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Los mal denominados progres por Ricardo Gil Otaiza

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Ricardo Gil Otaiza


En medio de esta torre de Babel en la que se ha convertido nuestro mundo, toman fuerza los mal denominados progresistas, o progres, como prefieren que les llamen (no en vano el apócope), para hacer creer que se trata de una nueva concepción de avanzada o innovadora, acerca de su visión de lo que debe ser la vida en sociedad, cuando en la realidad es todo lo contrario. En esta suerte de catálogo hay también los intelectuales progres, que echan mano de los medios y de la redes, con lo cual pretenden hacer creer que sus ideas buscan el avance de los ciudadanos hacia estadios de desarrollo y de bienestar, y de esta manera captan incautos y desprevenidos, que atraídos por el atávico deseo de marchar hacia adelante en la conquista de nuevos horizontes y de los más anhelados sueños, son encerrados en una especie de burbuja, dentro de la cual se esconden el vulgar adoctrinamiento y el lavado de cerebros a los fines del empoderamiento global (ergo: hegemonía y poder).


El adjetivo “progresista” como tal es engañoso, ya que etimológicamente seduce cuando nos dice que se trata de personas o de colectividades con ideas de avanzadas y “con la actitud que esto entraña” (DRAE, vigésima segunda edición, 2001). Ahora bien, en la realidad de nuestro maltrecho contexto, el adjetivo es utilizado como trinchera tras la cual se apertrechan personas o grupos sociales de izquierdas (marxistas y comunistas), que presuntamente y en la teoría van en pos de la utopía del progreso (y con ella de la igualdad y la supuesta defensa de los más vulnerables), pero que en la práctica se traduce en atraso y en pobreza, y en la liquidación de las libertades y la democracia. Como si ya esto no fuese alarmante, en la historia de la humanidad hay emblemáticos casos en los que, la puesta en marcha de los modelos socialistas, ha llevado a la ruina a las naciones al extremo del genocidio. Creo que no tengo necesidad de desperdiciar espacio para ilustrar con ejemplos lo que he expresado (amén de que ya son lugares comunes), pero lo que sí puedo agregar es que detrás de tales denominaciones (sin más: ideologías) hay un afán totalitario, buscándose la igualdad desde la base, lo que lleva a las sociedades a la miseria y a la destrucción de sus aparatos productivos, para ponerlos en manos de un Estado todopoderoso, que se arroga pensar por la gente y toma todas las decisiones hasta hacer de las personas meras piezas de un tinglado perverso e hipócrita. Los progres enarbolan banderas sociales (ese es su principal gancho) y aparentan interesarse por problemáticas tan diversas como la igualdad de género, la macro y la microeconomía, el empleo, las oportunidades ante las leyes y la defensa de las minorías, pero lo que no dicen es que el conseguir todas esas “conquistas” implica dentro de su lógica la demolición de los países (su economía, su educación, la familia y las instituciones), y en todo este proceso deconstructivo hunden a las sociedades en las más abyectas situaciones, muchas de las cuales rozan con las hambrunas y la pérdida de la moral y de la esperanza de los ciudadanos. En pocas palabras: conculcan el futuro.


 
Los progres propugnan el cese del capitalismo y la democracia, todo lo cual implica lo contrario a lo que el adjetivo como vimos califica: el más profundo atraso y la más pedestre servidumbre (esclavismo, sin más). Los intelectuales progres se quedan sin voz gritando aquí y allá las supuestas bondades de sus propuestas, pero la realidad los desmiente a cada instante. Sin embargo, sus discursos populistas calan hondo, tocan fibras profundas, y la gente apuesta a ellos echando por la borda las verdaderas oportunidades que tienen para salir de la pobreza, que pasan por una economía de mercado, por la propiedad privada, por un sólido estado de derecho y por el libre juego de la oferta y la demanda, no solo de bienes y servicios, sino también de oportunidades. El otro lado de la moneda de toda esta ideología, es la gran mentira que se esconde tras los discursos patrióticos e igualitarios, y vemos que sus más conspicuos representantes hacen detrás de los bastidores todo lo contrario a lo que dicen, y más temprano que tarde se descubren sus inmensas fortunas guardadas en paraísos fiscales, sus vidas ostentosas (quintas y palacetes, vehículos de alta gama, se curan en clínicas privadas, mandan a estudiar a sus hijos en el despotricado imperio, y paremos de andar).



El discurso progre de la lucha de clases y la igualdad social para alcanzar la felicidad, es ya un discurso basura, del que se ha echado mano hasta el hartazgo, y todavía produce algunos réditos. No nos extrañe que países como España y Chile, por ejemplo, que han alcanzado elevados estándares sociales gracias al capitalismo y a las libertades sociales, caigan muy pronto en sus tentáculos: buena parte de su clase política, los índices de conflictividad social y las discusiones mediáticas, apuntan a ello. Brasil posiblemente caiga de nuevo en las manos del inefable Lula, Ecuador en las de Correa y Bolivia en las de Evo. Mientras tanto, tal discurso ya sedujo al gigante del norte, lo cual es significativo, y no menos preocupante.



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