Si no se producen cambios políticos en Venezuela en el corto plazo, un
escenario incómodo que juega un papel protagónico en las proyecciones
más objetivas, el colapso económico del país será inevitable (lo de
ahora es sólo una maqueta) y la única vía para enfrentarlo será la
ayuda humanitaria externa.
Sin entrar a analizar el fondo
del asunto ni su probabilidad de éxito, es obvio que esta estrategia
plantea una apuesta binaria: 1) Si la hipótesis en la que se basa es
cierta y las sanciones son exitosas para sacar a Maduro en el corto
plazo, los líderes y el movimiento opositor en su conjunto serán héroes
nacionales y darán la vuelta al ruedo en hombros o, 2) si la estrategia
de sanciones no logra provocar la salida del gobierno en un tiempo
corto, que ya de entrada no lo ha sido y algo que ha ocurrido en la
mayoría de los casos conocidos, como Cuba, Siria, Irán, Zimbabue y Corea
del Norte, el deterioro de la calidad de vida de la población, a la que
se pretende ayudar, será monumental y la destrucción económica y de
infraestructura del país mucho peor que la actual, por lo que el país
quedaría en el peor de los escenarios: con Maduro en poder y la
población aún más emprobrecida, frustrada ante una oferta política
opositora de nuevo fracasada, pulverizada su esperanza de cambio y, lo
más peligroso, pensando que su deterioro se debe a las sanciones
aplicadas o respaldadas por la propia oposición, quien no podría salir
ilesa de su corresponsabilidad en lo que podría ser la crisis
humanitaria más importante de la historia de América Latina, aunque nos
quede a nosotros claro que la raíz del problema es la “revolución”.