Me pasa a menudo, cuando termino de leer un libro, encontrarme en un
verdadero limbo por no saber qué nuevo libro empezar. Pareciera algo
nimio, sin mayor importancia, pero resulta que no es así, ya que a los
lectores tal situación nos produce un enorme sufrimiento. Y lo digo,
porque aunque pareciera mentira, o un invento de mi parte, me pasa a
menudo. Es más, en este preciso momento que escribo este artículo estoy
en esa fase de indecisión. Terminé de leer una novela negra que me
conmocionó profundamente, que tuve en el estante sin estrenar durante 19
años, y resulta que la leí en apenas dos días. Es tal el estado de
abatimiento interior que me dejó el texto, que miro las rumas de libros
que tengo sobre la mesa del comedor, en la biblioteca, en el cuarto, y
en todas partes, y no puedo decidirme por ninguno. Nada me atrapa, nada
logra engancharme luego de una experiencia tan estremecedora, que laceró
mis sentidos, que horadó muy dentro de mí para vaciar mis ansias y mis
esperanzas de redención.
Me veo de pronto abriendo montones de
libros, hojeando (y ojeando) aquí y allá, revisando las leyendas de las
contracarátulas, revisando las primeras páginas, avanzando de manera
aleatoria en los diversos capítulos y hasta en las páginas finales, y
nada, es como si una cerrazón mental me hubiera atrapado para no
soltarme, para dejarme preso en la lectura anterior, para catapultarme
en la magia de las redes sociales y que así pase el tiempo sin sacarle
mayor provecho, y ver pasar las horas en una ociosidad tremenda que te
da al final un absoluto vacío, unas ganas de quedarte mirando el techo,
que nada te moleste ni te altere, hasta que entras en un letargo, en una
modorra, en una pesadez incómoda y desagradable, y el libro cae al
suelo: vencido, ansioso, a la espera de tus manos.
Siempre
se ha dicho que los escritores sufrimos del extraño síndrome de la
“página en blanco”, que es, ni más ni menos, una suerte de limbo que nos
deja en blanco, que nos paraliza y nos lanza sobre la lona sin
posibilidad alguna de escribir. No voy a caer en ese lugar común, porque
a mí jamás me ha sucedido. A veces no tengo ni la más remota idea de lo
que voy a escribir, y basta que me siente frente a la pantalla para que
el tema emerja como por arte de magia, y brote cual manantial como si
lo llevara madurando durante muchos días.
Pues bien, lo
que nunca se ha dicho es que los lectores sufran del síndrome del “libro
en blanco”, por llamarlo de alguna manera, y que implica, sin más, no
saber cuál libro elegir y quedarse bloqueados durante cierto tiempo sin
poder decidir. Transijo que ambas circunstancias representan problemas
para los escritores y para los lectores (que a la final somos casi los
mismos), porque traen como consecuencia el cese transitorio de la
creatividad (a veces permanente, ya que muchos escritores se han quedado
en blanco para el resto de sus días; no sé si ha sucedido una cosa
igual con los lectores). En el escritor el fulano síndrome le impide
seguir con su labor creadora de nuevos mundos y de portentosos universos
(la verdad de las mentiras, refiere el gran Mario Vargas Llosa). En el
lector, el síndrome bloquea el proceso de decodificación de las obras,
lo que trae consigo disfrute y crecimiento personal. Y si agrego que los
lectores somos también creadores (o cocreadores), al cerrar el círculo
iniciado con la escritura de la obra, a la cual enriquecemos, recreamos,
imaginamos y completamos, tendría que afirmar categóricamente, aunque a
muchos colegas escritores no les guste lo que aquí voy a decir, que el
síndrome del “libro en blanco” es también pernicioso y atenta contra la
creatividad de quienes leemos, y de las letras en general, porque impide
que se complete el proceso iniciado con la tarea literaria del autor.
Como
en todo síndrome, en el de la “página en blanco” y en el del “libro en
blanco” hay una serie de signos y síntomas que caracterizan a quienes
los sufren. Podría decir que el cuadro en ambas circunstancias (no he
vivido el de la “página en blanco”, repito, pero tengo colegas y amigos
que sí y han entrado en una etapa realmente calamitosa) se presenta con
estrés, fatiga, temor, angustia, desazón, desconcierto, irritabilidad,
pérdida del sueño y del apetito, rostro demudado, temblor de las manos,
sudoración, dolor de cabeza, pérdida de la autoestima, fiebre, delirio,
depresión, llanto, y un largo etcétera. Créanme, no estoy fabulando,
solo quienes amamos a los libros y a la escritura podemos dar fe de todo
lo aquí asentado, que podría llegar a mayores de no ser por el apoyo
que se les brinde a los afectados. He sabido de casos de autores que han
llegado al suicidio, a las drogas y a la locura, y hasta han perdido a
sus familias por no haber podido superar la “página en blanco”, también
llamada en algunos países de América Latina como la seca literaria. No
he sabido de casos de lectores que hayan llegado a tales extremos,
tendría que profundizar más en tan interesante tema, pero razón no les
faltaría, porque muchas veces su mundo es solo el de los libros y, al
perderlo, habrán perdido todo.