Hay una frase del consultor organizacional venezolano Manuel Barroso, aparecida en su libro Meditaciones gerenciales
(Ediciones Galac, 2001), que cuando la leí por primera vez (hace ya
unos cuantos años), movió todas mis estructuras mentales en el área
gerencial, y sigo recitándola como un verdadero credo personal: “El
gerente es gerente de su propia vida”. Una gran verdad, sin duda alguna,
y debería ser la premisa fundamental a la hora de proponernos la tarea
de catalizar procesos organizacionales. En otras palabras: resulta una
farsa el pretender resolver problemas de nuestro entorno, si antes no
saldamos nuestras cuentas pendientes en lo personal y familiar.
Pareciera
algo superfluo, pero no lo es, ya que al mundo lo “mueven” personas
desgarradas por dentro, vacías de contenido, huecas de pensamiento. Si
no lo creen, los invito a que lean las biografías de las “grandes
figuras” contemporáneas (y del ayer), y se quedarán sorprendidos del
inmenso desfase que hay entre lo que dicen que hagamos, y lo que ellos
hacen y son en sus propias vidas.
Dueños de empresas, artistas, influencers
y connotadas figuras llevan a cuestas sus propios sambenitos, y lo peor
de esto es que sirven de “ejemplo” a millones de personas en todo el
planeta (generalmente adolescentes), pontificando aquí y allá, opinando
de lo humano y lo divino, cuando deberían estar reflexionando sobre sus
propias existencias, tratando de sanar las múltiples heridas que las han
llevado muchas veces a actos deplorables, infames, que desdicen
completamente de ese rostro de éxito que muestran al mundo.
En
el campo de la política la situación se agrava, porque los supuestos
“líderes” (que deberían ser gerentes natos, es decir, que azucen los
procesos sociales en la conquista de las grandes metas colectivas)
arrastran sus sombras, y con sus actuaciones conducen a los fieles
seguidores hacia oscuros territorios: muchas veces a la inmolación y al
oprobio de sus pueblos.
Ejemplos hay de
sobra en la historia de la humanidad y del país, que corroboran lo que
aquí expreso: mentes desquiciadas, perturbadas, retorcidas y
maquiavélicas, que han actuado con el pretexto de buscar lo mejor para
los otros, pero debajo de la manga guardaban la verdadera carta que los
llevó a convertirse en depredadores y en auténticos genocidas. Cuando
analizamos sus historias personales hallamos fallas estructurales,
hogares deshechos, mucha amargura y resentimiento guardados, todo lo
cual los incita a actuar sin escrúpulos, llevándose a todos por delante,
violentando sus derechos y conculcando sus voluntades en beneficio
propio y de sus camarillas.
Gerenciar la
propia vida implica un enorme compromiso, que no todos están dispuestos a
probar, y muchos prefieren saltarse la talanquera y tomar los caminos
verdes y los atajos para así lograr sus objetivos a como dé lugar. Los
líderes deben ser gerentes, ya que solo así se garantiza que, una vez en
el poder, articulen con propósito los hilos que tienen en sus manos
para el logro de los mejores derroteros sociales.
La
gerencia de la propia vida es también el prepararse con seriedad para
asumir responsabilidades, sanar sus heridas, consolidar su mundo
personal y familiar, para luego pretender extrapolar todas estas
experiencias a sus contextos, y a los otros. Nadie puede dar lo que no
tiene, lo que se traduce a la vez en procesos frustrados, en caminos
torcidos y en metas truncadas.
Gerenciar
es articular con inteligencia las variables que disponemos, para así
ganarnos la voluntad de los otros y que en conjunto lleguemos a un
puerto seguro. Gerenciar, visto así, es sinónimo de liderar, es
catalizar procesos, es poner al servicio de nuestros sueños todas
aquellas herramientas que nos permitan llegar a la cima, con la mirada
siempre puesta en el incierto horizonte.
Gerenciar
la propia vida nos dará las bases que nos permitirán a la larga lograr
adeptos y seguidores, construir cada minuto de nuestras existencias los
peldaños que nos posibilitarán el ascenso a la meta, y sin tantos
tropiezos. Desafortunadamente, se obvia esta elemental fase
introspectiva y honesta para con nosotros mismos, que pretende separar
la paja del trigo, que busca ahondar en donde yacen las emociones y las
oscuridades del ser.
Gerenciar la propia
vida conlleva conocernos a nosotros mismos, y esto no resulta nada
fácil, pero su ejercicio nos acercará a lo que subyace en nuestro
interior: ver con claridad lo que hemos construido con los nuestros, y
con valentía cerrar los hiatos y las brechas. De no hacerlo,
extrapolaremos esos “abismos” en los otros y en todo lo que hagamos, y
esto resultará en un peso muerto que nos anclará en los mismos errores, y
nos impedirá con arrogancia resolver lo pendiente y marchar ligeros de
equipaje.
Cuando un líder es gerente (y
viceversa) sabe que el poder no se arrebata, ni se hereda, ni surge por
generación espontánea, sino que se cultiva desde el yo y cada día, y a
la final se merece (o no) y se alcanza. Una persona podrá tener el poder
político, pero si no es un gerente ni un líder, y si no es auténtica y
honesta (es decir: que haya gerenciado su propia vida), pronto fenece en
sus manos y lo pierde, porque no surgió de la claridad de su discurso
ni de su accionar.