De presuntos plagios literarios por Ricardo Gil Otaiza
Ricardo Gil Otaiza
Resultan interesantes, además de curiosas, las múltiples acusaciones que
se han hecho a lo largo del tiempo sobre el plagio de obras literarias.
Digo “interesantes” y “curiosas”, porque en el campo académico se dan
como mucha frecuencia, y suelen estar ligadas al mundillo de las tesis
doctorales, bajo cuyos preceptos han adquirido cierta notoriedad algunos
personajes en sus mismos territorios, o en los turbulentos caminos de
la política. Primeros ministros, presidentes y jefes de gobiernos que
son señalados de plagiarios en plena cima de sus carreras, y que
terminan con las tablas en la cabeza y desprestigiados. Otros, tal vez
más osados, luchan con denuedo para revertir el sino, y si bien no son
execrados de sus respectivos predios, quedan con máculas, estigmas,
imposibles de borrar en las mentes calenturientas de sus adversarios, y
también en las de quienes creen a pie juntillas acerca de tales
corruptelas. Algunos académicos o científicos no son señalados de
plagiarios, pero sí de mezquinos, al negar u ocultar los aportes de sus
colaboradores o de sus parejas en la conquista de sus portentosos
hallazgos. Para nadie es un secreto el lastimoso caso del gran Albert
Einstein, quien al parecer no le reconoció jamás a Mileva Maríc, su
exmujer (talentosa matemática), la coautoría en su Teoría de la Relatividad.
Si bien la dama no reclamó jamás sus derechos en tal materia (además de
que hubiesen chocado contra un muro de hormigón, al estar los derechos
de la mujer pisoteados por cuestiones culturales), en privado manifestó
su molestia por la mezquindad de su exmarido, a pesar de la ayuda que le
prestó al genial físico en el esclarecimiento de sus primigenios
hallazgos que lo elevaron a la gloria universal.
Volviendo al
terreno de la literatura, la cuestión no ha sido muy distinta, ya que
grandes autores han sido señalados por plagiarios con respecto de obras
que han alcanzado fama planetaria. Es interesante y curioso que los
hechos resaltados suelan estar ligados a supuestos plagios de obras de
resonancia, lo que ha generado suspicacia, ya que se podría estar en
presencia de sobrevenidos delitos, ya que emergen precisamente cuando la
obra o el autor alcanza visibilidad. En Venezuela fue muy comentada la
acusación de plagio hecha contra Arturo Uslar Pietri y su obra La visita en el tiempo, con la que alcanzó el Premio Príncipe de Asturias en 1990, y posteriormente el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.
Recordamos a Don Uslar en su casa dando una rueda de prensa con una no
muy bien disimulada indignación, y mostrando al mundo toda la
bibliografía a la que echó mano para construir su historia. Otro caso
que me llega a la memoria es el de la novela La cruz de San Andrés, del autor gallego y Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela, con la que obtuviera el Premio Planeta 1994.
La lucha ha sido tan enconada por parte de la autora que lanzó la
querella, que continuó debatiéndose en los tribunales españoles incluso
después del fallecimiento de Cela.
Ni siquiera el maestro
Rómulo Gallegos ha escapado a los fragores en tan movedizos arenales,
ya que se ha expresado en múltiples ocasiones, que la historia de su
obra maestra, Doña Bárbara, por la que se le conoce en todo el ámbito del mundo hispánico, al parecer le fue contada in situ
(en pleno llano), con puntos y comas, al espabilado y connotado autor,
quien le dio la forma novelesca que hoy todos conocemos. Es decir, en
este caso se argumenta que la historia no fue de su original creación (o
imaginación e inventiva), y referencias hay suficientes acerca de la
matrona que le sirvió de modelo para el personaje principal de la trama,
así como de los otros personajes, que crean la extraordinaria atmósfera
mágica y de misterio que posee la obra, que por cierto fue llevada a la
gran pantalla y ha sido objeto de series dramáticas, tanto en Venezuela
como en otros países. Recientemente se mostró un caso en España, en el
que se acusa de plagio al escritor Fernando Aramburu, autor de Patria,
novela que rompió récords de venta en distintos países, y que
recientemente se convirtiera en una exitosa serie televisiva. En este
caso la acusación fue hecha por parte del autor de otro libro, que al
parecer trata de manera casi idéntica la misma temática, y que fuera
publicado antes de la novela de Aramburu.
En nuestros
tiempos resulta relativamente fácil el descubrimiento del plagio en los
contextos académicos y literarios, por el acceso que se tiene a la Web,
que expone de manera casi instantánea los sutiles hilos que conectan
autores, obras y contenidos. Sin embargo, nunca ha sido tan difícil como
hoy comprobar cuándo se está en el ominoso territorio del plagio, y
cuándo en el ámbito de la recreación, de la intertextualidad, de la
libertad creativa, o de la simple especulación por ansias crematísticas.
No en vano se ha formulado una interrogante que deja al desnudo la
cuestión, y que abre largos caminos para la especulación filosófica y
ética: “¿Cuánto debo plagiar para no ser acusado de plagiador?”.