Como laico no puedo callar ante la infamia que se comete contra el papa
emérito Benedicto XVI, una infamia que tiene como eje a sus propios
paisanos y hermanos de la Iglesia alemana, a la que se han unido otras
para acallar su autoridad moral, para enlodar su prestigio personal e
intelectual, para trastocar su santidad poco antes de su pase por la
oscura puerta de la muerte.
Quienes hemos seguido con algún
interés la trayectoria de Joseph Ratzinger, antes de convertirse en el
papa Benedicto XVI, conocemos su pensamiento, los meandros de su
espíritu, la sutil armonía entre su portentoso intelecto de teólogo,
filólogo y filósofo, y su calidez humana. A comienzos de su pontificado,
quienes solemos leer entre líneas, advertimos lo que podría suceder de
continuar el acecho globalista contra el Papa: su renuncia.
Ya
en su primera homilía, investido como sucesor de San Pedro, Benedicto
XVI lo dejó caer como aguda advertencia (tal vez premonición): “Rogad
por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos.” Todos sabíamos a
quienes se refería con eso de “los lobos”, y atentos estábamos ante sus
crueles embates traducidos en un escándalo tras otro, en acoso mediático
(esa “mala prensa” que Ratzinger ha tenido desde siempre), en
infiltrados en su propio entorno que logran sacar a la luz pública
documentos confidenciales propios de su magisterio para hacerle daño,
para acorralarlo, para chantajearlo, para impedir que desde su férrea
voluntad fuera el garante de la Iglesia, de la auténtica Iglesia; para
evitar que continuara con su empeño por deslastrarla de pederastas; de
bestias con piel de oveja.
A los enemigos no les bastó
que Benedicto XVI dejara el trono, porque su presencia luminosa se ha
erigido desde su renuncia en fiel de la balanza, en poder moral, en
garantía de una Iglesia unida, limpia, deslastrada de las bajas pasiones
que minan sus bases. Ellos saben que la renuncia fue una jugada maestra
del viejo pontífice, quien se hundió en la soledad de su claustro para
reflexionar y desde su silencio y sencillez hablar a un mundo desbocado,
retorcido, que ha perdido su norte.
El papa emérito
Benedicto XVI es pieza clave de nuestro mundo, ellos (sus adversarios)
saben de su enorme autoridad y prestigio universal, y ansiosos estaban
en buscar la ocasión para destruirlo, y la hallaron en bandeja de plata.
El dardo envenenado le llega al anciano Papa retirado desde su ya
olvidada gestión como arzobispo de Múnich entre 1977 y 1982. El bufete
de abogados contratado por la arquidiócesis para investigar los casos de
abuso sexual en los últimos cuarenta y cinco años, requirió de parte de
él algunas precisiones, y por un error no intencionado Benedicto XVI
negó que hubiera estado presente en una reunión en donde presuntamente
se trataron los casos de cuatro sacerdotes involucrados en escándalos
sexuales durante su gestión. Ahora que el bufete da a conocer los
resultados de las indagaciones, se acusa al ex prelado de haber mentido y
de inacción frente a tales situaciones.
La respuesta de
Benedicto XVI nos llega por la vía de una carta personal y de un
detallado informe técnico, en donde expertos en derecho canónico
desactivan con precisión y tino (como quien desmonta una bomba de
tiempo) cada una de acusaciones que buscan incriminarlo de inacción y
complicidad.
Por supuesto, la respuesta de parte de
Benedicto XVI, en la voz de su Secretario, el arzobispo Georg Gänswein
(recordemos que debido a sus problemas de salud y a su longeva edad su
voz es inaudible), es propia de quien está más allá del bien y del mal,
expresa su profunda “vergüenza y dolor” frente a las víctimas de abuso, y
en un acto de gran humildad pide perdón a las víctimas en nombre de la
Iglesia. Sin embargo, niega con fuerza y convicción haber tenido
conocimiento de los casos de los sacerdotes incriminados y, mucho menos,
que los haya ocultado o encubierto.
Si bien, quienes
conocemos de la hondura intelectual y espiritual de Joseph Ratzinger,
quedamos satisfechos y firmes con sus respuestas, ya que están en
correspondencia con la transparencia de una vida entregada por entero a
Dios y al servicio de la Iglesia, erigiéndose en guardián de la fe y en
defensor a ultranza de la doctrina, sabemos que no frenarán a sus
poderosos detractores. Es más, irán con mayores ímpetus por su cabeza.
Los globalistas externos y del interior de la propia Iglesia, no
descansarán hasta verle el hueso, y de seguro sus acciones y
maquinaciones rebasarán los límites de la presencia física de su
víctima. El punto es borrar su legado de la faz de la Tierra, porque les
estorba; porque entorpece sus planes.
A pesar de la
guerra mediática desatada, en donde las redes sociales se han erigido en
tribunales, utilizándoseles para atacar con inquina al Papa Emérito, en
el fondo me alegra que este escándalo se haya desatado en vida de
Benedicto XVI, porque más allá del dolor que todo esto le haya causado a
su espíritu sensible, y de la profunda decepción que sentirá de su
“propia gente”, la providencia le permitió dejar sentada su inocencia y
su auctoritas.
Ojalá que este caso permita que se
abra el espectro en todas las diócesis y arquidiócesis del mundo, para
que se revisen y se miren al interior. Que todas pongan sus barbas en
remojo, y que no sea Benedicto XVI el chivo expiatorio de una Iglesia
tan compleja como su historia.