Mérida, Abril Martes 16, 2024, 12:20 am

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Los libros y la vida por Ricardo Gil Otaiza

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Ricardo Gil Otaiza


Cada vez que celebramos el Día Internacional del Libro y del Idioma Español, los medios y las redes se apresuran a indagar acerca de cuál es el libro que nos cambió la vida. Recuerdo que hace ya bastantes años una amiga, quien hacía unos talleres de formación espiritual y filosófica, me obsequió un libro y me pidió que lo leyera y que hablara de mi experiencia de lectura en un evento, lo cual implicaba que contara cómo esa lectura había cambiado mi percepción de la existencia. Leí el libro y me pareció interesante, pero no tanto como para afirmar que aquellas páginas marcaban en mí un antes y un después. Es más, me resistía a esa absurda idea. Me preparé para el encuentro con los colegas y con los lectores, y escribí mi experiencia.

Recuerdo que en el presídium nos encontrábamos un grupo de académicos quienes disertaríamos sobre el libro, en medio de una gran expectativa. A mi lado estaba sentado un señor de edad avanzada, profesor y filósofo, quien exhibía la actitud arrogante de aquellos que se sienten sobrados, conocedores del bien y del mal, atisbadores desde su “gran altura” y de su cima, de las excrecencias de quienes estamos abajo en las arenas del común. Cada uno fue describiendo ante un público atónito y deslumbrado, cómo aquél libro, receptáculo de lo humano y lo divino, les había cambiado la vida.


Cuando llegó mi turno dije, palabras más, palabras menos, que me parecía una lectura interesante, que el libro estaba bien escrito, pero de allí a expresar que me hubiera cambiado la vida era una total desmesura y que yo no me sumaba al coro. Cerré mi participación afirmando que a mí la vida me la había cambiado la totalidad de los libros leídos hasta entonces (varios cientos), pero no uno solo en particular, porque la lectura es una suma exponencial de experiencias, emociones y sensaciones, y en el caso preciso de sus beneficios, el “todo es más que la suma de las partes”. Más valía que no, porque a mi lado el “filósofo” me lanzaba miradas de fuego, auténticas llamaradas, y en algunos instantes de mi lectura noté que quería interrumpirme, pero yo no le prestaba la menor atención. Desde entonces el “filósofo” me agarró ojeriza y nunca más compartimos un pódium.

He leído mucho en mi vida y puedo afirmar sin temor a caer en presunciones, que mi vida está marcada por un antes y un después de hacerme adicto a la lectura. Sí, adicto, porque cuando no puedo leer se produce en mí un auténtico síndrome de abstinencia, que se caracteriza, entre otras cuestiones, por mal humor, desasosiego, sensación de vacío y de carencia de un “algo” intangible que solo llena la lectura. Los libros son para mí ese espacio en donde hallo plenitud y consuelo y en sus brazos me siento mecido por la marea de la vida. Los libros me acompañan en todas partes, son un pasajero más en los viajes y sin su presencia me siento incompleto y en total minusvalía.

No miento si les digo que los libros están tan unidos a la historia de mi vida, que cuando quiero repasarla solo me basta estirar la mano y sacar los ejemplares de los estantes, cada uno de ellos me cuenta instantes, momentos, alegrías y tristezas, y son ellos los que me relatan pasajes ya olvidados, encuentros perdidos en las brumas del tiempo, lugares ignotos que son parte de mi prehistoria, sucesos que fueron importantes en mi trasiego existencial. Cada vez que saco un libro del fondo del anaquel, llega a mi mente el momento en el que lo compré, en qué librería lo adquirí, qué hacía entonces y cómo me sentía, con quién me relacionaba y cuáles eran mis sueños e ilusiones. Cada ejemplar representa un peldaño en mi devenir, como si estuviera tatuado en mi piel y en mi alma.

Cuando veo fotografías de Jorge Luis Borges pegando a sus ojos casi ciegos las carátulas de sus amados libros, olfateando sus páginas, buscando aquí y allá entre los estantes, hurgando en medio de ellos como quien desea desvelar su presente y su destino, sencillamente me conmuevo, me identifico con él; sé lo que sentía y lo que sufría porque he vivido similares emociones y he estado en idénticos paraísos y avernos. Sé que para él todo aquello era el súmmum de la felicidad, el goce más allá de lo sensorial, para internarse en los más hondos intersticios del desvarío y de la razón. Los libros eran para él los ejes alrededor de los cuales giraban sus más claros intereses intelectuales y, qué duda cabe, las chispas que echaban a andar los más geniales procesos creativos.

El todo libresco me constituye, me he nutrido de él, he bebido incansable en sus aguas a través del tiempo. Nada, con la excepción hecha de mi familia, ha representado para mí mayor interés y mayor atractivo que el mundo de los libros. Sin más, han sido mi tesoro, la fuente de un placer inmenso que me ha fortalecido en los momentos más duros de mi existencia.

A los libros y a la lectura debo el salto cualitativo dado con la escritura, que ha sido un extraordinario complemento y me ha permitido mostrarme sin más ante los lectores y escribir mi propia obra (que ya llega a treinta y nueve libros en distintos géneros). Como fiel representante del legado de Gutenberg (amo los libros impresos) abogo por su permanencia entre nosotros, por la reactivación de la cadena de comercialización, por el renacer de las librerías y las editoriales, por el esplendor de las ferias del libro y sus exquisitas mieles.

rigilo99@gmail.com





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