Gracias a la
secularización de la política, el Estado dejó de ser confesional, se emancipó
de cualquier tutela religiosa y se convirtió en un Estado laico.
La modernidad
fortaleció este proceso de muchas formas: Sustituyendo el teocentrismo por el
antropocentrismo, promoviendo el materialismo y haciendo de la ciencia y de la
razón medios para alcanzar el conocimiento que naturaliza la realidad sin
intervención divina, tal como se expone en la teoría de la evolución natural de
Darwin, en las teorías científicas sobre el inicio del mundo y en los
descubrimientos astronómicos y metafísicos del siglo XXI.
No obstante, quizás
uno de los pensadores más influyentes en este proceso no fue un hijo de la
modernidad sino de la Grecia clásica. Los escritos de Aristóteles, que animaron
las enseñanzas escolásticas a partir del siglo XIV, tenían muy claro que la
sociedad civil es en sí perfecta y autárquica y no requiere la santificación de
ningún órgano sobrenatural.
A partir de entonces
se fue consolidando la idea según la cual la autoridad espiritual debía carecer
de fuerza coactiva porque no era más que una instrucción ética fundada en el
derecho a enseñar; que era necesaria una reforma a fondo de la Iglesia que
incluyera la transferencia de la jurisdicción eclesiástica a los tribunales y
la secularización de la educación.
También se empezó a
considerar que las propiedades en manos del clero fueran sólo un medio para
desarrollar su tarea espiritual, pero que el control legal de esas propiedades
debía residir en la autoridad secular; que jurídicamente el derecho de un papa
a deponer a un rey no era mayor que el de un rey a deponer a un papa y que
ambos podían ser legítimamente depuestos, pero sólo por la autoridad
propiamente constituida que los elige y que la autoridad espiritual reside en
la Iglesia misma, en cuanto cuerpo.
Así llegamos a
Marsilio de Padua (1275-1343), el primer teórico del "Estado Laico",
que fue médico, filósofo, profesor de la Facultad de Artes de la Universidad de
París y rector de la misma entre los años 1312 y 1313, con cuyas obras se
inaugura la idea de la subordinación del poder religioso al Estado.
La base filosófica de
la teoría de Marsilio de Padua deriva de Aristóteles quien reivindica que la
comunidad autárquica es capaz de subvenir sus necesidades físicas y morales. A
Marsilio le interesaba, sobre todo, acabar con el imperialismo papal que
pretendía controlar, directa o indirectamente, la acción de los gobiernos
seculares. En el "Defensor Pacis" (1324), al tiempo de diferenciar
entre razón y revelación, desarrolla una teoría del gobierno secular basada
directamente en la práctica y las concepciones de las ciudades-estados
italianas.
Adelantándose por
mucho a otro gran italiano, Nicolás Maquiavelo (1469-1527), Marsilio afirmó la
autonomía de la política frente al fenómeno religioso, la importancia de la
soberanía popular, la supremacía del poder legislativo sobre el resto de los
poderes, la distinción entre ley humana y ley divina y la concepción de que el
fin de la comunidad política es la de garantizar la convivencia y el "buen
vivir".
Marsilio consideraba
que el orden político debía ser competente para regular todos los aspectos de
la vida social y que el equilibrio y bienestar del cuerpo social y político se
generaban por la voluntad común de todos los ciudadanos que, en función del
bien superior de la “civitas”, se imponía sobre todas las voluntades
particulares. “La totalidad de los miembros de la sociedad ostenta el poder de
ordenar las partes del cuerpo civil para el bien del conjunto, aunque de hecho
sea sólo su parte principal (pars principans) la que habitualmente lo ejerza
por delegación o representación”.
Setecientos años
después, muchas de estas ideas nos parecen “normales”, constituyen el estándar
del mundo occidental y aparentemente no generan demasiadas controversias. Sin
embargo, el integrismo religioso sigue negando la concepción laica de la vida y
la enfrenta con las armas del fanatismo y el terror. Algunos hasta piensan que
se trata de un choque cultural o de civilizaciones. A quienes no nos extrañan
esas ideas, nos cuesta comprender que todavía tengan tan feroces enemigos.