Mérida, Enero Viernes 27, 2023, 10:53 am
Muchas ciudades americanas se fundaron en un
tiempo en el que existió un genuino interés para que prevalecieran
instituciones que limitaran las desmedidas ambiciones de los poderosos
conquistadores españoles. El Nuevo Mundo desafió las formas convencionales de
administrar el poder y forzó hasta el extremo la imaginación europea de la
época.
En el centro de todo ese entramado encontramos
a un hombre, nacido en el año 1500, que llegó a ser el monarca más poderoso de
su tiempo. Por razones de herencia, gobernaba en los reinos y territorios
hispánicos desde 1517 y casi en toda Europa desde 1520; aunque su coronación
definitiva como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico no se hizo sino hasta
febrero de 1530.
Este joven de manera obstinada se propuso
encabezar un gran imperio cristiano que unificara a las naciones del mundo en
torno a la fe católica, apostólica y romana, aunque uno de sus más tenaces
oponentes fuera nada menos que el Papa Clemente VII que, para la época, como
todos los pontífices romanos, al mismo tiempo, era un monarca territorial
absoluto y la cabeza espiritual de la cristiandad. También fue tenaz la
oposición que surgió de Francia e Inglaterra, ya claramente conformados como
estados nacionales.
Esta también fue la época en la que surgió la
reforma protestante y, por tanto, la división del mundo cristiano y, por si
faltara algo, fue el momento en el que los musulmanes estuvieron más cerca de
conquistar el corazón de Europa, gracias al ímpetu de Solimán "el
Magnífico", Sultán del Imperio Otomano.
El joven del que venimos hablando se llamó
Carlos de Habsburgo o Carlos V y no llegó hasta donde lo hizo por tonto. El
mismo que consideró que América necesitaba sólidas instituciones, tuvo una
voluntad implacable para imponerse como demostró cuando ordenó a sus tropas
saquear a Roma y detener al mismísimo Papa, por maquinador.
Los arreglos del Papa con el rey de Francia
para equilibrar su poder frente al emperador, desencadenaron los
acontecimientos. Dos poderes de carácter universal, el papado y el imperio, se
enfrentaban nuevamente para delimitar sus espacios. Clemente VII apoyaba la
“Liga de Cognac” que era una alianza en contra del emperador formada por el
papado, Francia, Milán, Venecia y Florencia firmada el 2 de mayo de 1526.
El Vaticano intentó aplacar la reacción del
emperador ofreciéndole la coronación que le faltaba en Roma, con la expresa
condición de que se presentara sin ejército, pero aquél joven de 26 años ya
había tomado una histórica determinación: darle una inolvidable lección al
Papa, aunque luego se arrepintiera por el tamaño de los estragos.
Un año después, el 6 de mayo de 1527, las
tropas del emperador estaban destruyendo las murallas de Roma, mataron a todo
el que se les atravesó, saquearon monasterios, mansiones y palacios y se
dejaron llevar por el pillaje y la destrucción de la que no se salvaron ni las
iglesias. Sólo después de varios días se impuso la cordura.
El Papa se salvó de milagro escapando a través
del “Passetto”, un corredor secreto que une la Ciudad del Vaticano con el
Castillo de Sant'Angelo y allí se refugió y quedó sitiado. Al final, se rindió
anunciando su retiro de la mal llamada santa liga, pagó una enorme fortuna para
que se fueran las tropas invasoras, a las que antes les dio la absolución por
todos los actos cometidos, acordó iniciar las negociaciones para coronar al
emperador y le cedió Parma, Plasencia, Civitavecchia y Módena. Después dijo que
bajo coacción no se negocia.
Finalmente, Carlos V fue coronado y bendecido
por el Papa. De acuerdo a la tradición, se efectuó una consagración tal como la
había recibido Carlomagno. Se sustituyó a Roma por Bolonia, para no ofender, y
en febrero de 1530 el mismo Papa Clemente VII, en distintas ceremonias,
depositaba en la frente de Carlos V las dos coronas que le faltaban: La de
hierro de los reyes lombardos y la corona imperial de oro. Había pasado algún
tiempo desde que un rey no recibía su corona de un Papa, reafirmando que la
autoridad de los reyes venía de Dios. Esa idea, menoscabada por la Revolución
Francesa, persistió en la mente de uno de los más notables hijos de esa
revolución, Napoleón Bonaparte, que también quiso que un Papa lo coronara, pero
esa es otra historia.
Carlos V, que llegó a ser considerado el “dueño
del mundo”, al contrario de lo que pueda pensarse, abdicó entregando todo su
poder dos años antes de morir y se retiró a un lejano monasterio ubicado en las
inmediaciones de la población española de Cuacos de Yuste, al noreste de la
provincia de Cáceres, donde murió en 1558.
Con poquísimo poder, sin carácter ni valentía,
hoy abundan políticos y gobernantes que no saben cómo retirarse a tiempo.