Una
característica poco común en los hombres públicos es el dar a conocer su
personalidad más íntima, cotidiana, pues el ejercicio de sus funciones los
convierte en “maestros” sin que se tenga oportunidad de descubrir, la cara
oculta, la verdadera, la que le da sentido y razón de ser a sus actuaciones. Es
decir, para llegar a ser líder, conductor de masas, se requiere un largo
período de gestación, crecimiento y maduración. Hay que ser primero
“discípulo”, aprendiz al lado de otros y de circunstancias externas, que
configuran la verdadera personalidad de quien sobresale y guía a otros en el
variopinto escenario de las realidades sociales. Hay líderes que deslumbran, atraen
y seducen, pero sus frutos, a la larga, han conducido a muchos pueblos a la
ruina. Sobran ejemplos en el liderazgo mundial de la última centuria.
Una de las
originalidades de Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco, que desconciertan
a muchos y entusiasman a la mayoría, es que a través de sus gestos y
actuaciones, más que un conductor se convierte en compañero de camino, en un
igual a los otros, porque no pretende imponer sino llamar al discernimiento, a
esa capacidad del ser racional de encontrarle sentido a la vida y a la vocación
a la que cada uno se siente llamado. Así lo expresó en la Exhortación “La
alegría del Evangelio”, al afirmar: “no creo que deba esperarse del magisterio
papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan
a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los
episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se
plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar
en una saludable « descentralización»” (n.16).
En este
diciembre del 2019, Francisco nos ha sorprendido con dos intervenciones que
ponen al descubierto, una de las cualidades inherentes a todo hombre religioso:
testimoniar con sus actos, aquello que le da vigor y fuerza a su personalidad
interior. Estos gestos valen más que mil palabras. En el silencio del corazón
se vive y se expresa aquello en lo que se cree y espera. Más pendiente de las
periferias y de los poco tomados en cuenta, se apareció el Papa el 1 de
diciembre en la pequeña población de Greccio. Allí San Francisco soñó y
construyó la primera manifestación plástica del misterio de la encarnación. Fue
el primer pesebre que cundió hasta nuestros días en las bellas y originales
representaciones de los nacimientos decembrinos.
El Papa nos
regala su “meditación”, su contemplación llena de ternura y sencillez sobre el
significado y el valor del Belén. Sale a relucir su herencia latinoamericana y
su ancestro italiano que ha hecho de esta bella tradición, la expresión de la fe
sencilla y encarnada. “El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo
cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del
acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la
encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría”. “Es realmente un
ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para
crear pequeñas obras maestras llenas de belleza”. “En realidad, el belén
contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos
a nuestra vida cotidiana”.
“La preparación
del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en
Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y
meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el belén nos
ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos
implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento
que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales”.
“Tenemos la costumbre de poner en nuestros belenes muchas figuras simbólicas,
sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la
del corazón. Ellos también están cerca del Niño Jesús por derecho propio, sin
que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres
a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los
privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de
reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros”.
“El belén forma
parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la
infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a
sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con
nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel
Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la
felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia
sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias”
a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos”.
El segundo
regalo de su interioridad contemplativa nos la dio el Papa el 13 de diciembre,
50 aniversario de su ordenación sacerdotal y fecha en la que fueron presentados
en Roma los 5 volúmenes de los escritos del jesuita Ángel Fiorito, su formador
y padre espiritual, de los que Bergoglio quiso escribir su presentación que se
me antoja, es más una confesión de su itinerario formativo y un gesto de
agradecimiento, pues en varias ocasiones señala el Papa que varios de los
puntos centrales de su pontificado tienen una buena dosis en lo que aprendió de
su maestro Fiorito.
Lo evoca como un
maestro del diálogo, hombre de poco hablar pero con gran capacidad de escucha.
El discernimiento, uno de los puntos clave de la espiritualidad jesuítica, le
enseñó a desconfiar y eliminar las ideologías “despertando la pasión por
dialogar bien, con uno mismo, con los demás y con el Señor”. Señala fechas
claves que coinciden con las del Vaticano II, en las que comenzó a ganar
confianza con algunos autores, como Rahner, que serían fundamentales para él
más adelante. Un “buen maestro” que, además, “siempre buscó los signos de los
tiempos” y que siempre estaba “atento a lo que el Espíritu le decía a la
Iglesia”. Asimismo, el Papa ha subrayado que los escritos de Fiorito “destilan
misericordia espiritual: enseñanzas para los que no saben, buenos consejos para
los necesitados, corrección para los que cometen errores, consuelo para los que
están tristes y ayudan a preservar la paciencia en la desolación”.
En este apretado
florilegio, expurgado de dos largos escritos, descubrimos al hombre de oración,
de contemplación serena del evangelio de Jesús que lo invita a ser misionero y
discípulo, antes que maestro, y nos hace ver con precisión que sin auténtica
vida interior no se puede pretender ser portador de buena nueva, sino
autoreferente de sí mismo, lo que no alimenta sino indigesta.
53.- 31-12-19
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