver con el derecho evidente de la población
venezolana a recibir incrementos salariales en medio de una crisis
perversa que pulveriza su capacidad de compra en bolívares y también el
acceso a bienes en Venezuela teniendo, generando o recibiendo divisas
del exterior, pues el crecimiento de los precios internos es
“políglota”.
Obviamente que pasar de un salario
mínimo de tres dólares a uno de quince dólares (salario integral que
incluye el salario mínimo mas los beneficios de ticket alimentación, los
cuales por cierto no reciben los pensionados). Es menos malo para
alguien dramáticamente empobrecido. El tema es que su situación, con el
nuevo salario, sigue siendo mala, vulnerable y penosa como antes de
recibirlo. Que este aumento “pírrico” no resuelve su vida. Que sin
atender la causa de la inflación, entre ellas la falta de confianza en
las autoridades monetarias y políticas del país, el camino del salario
nuevo sería el mismo que el del viejo: caerá estrepitosamente en breve
sin que nada, ni nadie pueda pararlo. Y lo interesante es que la gente
lo sabe, por lo que ni siquiera se produce la típica ilusión monetaria,
que luego se convierte en decepción. Ese es un sentimiento hoy en día
prepagado.
Podemos dimensionar el drama de los
venezolanos considerando que este nuevo salario, recién establecido
(aunque de forma extraña y poco clara), ni siquiera puede anunciarse con
bombos y platillos populistas, pues representa el salario mínimo más
bajo de América Latina, incluyendo Cuba y Haití y uno de los salarios
más vergonzosos del mundo. No tiene sentido un debate sobre el impacto
de este aumento salarial en la inflación interna, pues la verdad es que
la mayoría del sector privado venezolano ya está ubicado muy por encima
de este nuevo salario mínimo, pues de lo contrario es imposible retener
personal, que pagaría más por el transporte a su puesto de trabajo, que
lo que recibe como compensación salarial y, aunque en el sector público
si hay un impacto sobre un porcentaje importante de los trabajadores (y
por ende un efecto fiscal), esté sería el mal menor que alimenta la
brutal crisis inflacionaria que vive el país y que no está ni cerca de
pararse.
Nada de esto se resuelve con
sanciones, ni discursos diplomáticos encendidos, ni amenazas increíbles
que, al pasar el tiempo quedan desnudas y pulverizan las esperanzas de
la gente. Tampoco con decretos sucesivos de aumentos salariales que ya
no pueden ni cacarearse porque nadie cree en ellos.
No
se trata entonces de lo que están haciendo con el aumento salarial, que
después de todo es una acción indispensable, sino de lo que no se está
haciendo para resolver la crisis política, económica y social del país,
que requiere cambios profundos, que la mayoría de los venezolanos exige
con urgencia, y que incluye la posibilidad de regresar al pueblo su
derecho a elegir libremente gobernantes capaces de atender los problemas
del país y sacarlo del barranco donde lo llevaron. Y eso seguramente va
pasar, pero parece que después de agotar todas las estupideces previas.