El sistema multilateral de comercio se encuentra
bajo presión. La combinación de discursos populistas que llaman a preservar la
seguridad de las naciones, el regreso de medidas proteccionistas y los
sucesivos los conflictos comerciales que estas generan, están debilitando el
marco institucional que ha sustentado el comercio internacional desde la década
de 1970.
Todo indica que esta presión continuará en la medida
que el entorno de la economía internacional continúe vulnerable. Esta
vulnerabilidad se debe, entre otras cosas, a: 1) la posibilidad de que
continúen y se acrecienten los desequilibrios macroeconómicos mundiales, entre
ellos el desbalance comercial de Estados Unidos, el excesivo ahorro de los
países de Asia, y el elevado endeudamiento de los países latinoamericanos; 2)
las crecientes disparidades de ingresos dentro de las economías avanzadas que
están impulsando los sentimientos antiglobalización, estimulando discursos
nacionalistas y promoviendo medidas proteccionistas; 3) la gran carga
presupuestaria que representa el elevado envejecimiento de la población en
muchos países; y 4) la profundización de la guerra de divisas en la economía
mundial que, por un lado, ante el continuo uso del dólar aumenta el impacto de
las sanciones comerciales y financieras impuestas por los Estados Unidos, y por
el otro, la sucesiva aceptación del renminbi incrementa la vulnerabilidad de
los países que acceden a financiamiento otorgado por China.
En este panorama, se hace necesario repensar la
política comercial tradicional para evitar que se siga utilizando para
alimentar la nueva ola populista evidente en la economía mundial. Ello implica
dejar claro que el comercio no es la causa principal de la diferencia de
ingresos entre los países, ni la única vía para la recaudación de recursos con
el propósito de atender asuntos sociales y ambientales; a la par que se atiende
a quienes pierden con la apertura comercial debido a la concentración de costos
y desigual distribución de ganancias.
Todo esto exige que la política comercial y su
enfoque de apertura se ubiquen con mayor prioridad en el marco de la política
interna de los países. Las medidas gubernamentales a favor del libre comercio
no se deben plantear solo en el marco de la diplomacia internacional, deben ir cónsonas
con las políticas económicas domésticas para garantizar la movilidad de los
trabajadores y del capital desde regiones donde la economía decrece a lugares
donde se expande. Para ello, la política comercial se debe complementar con
políticas economías a favor del desarrollo de eficientes mercados laborales, y la
consolidación de sistemas educativos donde se atiendan las necesidades
cambiantes de formación.
Esta nueva forma de actuar preparará a los países a los
retos por venir, que atendidos de manera aislada pueden incrementar el discurso
populista y las medidas proteccionistas. Así, se podrá, por ejemplo, abordar la
transición digital que hoy vive el mundo avanzando hacia un equilibrio entre privacidad
y disponibilidad de datos mediante decisiones de regulación de las plataformas
digitales cónsonas con las políticas económicas domésticas.
De esta manera, la reactivación de la cooperación
multilateral en el comercio pasa por contextualizar el interés doméstico con el
internacional mediante políticas económicas interconectadas. Solo de esta
manera la liberalización comercial no estará alejada de las realidades
políticas nacionales, se dirigirá en un contexto de buena gestión económica
interna y se usará para aumentar los beneficios del comercio mediante una mejor
asignación de recursos y una mayor productividad interna.
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