Las sorpresas del Premio Nobel por Ricardo Gil Otaiza
Las sorpresas del Premio Nobel por Ricardo Gil Otaiza
Hace ya muchos años que dejé de seguir con afán la concesión del Premio
Nobel de Literatura, y esto sucedió por múltiples factores, algunos de
ellos ajenos a la Academia sueca. No obstante, los diversos escándalos
(de tráfico de influencias y hasta sexual) en los que se ha visto
envuelta tal concesión en sus diversas vertientes, han ayudado a mi
actual desenfado, ya que llega un momento en el que algo se rompe dentro
de ti (tal vez la inocencia), al corroborar que el máximo galardón
universal no escapa ni a las pasiones ni a los vicios de otras aristas
de la existencia, y en donde lo político-ideológico tienen un peso
mayúsculo. En otras palabras: la vulgarización del galardón.
Este
año creo que me animé un poco más, y me atreví, como acostumbraba
décadas atrás, a asomar mis narices en la “secreta” lista de los
nominados. Para mi sorpresa, sigue siendo la eterna y amarilla lista de
siempre, con el agregado de algunos recientes, bien por la muerte de los
autores (por ejemplo la del estadounidense Philip Roth, quien fue un
eterno candidato), o porque sencillamente los apostadores se fastidiaron
de hacerlo. Es decir, hallé los mismos nombres de quienes, desde hace
muchos años, se encuentran “a la espera” de que los encumbrados
académicos suecos dirijan sus “exquisitas” miradas y atenciones a sus
obras y a sus figuras.
Obviamente,
el narrador japonés Haruki Murakami es infaltable en esta apuesta o
quiniela que cada año salta a los medios de alcance global. Si bien su
obra es muy comercial y de fuerte pegada en las masas, tanto en su país
de origen como en muchos contextos occidentales, la Academia ha sido
hasta ahora reacia a complacer a los millares de seguidores (no me
atrevería a llamarlos lectores, porque muchos lo aclaman por su
resonancia mediática y no porque lo hayan leído) que apuestan a su
nombre. Creo, por las declaraciones que he leído por ahí, que el propio
Murakami ya se lo toma con la serenidad debida, así también como parte
del “karma” que debe pagar por su bien ganado prestigio de fabulador. Y
en esto nos recuerda un poco al propio Jorge Luis Borges, quien con su
reconocida ironía solía hacer chistes crueles de la ya larga tradición
en su vida de no ganar el Nobel cada año.
Pareciera
que la Academia Sueca jugará al gato y al ratón, a la ortodoxia o a la
heterodoxia, indistintamente, y creo, por su ya larga tradición
centenaria en la entrega de los galardones, que le gusta generar falsas
expectativas. Cuando en todo el orbe se apuesta a un autor de prestigio,
con una obra consolidada y traducida a muchas lenguas, la Academia da
un zarpazo con un autor conocido tras las puertas de su casa (o por un
letrista estadounidense como Bob Dylan). Cuando muchos veíamos grandes
posibilidades al autor español Javier Marías, todo un maestro
contemporáneo de la novelística, dueño de una obra monumental, o al
controvertido novelista francés Michel Houellebecq, con una díscola pero
sólida obra, que se niega a entrar en paz en el canon universal, los
suecos optan por premiar al novelista tanzano Abdulrazak Gurnah,
residenciado desde hace años en Inglaterra, desconocido en casi todo el
orbe, y cuyo editor jamás pensó que podría alcanzar un premio de tal
magnitud.
A todas luces, la concesión del Premio Nobel de Literatura no responde per se a
la calidad de la obra de un autor, de lo contrario lo hubieran obtenido
en su momento grandes escritores. Cuando busco en la Internet una lista
de autores que por diversas causas no recibieron el galardón, halló
fulgurantes nombres (no los mencionaré a todos) como el ruso León
Tolstói, varias veces nominado, el checo Franz Kafka, la británica
Virginia Woolf, los argentinos Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, el
irlandés James Joyce, el venezolano Rómulo Gallegos, el israelí Amos Oz,
el noruego Henrik Ibsen, el francés Émile Zola, los estadounidenses
Mark Twain y Henry James, el ruso Antón Chéjov, el francés Marcel
Proust, el portugués Fernando Pessoa, el ruso Vladimir Nabokov, el
británico George Orwell, el argentino Adolfo Bioy Casares, y el mexicano
Juan Rulfo, entre muchos otros.
Paradójicamente,
las figuras de los autores arriba citados siguen vivas entre los
lectores, y sus obras han pasado a convertirse en clásicos universales
de la literatura, mientras que muchos escritores que sí los obtuvieron,
se han desdibujado en el tiempo, y no precisamente por los años
transcurridos (ya que han sido olvidados varios de los premiados más o
menos recientes), sino porque los criterios esbozados para su selección
no fueron precisamente los idóneos, sino que respondieron a sobrevenidas
razones que hoy no tienen vigencia. En este grupo entra el propio autor
francés Jean-Paul Sartre, quien habiéndolo obtenido, lo rechazó por
considerar que al recibirlo su filosofía perdería la razón de ser. En su
caso, ni la Academia que lo seleccionó ni el propio autor que lo
rechazó para salvar su legado, acertaron, ya que su densa obra ha sido
prácticamente olvidada. En la actualidad en su país se busca con afán
revivir su legado, acercarlo a los autores contemporáneos, pero hasta la
fecha tal proeza no ha sido posible. Quedan lectores de culto (como
yo), que hacen abstracción de sus dislates y de su agria personalidad
para acercarse a su obra.