Mérida, Enero Lunes 30, 2023, 01:33 am
Ya son más de tres décadas entregadas a la opinión pública. Toda una
vida, sin lugar a dudas. Mi existencia ha girado en torno de cuatro ejes
fundamentales: la familia, la enseñanza universitaria, la lectura y la
escritura. Todos se amalgaman para articular lo que soy; o lo que he
pretendido ser. Si de manera artificiosa lograra extraer de mi historia
personal a uno de estos ejes, pues todo se vendría abajo como un
castillo de naipes. No obstante, quiero referirme al último en
particular, por ser, si se quiere, fundante en mi manera de vivir y de
ver el mundo y, además, el que me ha impulsado esta tarde a trajinar la
página en blanco.
La escritura, y en particular la de mis
columnas en la prensa, ha sido un oficio exigente, muy duro, porque ha
implicado echar a andar una suerte de disciplina, que me empuja a estar
semana a semana en las páginas impresas y digitales de la prensa
venezolana. Y cuando digo disciplina, me refiero a todo su significado
desde lo literal: “la observancia de las leyes”, nos dice el Diccionario
de la Lengua Española. Extrapolándolo al presente caso, se trata de la
observancia de las normas de la escritura. Casi podría decirse que un
bucle recursivo: la escritura da pie a unas normas que son productoras a
su vez de la escritura. En otras palabras: no todo está dicho en el
arte de escribir bien.
Sin embargo, no todo son normas en este
complejo oficio. De nada nos serviría la gramática española sin el
talento para producir un texto meridianamente decente y legible, y si no
sintiéramos los deseos de comunicar “algo”. Quien escribe para la
prensa comunica su pensamiento a los lectores, quienes lo tomarán e
internalizarán, o lo tirarán al cesto del olvido. La escritura para la
prensa es propia de hormiguitas, ya que sus resultados no son
inmediatos, sino que se consolidan (o no) en el tiempo. Cada texto
vendría a representar ese granito de azúcar o esa miguita que cargan con
mucho esfuerzo, y que a la final servirá para alimentar al resto.
La
escritura permanente y continua para la prensa nos entrena en el
oficio, que no se aprende en ninguna universidad, sino que es por ensayo
y error. Haremos talleres literarios, estudiaremos letras o periodismo,
pero si no nos lanzamos de lleno a la escritura, con todos los riesgos y
sacrificios que supone, de nada valdrá toda esa episteme recibida
porque no sabremos qué hacer con ella. Sería como esos exámenes a libro
abierto, en los que los jóvenes se devanan los sesos pasando las páginas
de los libros en todas las direcciones, pero nada consiguen desvelar, y
terminan fracasando.
La orquestación perfecta entre el talento
natural, la disciplina y el oficio per se (que incluye a las denominadas
musas), trae como resultado plasmar en la página lo que llevamos
dentro, y que eso mueva al lector a la reflexión y a la acción. Si bien
es cierto que el artículo de prensa tiene una vida corta, la sumatoria
de todos estos esfuerzos semanales (y durante años) produce una sinergia
extraordinaria y, lógicamente, unos resultados. A veces creemos que
estamos solos en esto, porque no recibimos la realimentación inmediata,
pero la experiencia me dice que esa percepción es falsa, que al otro
lado de la pantalla siempre habrá alguien que a lo lejos (o de cerca)
nos sigue, y se ha creado en torno de nuestro trabajo un criterio
definido y cierto (por lo menos para sí).
Hace pocos días fui
sorprendido por un mensaje que recibí en WhatsApp desde un número no
registrado. En el mismo, la persona que me escribió (quien resultó ser
un joven estudiante de Comunicación Social, que le pidió mi número a un
amigo común y me contactó), me expresa algo tan hermoso y satisfactorio,
que vale todo el oro del mundo: “Leo sus artículos en el diario El Universal,
usted me parece un fuera de serie”. Como todo artista, los escritores
también tenemos nuestro ego (unos más que otros, por cierto), y este
tipo de reconocimiento por parte de un lector (quien es al fin y al cabo
el objetivo teleológico de nuestra escritura y de nuestros afanes)
zanja toda herida, eleva la moral, nos sumerge en una nube que nos
impulsa a seguir adelante.
Obviamente, no todo es un nicho de
rosas en el oficio. Quienes escribimos tenemos la sensibilidad a flor de
piel y cualquier detalle, por nimio que parezca, nos conmociona. En lo
particular, basta un gazapo en la página para que me ponga de mal humor,
y que ese día sea para mí un verdadero suplicio chino. Un comentario
despectivo hecho por un lector acerca de un texto o de un libro, por
supuesto que no nos gusta. Quisiéramos que nuestro trabajo fuera
valorado y reconocido. Una crítica literaria hecha sin fundamentos
reales, que le cae a palos y sin misericordia al texto por pura inquina y
mezquindad, es para nosotros un dardo envenenado con curare, que nos
puede hundir en una profunda depresión y desencanto.
Empero, los
escritores estamos conscientes de que no siempre serán aplausos lo que
recibamos por nuestro trabajo. Si la crítica tiene razón, la acepto sin
reticencias. Si la aguda e incisiva observación dio en el clavo, pues
mala suerte, trago grueso y tendré más cuidado la próxima vez. Quienes
escribimos nos mecemos en el vacío, y como verdaderos equilibristas
buscamos poner los puntos sobre las íes, y con un lenguaje de altura. Si
lo alcanzamos, ¡eureka!, misión cumplida.
rigilo99@gmail.com
www.ricardogilotaiza.blogspot.com