Mérida, Febrero Sábado 08, 2025, 11:19 am
Discretamente, casi de tapadillo, la agencia espacial
japonesa (JAXA) acaba de apuntarse otro avance. El pasado fin de semana, su
sonda Hayabusa 2 depositó dos pequeños vehículos móviles en la superficie de un
asteroide. Es la primera vez que se consigue algo así.
La Hayabusa 2 lleva varios meses aparcada en órbita
alrededor de su objetivo, un pedrusco de alrededor de un kilómetro de diámetro
llamado Ryugu. Para los japoneses, este nombre tiene resonancias mitológicas:
Es el nombre del mítico palacio submarino del dios del mar, cuyas paredes están
hechas de coral. Atentos hasta el último detalle, los técnicos han cambiado el
color de fondo del escudo de la misión: del azul original al rojo coral.
La sonda orbita a unos 20 kilómetros del asteroide,
una distancia perfecta para ofrecer detalladas vistas. El viernes los técnicos
le ordenaron descender hasta solo cincuenta metros del suelo, soltar sus dos
rovers en caída libre y volver a elevarse.
Ambos artefactos, gemelos, reciben el nombre de
Minerva 2. El primero que llevaba ese nombre iba a bordo de la sonda anterior y
debía aterrizar en el asteroide Itokawa, hace de eso 13 años. Por desgracia,
falló la puntería y el aparatito erró el blanco y se perdió en el espacio.
Las nuevas sondas Minerva tienen el aspecto y tamaño
de unas latas de conserva cilíndricas cubiertas de células fotoeléctricas para
alimentar a sus equipos (principalmente, cámaras de televisión y medidores de
temperatura). No necesitan paracaídas ni sistema de frenado. ¿Para qué? La
gravedad de Ryugu es tan débil que les llevó un cuarto de hora recorrer los
cincuenta metros. Durante su caída aún tuvieron tiempo de fotografiar la nave
nodriza, que remontaba el vuelo. La imagen aparece movida, no por el movimiento
del Hayabusa 2, sino porque los rovers iban girando sobre sí mismos.
Al llegar al suelo, ambos artefactos rebotaron y
acabaron descansando a pocos metros de distancia uno de otro. No tienen ruedas
ni patas, pero pueden desplazarse; por eso se califican de rovers. En su interior
llevan un contrapeso accionado por un motor eléctrico. Cuando este gira, se
desequilibran y dan una pequeña voltereta. Así, golpe a golpe, pueden ir de un
lugar a otro. Eso sí, sin prisa.
La sonda todavía dispone de tres rovers más, de los
que se desprenderá en las próximas semanas. El mayor, de construcción alemana,
va provisto de equipos que analizan la composición química del suelo.
Para poder acceder a capas más profundas, que jamás
han sido alteradas por la radiación solar, el Hayabusa 2 lleva a bordo una bala
de cobre de un par de kilos de peso. Llegado el momento, la disparará contra el
suelo, donde impactará a más de 2 kilómetros por segundo. El choque deberá
poner al descubierto rocas prístinas… y también proyectar al espacio una gran
nube de fragmentos. De hecho, se ha programado una maniobra para que la sonda,
una vez eyectado el proyectil, busque refugio rápidamente al otro lado del
asteroide para evitar el impacto de esa metralla cósmica.
Por último, la sonda descenderá una vez más hasta rozar el suelo con uno de sus sensores. Otro proyectil —esta vez mucho más pequeño— hará saltar esquirlas que serán recogidas por el propio dispositivo e introducidas en una pequeña cápsula. Luego, el Hayabusa 2 emprenderá regreso a la Tierra adonde, si todo va bien, deberá llegar el año 2020. La cápsula caerá con paracaídas en los desiertos de Australia, donde los técnicos japoneses estarán esperando su llegada.
EL PAÍS