Semana de reflexión general o global por Edgar Márquez C.
Edgar Márquez C.
Estamos en presencia desde el viernes ocho de abril de los días más especiales del año, en nuestra religión católica, apostólica y romana. Lo digo al modo viejo, para no dejar dudas de que estamos alineados con Francisco Papa y el magisterio vaticano, sin dudas ni vacilación alguna.
Es decir que sigo siendo, fielmente, de la doctrina de la fraternidad, de la unidad afectiva y de sentimientos, de la vida y no de la muerte, de la paz y no de la guerra, de la solidaridad y no de los odios o separaciones, en fin, del camino del amor expresados como hijo de Dios y hermano de los seres humanos.
Esta confesión es propicia porque ahora hay sectores que no comulgan con la totalidad de nuestros principios, sino solo con unos y en estos casos optan por cubrirse con ropajes de una supuesta modernidad, con vestidos de indiferencia ante el humano, del desprecio a la unidad de la familia y de ataques constantes contra los derechos humanos, que es la peor negación de nuestra indisoluble unidad, hermandad y/ o fraternidad.
Lo digo a propósito de que el viernes pasado fue el día en que se recordó el conciliábulo de los sumos sacerdotes judíos para atrapar a Jesús de Nazareth y encauzarlo para colgarlo de un madero, de la manera más cruel que hemos tenido en la historia, porque aquel redentor que era un joven fornido y atlético terminó como un despojo humano, herido y ensangrentado por todas partes.
A nosotros los venezolanos nos corresponde, como nos lo han enseñado
catecumenalmente, volver a la reflexión general o global, sobre todas las verdades de nuestra fe, para reafirmarlas, para actualizarlas -no en aras del pregonado modernismosino a lo interior de nosotros mismos, porque, muchas veces, por sabidas las callamos y por calladas las olvidamos.
La doctrina cristiana es la misma que a mis abuelos enseñó el Padre Apolinar Granados idéntica a la que aprendieron mis padres de la boca del Padre Humberto Corredor Tancredi y a mí el Padre Vicente Alarcón.
Lo importante es que, a la luz de esas ideas perennes, ahora tengamos esa reflexión hacia lo interior, lo íntimo y personal, y hacia al exterior, para revisar cual es nuestro aporte a esa sociedad nueva, distinta y mejor a la que todos aspiramos, tan anhelada como difusa en la percepción ciudadana.
Hoy, en Venezuela observamos una crisis que nos envuelve y no nos deja ver en plenitud todo su alcance, porque siempre hacemos parcelas, o sectorizamos, en base a nuestros intereses y no hacemos en enfoque mirando a lo colectivo, a lo grande a lo mayoritario. Y debemos comenzar por ver nuestro modelo organizativo, donde la inmensa mayoría no está contabilizada por indiferencia, apatía o desgano.
Debemos alcanzar un reagrupamiento de todos los sectores, factores, grupos y tendencias de la sociedad para definirle un rumbo al país, mediante los consensos y diálogos, buscando dejar atrás los orgullos (soberbias y descalificaciones), para integrarnos todos como hermanos que somos en un proyecto de plenitud y trascendencia.
A esa reflexión humana, pero siempre soportada en lo espiritual, es a la que hoy quiero invitarles, sabiendo que ese Jesucristo de hace dos milenios no se ha mudado de la tierra y sigue vigente entre nosotros.