Mérida, Enero Lunes 30, 2023, 12:45 am
La lucha por el poder político,
temporal y humano, derivó hacia una confrontación nada racional, si la vemos
desde el punto de vista doctrinario y principista, pero muy acorde con los
tiempos de mínima cultura política y despego de la solidaridad hecha causa
común de los pobladores.
A lo largo de los cuarenta años de la
etapa democrática, con alternabilidad de grupos con fines electorales, fuimos
observando elementos, situaciones y descubriendo intereses, que nos condujeron
a la disolución de la estructura de los partidos como entes de participación,
orientación y desarrollo de las campañas políticas, en todos los niveles
territoriales.
A la supremacía, por tiempos contados
en años, de Acción Democrática y Copei, se fueron uniendo errores y vicios que
dieron al trate con las estructuras de los partidos y hasta con su utilidad,
poniendo de lado varias cosas importantes: la doctrina o cuerpo de base para el
pensamiento social y político (porque ambos aún la tienen escrita, más no
pensada y menos practicada), el programa de gobierno o desarrollo práctico de
las ideas políticas, la moral del dirigente y militante, y la connivencia con
irregularidades administrativas.
Hubo unos momentos en que podía
confundirse el dirigente de uno u otro sector, en que las campañas fueron
torneos de oferta ilusionaría y en los que la militancia fue despreciada en sus
pequeños aportes de dinero (dos bolívares aportaba papá en Copei, cada mes)
para vivir a la sombra del poder, en todos los sectores territoriales.
Despojados de la ideología por obra
del descuido, desinterés e irresponsabilidad, los viejos partidos no buscaron
la actualización (aggiornamiento han dicho varios pontífices) y dejaron que
otros vendedores de baratijas políticas ofrecieran fórmulas que se traducían no
solo en el antipartidismo, sino, lo peor, en la antipolítica.
Fue así como el bipartidismo, que
nunca fue bien enfrentado por corrientes renovadoras (debido al necesario
esfuerzo imitador de Betancourt y Caldera), las cuales buscaron más bien la vía
acomodaticia de la publicidad desde Caracas y del marketing, se debilitó ante
el nuevo país que iba surgiendo o creciendo, y llegamos a un momento ideal para
el populismo, la demagogia y el engaño, todo asistido por los viejos
resentimientos y la conspiración desde las propias instancias democráticas.
Fue así como de las ideologías,
superadas por el desconocimiento de la población, salieron apenas vientos
ideológicos que en el ahora se han convertido en auténticas tempestades, no
solo en Venezuela, sino también en otros países del vecindario americano.
Son solo vientos que emergen de
diferentes direcciones y que, en lo concreto, contribuyen a las confusiones,
dejando intactas las prácticas populistas y demagógicas, con las cuales se
asume que cada país es un escenario para tener clientela fácil, descuidada
culturalmente y, por lo tanto, espacio fértil para entremezclar lo negador de
la libertad con el descuido en los servicios públicos, pero con dádivas que
buscan y lograr aquietar la comprensión de los hechos y el compromiso de cada
persona ante la sociedad, ante sus propios hermanos.
Los vientos se anuncian y conocen por
sus trayectorias, pero no se pueden combatir o evitar, y tienen la
particularidad de ser más fuertes en determinados (sin saberse) territorios,
con mayores o menores daños.
Lo que sí nos resulta posible, humanamente,
ante ellos, es prepararnos con defensas, tanto materiales como intelectuales
(para lo político) y entendernos los colectivos de ciudadanos para asumir el
cuidado y la protección ante todos, tanto los ideológicos como los naturales.