Casi nunca he
escrito acerca de mis gustos musicales. De entrada, son una mixtura.
Disfruto de la música popular. Muy de joven me dejé influenciar por mi
padre, seguidor de las orquestas bailables, de las que quedé prendado
para siempre. La Billo´s Caracas Boys y Los Melódicos fueron en mi vida
puntos de referencia, por lo menos así lo dice mi austera colección de
discos, pero en mi madurez me he inclinado también por el jazz, que
colma mis preferencias en la actualidad. Hace algunos años adquirí una
colección de este género en estuches de dos discos, cada uno con páginas
en las que se nos cuentan las historias de los temas y de los grandes
intérpretes de este maravilloso género, nacido en la parte sur (la más
pobre) de Estados Unidos, lo que se tradujo en músicos y cantantes
afrodescendientes, para luego dar el salto (lento pero efectivo) hacia
otros lugares dentro y fuera de EEUU, y ya no en exclusividad para este
grupo, sino también para los blancos norteamericanos, latinoamericanos y
europeos. Me gusta la música clásica y la disfruto hasta el paroxismo,
pero me agrada alternar con otros estilos y géneros que me conectan con
las grandes mayorías: balada, pop, rock, etcétera.
Tips La lista de los libros que tendría que llevarme estaría incompleta sin los Diarios 1984-1989 y El último encuentro de Sándor Márai, sin La loca de la casa de Rosa Montero, sin Personas de Carlos Fuentes, sin El cuidado necesario de Leonardo Boff, sin El Dios de la intemperie y El deseo y el infinito de Armando Rojas Guardia, sin El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, y sin Leer el mundo de Víctor Bravo. Tal vez la lista sea excesiva, pero los libros son parte de mi vida.
Desde
siempre he tenido problemas a la hora de la selección de una nueva
lectura, quizá por ello me veo a menudo rodeado de decenas de ejemplares
buscando en alguno el anclaje definitivo. Empero, de un tiempo a esta
parte la selección se me hace mucho más difícil, y tengo la extraña
sensación que la vida no me alcanzará para leer todo lo que quiero leer.
Veo los libros y me entra una especie de desasosiego, como si el tiempo
se me estuviera acabando, como si tuviera por delante una inmensa
montaña de necesaria lectura, pero cuya cima no podré remontar. Es como
si no hubiese leído nunca, o tomado muy tarde la decisión de hacerme
lector. Con la escritura no me sucede.
En
medio de miles de libros no hallo qué leer. Abro aquí y allá y nada me
atrapa. Tal vez sea mi estado espiritual el que me impide entregarme de
lleno a una lectura. En medio de este desierto en el que se transformó
mi existencia, ya no encuentro consuelo en mi eterna aliada: la
literatura.
No he llegado a concretar hasta hoy una
lectura permanente, a pesar del mundo de libros que poseo. Pero
considero que la actividad de la lectura y la escritura solo son
posibles cuando nuestro universo interior está en paz, y el mío no lo
está. Tendré que recomponer mi interioridad para poder aspirar al goce
pleno de la lectura.
Empecé a escribir un libro de
cuentos y ya tengo dos narraciones terminadas. Hay una historia que
revolotea en mi cabeza, pero no logra concretarse en nada. Sigo a la
espera de la crítica al segundo cuento por parte de mis mujeres. La
primera versión la rehíce gracias a ellas, pero nada que se deciden a
reunirse para leer en serio esa historia que pugna por finalizar.