Cuando todo esto termine la
humanidad tendrá por la fuerza de las circunstancias que repensar su
destino. Esta pandemia y todos sus bemoles (social, sanitario,
económico, desarrollista, etcétera) nos obligan a reflexiones
filosóficas, a plantearnos serias interrogantes, a redimensionar nuestra
existencia. Tal es la dimensión compleja de todo lo que hoy nos sucede,
que no podríamos despachar luego el asunto con la simple certeza de que
todo se acabó y a continuar como si nada. El punto de inflexión marcado
en todas las civilizaciones es como para detenerse a pensar causas y
consecuencias.
Desde hace varias décadas muchos pensadores de
importancia (y de distintas posiciones en el espectro político) han
alertado a la humanidad de los peligros que se corren de continuarse con
el modelo de desarrollo planteado desde hace ya un largo tiempo. La
ambigüedad desarrollo-destrucción del planeta no es cualquier cosa,
sobre todo si vemos con interés todas las graves derivaciones que su
puesta en marcha ha traído consigo. Hemos depredado la naturaleza sin
reparo alguno y ya el planeta nos está mandando claros indicios de
agotamiento. La auto-eco-organización nos ha salvado de una hecatombe,
pero es tal la cantidad de daños causados a los recursos naturales y en
general a la biodiversidad (incluyendo al ser humano, por obvio), que la
capacidad de respuesta del mismo luce peligrosamente exánime. En otras
palabras, nuestro planeta está perdiendo a pasos acelerados su
sostenibilidad, nos lo advierte Lovelock (2011) en su texto
La Tierra se agota.
La
Tierra es un organismo vivo, por lo tanto la interacción del
ecosistema, de los océanos, los bosques y la biosfera en general hacen
posibles las condiciones físicas y químicas para la existencia. Sin
embargo, la perturbación a causa de la explosión demográfica, los gases
de efecto invernadero (deshielo polar y la emisión de gas metano), la
destrucción de los bosques, las industrias, los automotores, atentan
como nunca contra la salud del planeta. Y si a esto aunamos la
incidencia de los modos de vida de los humanos, con su alta demanda de
bienes y la depredación salvaje de los recursos naturales, pues ya
sabemos lo que se está cocinando en relativamente poco tiempo.
La
pandemia por el coronavirus no es gratuita ni un simple salto de
especies, como se nos hace creer, sino la confluencia de múltiples
factores que posibilitaron la mutación del virus y su contagio a los
seres humanos, y esto tiene larga data. No hemos respetado a los otros
miembros de la biosfera (animales y plantas) y en nuestro afán devorador
de todo lo que tenemos por delante, nada se ha salvado. El consumo de
carne animal deberá ser replanteado por la humanidad, así como muchas
otras cuestiones: las modificaciones genéticas de especies vegetales y
animales, la explotación minera altamente contaminante, la utilización
de energía fósil, la producción de pulpa de papel, el uso de los
plásticos, la energía nuclear, los viajes interplanetarios…
La
actual crisis nos ha hecho ver lo vulnerables que somos, a pesar de
pertenecer a una era de grandes milagros tecnológicos. Tenemos que
pensar en la posibilidad de una ciencia más humana y de un desarrollo
que no atente contra el planeta, porque es hacerlo contra nosotros
mismos. En la medida que entendamos que entre más cuidemos al planeta
más serán las posibilidades de una vida exenta de tantos sobresaltos y
calamidades, en esa misma proporción crecerá también la esperanza, hoy
tan golpeada.
@GilOtaiza
rigilo99@gmail.com