Sumidos en la crisis más severa de nuestra historia desde el “annus horribilis”
de 1814, es natural que el 92,5% de la población venezolana evalúe
como mal o muy mal la situación actual del país. Con este panorama,
resulta obvio que la jerarquía de problemas y expectativas de la gente
cambie y ahora estén mucho más preocupados por sobrevivir, ser
trasladados y atendidos adecuadamente en un hospital en caso de
necesitarlo, tener acceso a bienes y servicios básicos, poder mantener a
sus familias y sostener sus empleos, que por los discursos políticos
de cambio de gobierno y salida de Maduro del poder, independientemente
de que ese deseo siga vivito y coleando en la mente de la población.
Mientras
la esperanza de que la oposición sea capaz de sacar al gobierno del
poder en los próximos tres a seis meses bajó de 63% en febrero de 2019 a
21% en la actualidad, se hace evidentemente insostenible un discurso
político que ofrezca soluciones al drama de la gente para “el día
después” de que Maduro salga del poder (o mejor dicho que lo saquen),
puesto que la gente tiene la necesidad de sobrevivir hoy, de comer hoy,
de moverse a un hospital hoy, de tener electricidad hoy, de ser atendido
en una terapia intensiva hoy, de que recojan a sus difuntos hoy, de
recibir un apoyo monetario para enfrentar el confinamiento hoy y,
mientras tanto, la expectativa que tienen sobre el “día después” esta
ubicada en el… infinito y mas allá.
En
un marco donde la gente incrementa exponencialmente sus necesidades y
baja al subsuelo las esperanzas reales de cambio político, es evidente,
obvio y racional que aprueben cualquier acuerdo entre las partes en
conflicto, incluso negociar con el demonio, si eso representa una
oportunidad de atención del Covid-19 y la posibilidad de subsistir el
drama que hoy vive y que un político serio acompañaría antes de
cualquier otro cálculo personal.
A nadie racional puede
sorprender que casi dos tercios de los venezolanos aprobara, ya en mayo
pasado, los acuerdos entre la oposición y el gobierno para atender la
emergencia causada por la pandemia, mientras mantienen su lucha
política en paralelo. Ese es el ambiente favorable en el que la
oposición anuncia los acuerdos políticos para la ayuda humanitaria. No
se trata en realidad de ninguna negociación cara a cara, ni acuerdos
sofisticados o específicos. Por ahora se refiere únicamente a un acuerdo
muy general, firmado por ambas partes con un intermediario, que se
refiere a un tema de salud focalizado. Pero es obvio que las
circunstancias del país y la población han debilitado, con esto, la
posición intransigente que propone no hacer nada por la gente hasta
que Maduro esté afuera (aunque la mayoría quiere que se vaya), pues de
continuar esa ruta, el cortocircuito chamuscaría a la dirigencia
opositora indefectiblemente. Estos primeros acercamientos abren la
oportunidad para seguir explorando acuerdos de otro tipo en el futuro.
Creo firmemente que la realidad, explotando en la cara del sector
político, está abriendo posibilidades de que su estrategia (hasta
ahora evidentemente fallida) sea revisada, reestructurada y
racionalizada, lo cual puede abrir un nuevo capítulo en la lucha
política por el cambio. Si tuviera que hacer una hipótesis de impacto
de la propuesta de acuerdos humanitarios entre oposición y gobierno
para atender el drama de la población, diría que más allá de algunos
aullidos clásicos en redes sociales, la población mayoritaria los ve
con esperanza y aprobación, aunque más allá de este ámbito específico,
debamos seguir siendo escépticos sobre los acuerdos políticos que nos
lleven a rescatar los equilibrios en Venezuela.