Mérida, Abril Viernes 19, 2024, 04:58 pm
En medio de la “última
cena”, el Señor Jesús les muestra a sus discípulos cuál será en verdad su único
documento de identidad: “la señal por la que
conocerán que son discípulos míos, será que se amen unos a otros”. (Jn 13,31)
que gran responsabilidad nos confía hoy el
Señor.
El
mandato es muy claro, para ser del equipo de Dios hay que amarse y, además, de
modo extraordinario, dando sin esperar nada a cambio y entregando toda la
riqueza con la que su amor nos ha colmado, nuestros dones y talentos al
servicio de una nueva humanidad.
Hablar
hoy de camino sinodal, ir juntos en la misma dirección, pasa por una primera e
importante dimensión: la comunión, que no es otra cosa sino el amarnos y
cuidarnos unos a otros porque todos somos hijos del mismo Padre y todos nacimos
de nuevo a una esperanza viva. (1 Pedro 1,3-4), y pese a nuestras diferencias
todos unidos formamos el Cuerpo de Cristo que es su Iglesia. (Colosenses 3,11-15).
Pudiéramos
pensar que es una mera postura hablar en la
Iglesia, simplemente de “democracia”, como cristianos vamos al consenso, la
integración de todos y a la búsqueda de la unidad en medio de las diversidades.
Justamente la palabra sinodalidad intenta recoger cómo articulamos la
diversidad de tal manera que pueda surgir armonía o sinfonía; es el gran
proyecto de Francisco. Por eso decimos que la sinodalidad tiene que ser vivida
como una “experiencia eclesial”, es decir, como el modo de funcionamiento
cotidiano de la Iglesia y, a la vez, como articulación, organización o
estructura en el funcionamiento eclesial, todo un proceso de cambio, de
conversión pastoral.
El Papa indica, ya desde el comienzo, que la
sinodalidad empieza con una actitud de escucha, pero escuchar es más que oír,
dice él; y, para que sea realmente una actitud de escucha y de diálogo, hay que
tener libertad para hablar. Al Papa no le da miedo que esa libertad para hablar
refleje diversidad de posturas porque, como él comenta en alguna ocasión… Pedro
y Pablo también discutían, se enfrentaban y levantaban la voz... Ahora bien,
hablar con libertad supone estar dispuesto a escuchar con atención y con
humildad.
Por tanto, la
sinodalidad es un proceso de “sinergia o de convergencia para la misión”. Es
decir, no se trata cambiar estructuras por el simple hecho de cambiarlas, sino
que lo que se procura es que la aportación de cada uno converja en un proyecto
común, manteniendo su propia peculiaridad. Sin dejar de tener en cuenta que las
polaridades no tienen que ser negadas, sino que se busca cómo hacer que esas
polaridades puedan integrarse en un camino común.
A nivel internacional el
Papa Francisco dice que hay que intentar una globalización policéntrica o
multipolar para que cada polo pueda mantener su propia aportación y que no sea
eliminada. Uno de los principios que él subraya mucho es que el todo es mayor
que la parte y cada parte, cada particularidad, tiene que integrarse en el
todo, de tal manera que la Iglesia tiene que ser diversa, plural, por eso es
católica, todo esto con vistas a la misión y a la evangelización en las
periferias.
Quiera Dios que
aprendamos juntos a vivir este tiempo de sinodalidad como una ocasión propicia para el encuentro, la escucha y la
reflexión, que nos permita, como resalta el Papa, la oportunidad de “encaminarnos no ocasionalmente sino estructuralmente hacia una Iglesia
sinodal” y “ser una Iglesia de la escucha”, para tomarnos una
pausa de nuestros ajetreos, para frenar nuestras ansias pastorales y detenernos
a escuchar. “Tenemos la oportunidad de ser una Iglesia de la cercanía que,
no sólo con las palabras, sino con la presencia, establezca mayores lazos de
amistad con la sociedad y con el mundo. Una Iglesia que no se separa de la
vida, sino que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas de nuestro
tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el bálsamo
de Dios.
Mérida, 8 de mayo de 2022