Descubrí hace pocos días que el grueso del segmento de mis lectores es
gente bastante joven, cercano si se quiere a la edad de mis hijas y de
muchos de mis discípulos. A esa gente le ha tocado dos circunstancias
muy duras: la crisis nacional y la diáspora, y la vorágine de lo
acontecido no le ha permitido detenerse a reflexionar sobre una realidad
que la mayoría de ellos(as) no conocieron, y que por estar muy
pequeños(as) para entonces, solo la han escuchado de la gente mayor de
la familia. Deben saber que la Venezuela que recibió Chávez aquel 2 de
febrero de 1999, era diametralmente opuesta a la que hoy tenemos, y este
domingo estoy tentado a exaltar algunos hechos que les permitirán sacar
sus propias conclusiones.
Y lo hago, no porque esté desocupado,
sino movido por la canallada que han sufrido cientos de compatriotas en
Chile (y en muchos otros lugares), al ser hostigados al extremo de
violentárseles sus derechos humanos y de ser humillados sin compasión
alguna. No deseo entrar en las causas de tales hechos, sino establecer
una suerte de comparación entre la Venezuela insultada y vejada del día
de hoy, y la que hace más dos décadas exhibía un progreso económico y un
crecimiento que eran referentes en América Latina.
Para
enero de 1999 el dólar se cotizaba en 573,9 bolívares, y hoy, en medio
de la tragedia económica nacional, ha alcanzado cifras espeluznantes.
Para que tengan una idea más o menos clara del asunto, habría que
agregar los catorce ceros que se le han quitado al valor nominal de la
moneda en las tres reconversiones de los últimos trece años, lo que les
permitirá tener una visión global de la economía y de la pérdida de
valor de nuestro signo monetario, así como del grave deterioro del poder
adquisitivo de la población.
La
Venezuela de 1999 era boyante, con riqueza para gastar a lo interno y
para compartir con las naciones vecinas. Con los sueldos y salarios de
entonces cualquier venezolano trabajador podía comer bien, vestirse,
comprar vivienda y carro, vacacionar, y hasta ahorrar para el futuro.
Había una clase media sólida, que generaba riqueza y empleo, así como
bienes y servicios. Había tantas empresas a lo largo y ancho del país,
que llegamos a pensar que algún día podríamos alcanzar el desarrollo.
Hoy todo eso se perdió, las empresas se marcharon por falta de garantías
a sus inversiones, y lo que “prospera” es un sector informal que es en
sí mismo economía de subsistencia.
Venezuela
tenía en 1999 una de las industrias petroleras más grandes y poderosas
del planeta, producía 3,5 millones de barriles por día, y hoy lo que
queda es un remedo de todo aquello. Informes económicos revelan que para
agosto de este año la producción fue de 523.000 barriles diarios. El
país tiene una de las reservas más grandes de gas natural del mundo, sin
embargo, en muchos hogares venezolanos hoy se cocina con leña, por la
imposibilidad de acceder a un cilindro de gas doméstico. Hace dos
décadas Venezuela era una potencia energética, y hasta auxiliaba a los
países vecinos para que no se quedaran a oscuras. Hoy somos nosotros los
que estamos casi todo el tiempo en tinieblas, y lo que tenemos son los
llamados “alumbrones”, que nos llenan de cierta alegría y hasta de
“buen” humor.
La industria farmacéutica
venezolana era un referente para Latinoamérica. Si bien siempre fue
ensambladora, era de las mejores del continente y su control de calidad
era exaltado en todos los contextos. En 1999 había decenas de
laboratorios químicos-farmacéuticos y casas de representación, que
alimentaban la cadena de comercialización del medicamento en el país. Al
día de hoy muchos de esos laboratorios emigraron, perdiéndose ingentes
puestos de trabajo y reduciéndose ostensiblemente la oferta de fármacos.
Los laboratorios que quedan hacen grandes esfuerzos para mantenerse, en
medio de una economía hiperinflacionaria y con grandes altibajos como
la nuestra.
Para 1999 teníamos dos de las más importantes editoriales del continente: Monte Ávila Editores Latinoamericana y la Biblioteca Ayacucho,
referentes fundamentales del mundo hispanohablante. En la primera
publicaron los más importantes autores del planeta, y en la segunda se
exaltó la labor de los grandes clásicos venezolanos y del continente,
con estudios previos que eran en sí mismos piezas de colección. De esa
gloria ya no queda mucho.
Para 1999 estaban en apogeo el Complejo Cultural Teresa Carreño, el Museo el Arte Contemporáneo de Caracas, el Museo de los Niños, el Sistema Nacional de Orquestas
y muchas organizaciones creadas en la democracia puntofijista, que
hacían de Venezuela epicentro del arte y de la cultura universal.
Para
1999 el Metro de Caracas era de los mejores y más modernos del mundo.
Las universidades nacionales eran de las más prestigiosas del
continente. La vialidad y la infraestructura del país eran la envidia de
los países vecinos. La televisión venezolana, específicamente RCTV, era
un referente en muchos países. Teníamos las dos mejores orquestas
bailables: la Billós y Los Melódicos. Teníamos el mejor
café y el mejor ron del mundo. La tasa de emigración era nula, nadie se
quería marchar de este país. El turismo estaba en su esplendor.
Muchachos(as), éramos un país próspero y feliz, que no se les olvide esto jamás.