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Carta de Mons. Helizandro Terán a los fieles de la Arquidiócesis de Mérida

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a los fieles de la Arquidiócesis de Mérida
Mons. Helizandro Terán




A todos los Sacerdotes, Diáconos, Religiosos y Religiosas, Seminaristas, Catequistas, Comunidades Cristianas Parroquiales, Grupos, Movimientos Apostólicos y todos los fieles de la Arquidiócesis de Mérida.

Gracia y paz de parte de Dios Padre y de Jesús el Señor.


1.                  El día 19 de marzo, solemnidad de San José, la Santa Sede hizo público el nombramiento que me hace el Santo Padre como nuevo Arzobispo Coadjutor de la Arquidiócesis de Mérida. Hoy me dirijo a todos ustedes con un corazón cargado de gratitud a Dios, y a la vez pidiéndoles su apoyo y oración para ser un pastor bueno entre ustedes, conforme a los sentimientos de Cristo de Jesús (Cf. Fil 2,5). Somos caminantes, peregrinos en la fe, movidos por el Espíritu que nos permite experimentar a un Dios que es amor y cuya bondad y misericordia son inconmensurables. Es este Dios, luz y salvación nuestra, el que se convierte en fortaleza y ayuda (Cf. Sal 27,1) para llevar adelante nuestros sueños y proyectos; sólo Él hará prósperas las obras de nuestras manos (Cf. Sal 90, 17).


2.                  Dejo la Diócesis de Ciudad Guayana sabiendo que es el Señor el que ha ido tramando la trama de mi vida. Por más de cuatro años he trabajado en esta iglesia guayanesa, con la ayuda de su presbiterio, para que el reino de Dios acontezca como una realidad factible y no como una simple utopía que se pierde en ilusiones vagas y desesperanzadoras. He procurado ser un fiel dispensador de la Palabra y de los sacramentos, como función primaria del obispo, tal y como lo recuerda el Papa Francisco: “«s Cristo, de hecho, que en el ministerio del obispo continúa apredicar el Evangelio de salvación y a santificar a los creyentes mediante los sacramentos de la fe” I , todo ello enmarcado en el ejercicio de guiar, en la sabiduría y prudencia al pueblo que se me ha confiado.


·                     Como obispo agustino voy ahora a Mérida; tierra en la que la que mis hermanos agustinos me precedieron en la labor pastoral durante la época colonial. Para 1591 los agustinos habian fundado el convento San Agustin de Mérida, y evangelizado un gran territorio de la geografía merideña en el que destacan Mucuchies, Aricagua, Tabay, el Páramo de la Cerrada, entre otros. La impronta de este trabajo misionero permanece en la cotidianidad religiosa de todos esos pueblos, a pesar del correr de los siglos. Hay un hermoso legado agustiniano que da paso a nuevos desafíos que hay que asumir para fraguar eso que el Papa Francisco nos recuerda a cada momento: ser una Iglesia en salida.


·                     Hoy se nos pide que el oficio episcopal de enseñar, santificar y gobernar lo ejerzamos en un dinamismo o praxis sinodal, que significa discernimiento y búsqueda de la voluntad de Dios, no solo a título personal sino como comunidad cristiana. Caminar todos juntos, pastor y ovejas, tras el querer de Dios; conformarnos en “comunidad evangelizadora, la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” ‘. Es esta sinodalidad una nota constitutiva de nuestra Iglesia desde sus orígenes, tal y como nos lo recuerda S. Crisóstomo: “la Iglesia tiene nombre de sínodo” ‘.


·                     Este espíritu sinodal queda también reflejado en aquella afirmación de San Agustin dirigida a su grey de Hipona: “nosotros somos obispos, pero con ustedes somos cristianos” 4 , y marca el norte sobre el que quiero dirigir mis pasos en la labor episcopal ahora encomendada en la Arquidiócesis de Mérida. Con ustedes ser un cristiano más llamado a crecer y a madurar en Cristo (Ef 4,13) caminando todos hacia la patria definitiva, y para ustedes un obispo que presidiéndoles en la caridad les anime a ser una iglesia viva, sinodal, en comunión, participación y misión. No dejo de pedirle al Señor que me haga un obispo de mirada limpia, de alma transparente y de rostro humano, para ser en medio de ustedes el padre y pastor que todos esperan.


·                     Quiero finalizar mis letras encomendándome a la Inmaculada Virgen María, madre y patrona de la Arquidiócesis de Mérida. Ella me  ha acompañado en mi andar como cristiano desde mi niñez y a Ella consagro este nuevo encargo que Cristo y su Iglesia pone en mis manos. Junto a María Inmaculada he dicho siempre sí a Dios, emulando su Fiat, con una conciencia sabedora de todas mis pobrezas y límites, pero confiado en el amor de Dios que todo lo transforma para su honor y gloria. Tenga María Inmaculada interceder por mí y por todos ustedes, para que seamos auténticos discípulos de Jesús, su Hijo amado.


Que el Señor les bendiga y les guarde, haga resplandecer su rostro sobre ustedes y les conceda la paz.


Mons. Helizandro Terán




 

 






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