Me acerqué a unos textos poéticos que tocaron fibras muy íntimas, que me
llevaron en sus poderosas alas a mi juventud, cuando tuve la
oportunidad de recorrer pueblos y ciudades del espléndido país azteca, y
tiempo después sortear página a página unos textos claves de la poesía
en lengua castellana: Piedra de Sol, de Octavio Paz; hablo del Quaderno de Guanajuato de Horacio Biord Castillo, editado por la Academia Venezolana de la Lengua en su colección Académicos Actuales
N° 11, en el 2018. Hago mención al libro de Paz, porque los textos de
Biord Castillo me lo recuerdan con fuerza inusitada, ya que conjuntan,
no solo perfección lingüística y belleza como aquél, sino la amalgama de
una cultura ancestral aún viva en muchos pueblos de América Latina.
Cada
página de este libro nos lleva por tradiciones, creencias, arte,
historia y gastronomía, y con versos hondos y un ahorro maestro del
lenguaje, sublima los sentidos desde una oralidad pasada de generación
en generación, que trae consigo las voces de lo atávico y de la otredad.
El simbolismo presente en estos versos conjunta en el lector una visión
que va más allá de la lectura plana de un texto poético (que busca
horadar las emociones), para insertarse con sutileza en los territorios
de un ayer no perdido; en los susurros y ecos de usanzas que auscultan
en lo telúrico, en la espiritualidad, en la sincronía cultural que de
alguna manera nos configura como esa otra orilla espléndida en imágenes y
en encanto de lo raigal.
Más que un poemario, Quaderno de Guanajuato
es receptáculo de la pluridimensionalidad mexicana, de lo mitológico,
de ese querer mostrar al mundo una cosmovisión que busca un lugar
planetario. Biord Castillo se mece con inteligencia entre el canon
occidental y el denso tejido de lo autóctono americano, para dejar de
manifiesto, más que descripciones de objetos, rituales y tradiciones
(que suelen hacerlo muchos creadores), lo que evocan algunos elementos,
que con su sola presencia dicen de mundos y de portentosas “realidades”.
La tortilla, el tamal, la obsidiana, el jade, el nopal, el encino, el
cedrón, el elote y el roble, por poner algunos ejemplos, nos hablan en
susurro, al oído; traen consigo reminiscencias de siglos de un lento
trajinar amerindio por la historia, pero al margen de lo oficial.
No
contento Biord Castillo con su acierto poético y cosmogónico, juega con
la representación gráfica de las palabras y así trastoca la linealidad
propia de la lectura. Si nos habla de “puentes que se elevan”, las
letras saltan de la línea y ascienden. Si se refiere a “escaleras
profundas que descienden las entrañas”, el vocablo cae en cascada hasta
derramarse en el resto de la oración. Si bien otros lo han intentado
como mera ruptura morfosintáctica, transijo, en el Quaderno va más allá de la forma, para internarse en lo simbólico y conceptual.
Quaderno de Guanajuato
no se queda en el mero significado del vocablo, ni en su sólida
conjunción gramatical y literaria, sino que nos lanza con isócrona
musicalidad por intrincados caminos, por pueblos perdidos en la
geografía, por montes y campos olvidados de todos. Para el autor las
piedras hablan, cuentan sus historias y escuchan sus historias, y todo
esto hace de estas páginas “algo extraño”, fuera del lugar común, y nos
muestran así el encanto de lo sublime, de la ignota sabiduría, de lo que
está más allá de lo obvio.
“La noche convoca fantasmas
/ y todos entonan cantos esféricos / como silenciosos rituales / que
solo escuchan solemnes los grillos”.