Desde finales del siglo pasado el escritor portugués José Saramago
publicó sus diarios, a los cuales les dio distinta denominación: Cuadernos de Lanzarote, El cuaderno y El último cuaderno (obra póstuma). El reconocido autor escribió en su blog hasta
poco antes de su muerte y nos legó un pensamiento sobresaliente, que si
bien iba a contracorriente de lo que la mayoría de autores de Occidente
formulaba en torno de la dinámica mundial en todos sus órdenes
(político, económico y social), no dejó de ser un aporte sustancial,
inteligente y original a las letras universales.
Para nadie es un
secreto su militancia comunista que lo llevó a defender con fuerza a
regímenes como los de Cuba, sin embargo, en muchos de sus textos dejó
constancia que aquello respondía más a una idea un tanto “juvenil” y
utópica de las revoluciones de izquierda, que a una auténtica convicción
política e ideológica, ya que fustigó con dureza los exabruptos y los
crímenes cometidos por quienes han usufructuado el marxismo-leninismo a
lo largo de la última centuria. Su visión comunista es si se quiere
“romántica”, ya que enarbola principios y valores que son mera teoría
(impecable, por cierto) ya que en la práctica ha devenido en miseria,
atraso y corrupción.
El pensamiento de Saramago es crítico e
incisivo, y busca auscultar los signos de su tiempo histórico e incidir
con su pluma en los cambios que anhela. Empero, en sus diarios nos
muestra con sinceridad que a pesar de tener muy claro lo que hay qué
hacer en un mundo con desigualdad, reparto injusto de oportunidades y
terribles atrocidades, su cosmovisión, traducida en ideario, es
desoladora y raya en el pesimismo. El equilibrio entre sus sueños y su
intelecto no deja espacio para el engaño: el mundo está enfermo y no
tiene salvación.
Para Saramago la literatura fue su oasis: se refugió en ella e hizo de sus libros trincheras desde las que denunció al establishment:
iglesia, poder político y capitalismo, pero sintió en carne propia los
rigores de sus posiciones extremas. Por su sensibilidad autoral recibía
cada una de las afrentas de sus enemigos y de muchos de sus lectores con
un estoicismo no exento de ironía, pero quienes lo leemos entrelíneas
percibimos en sus reflexiones y comentarios las heridas recibidas,
aunque con un aparente ropaje de inmunidad.
Echó mano el autor,
no sólo de la narrativa (cuento y novela) para mostrarnos su mundo
interior y combatir por sus ideas, sino fundamentalmente del ensayo. En
este sentido, son sus diarios la auténtica atalaya de un hombre que no
dio descanso a su alma para gritarle al mundo su inconformidad, su
náusea frente a la estulticia de los poderosos, su asco por las mentiras
que son propaladas como verdades irrefutables y ante las cuales
millones de personas ponen rodilla en tierra creyendo estar ante lo
inevitable e inconmovible.
Lógicamente, al estar Saramago en el
extremo del espectro político esto lo coloca en una posición difícil de
conciliar (de equilibrar), sin correr el riesgo de caer en la ceguera de
algunos de sus personajes ante los hechos y las circunstancias. Muchas
veces entró en contradicciones, erró en los cálculos y todo esto trajo
consigo enconados detractores y furibundos debates sobre su persona y su
obra.
Los diarios desnudan a Saramago para la posteridad y dejan
sentado que fue un escritor rompedor de esquemas y un pensador honesto,
aunque a cada instante su ideario se vea vapuleado por los mentís de
una realidad que hace trizas su vieja utopía política.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com