Mérida, Junio Sábado 10, 2023, 01:47 pm
La prosa de Javier Marías (Madrid, 1951-2022) es mundialmente conocida
por sus novelas: intelectuales, milimétricamente construidas, con un
lenguaje formal y complejo de largas frases, de oraciones subordinadas y
de profusas digresiones, hilvanadas desde la vivencia y engranadas con
lo literario. Quienes lo leímos activamente, es decir, escrutando aquí y
allá en otros de sus textos, empapándonos de su vida, hurgando en los
intersticios y en la letra pequeña de lo escrito por él y por otros,
sabíamos que hay en ellas mucho de autobiográfico. Creo que fue Borges
quien afirmó que toda creación literaria es autobiográfica, y tenía
razón, porque sin pretenderlo, muchas veces, dejamos escapar cuestiones
que llevamos dentro: personajes, anécdotas, nombres y apellidos,
ciudades, viejos recuerdos y anhelos de la infancia, buenas y malas
épocas vividas, episodios guardados en el cajón de los recuerdos y, que
sin mayores pretensiones, se escapan por un agujero para quedar
plasmados en las páginas como testigos de nuestro paso por la vida.
Como
todo artista, Marías tuvo sus influencias, producto de los autores que
amaba desde casi su niñez: Shakespeare, Faulkner, Stevenson, Henry
James, Proust, Juan Benet y sir Thomas Browne, por ejemplo, y algunos de
sus libros responden a ellas (no fue influencia en su carrera James
Joyce, cuestión que afirmó Vargas Llosa en su artículo de tributo a
Marías), pero lo que más llama la atención es que casi todas sus novelas
tienen como germen un suceso o un personaje familiar, y el propio
creador nos habla en la entrevista que le concediera a Sarah Fay (Una entrevista: The Paris Review / Javier Marías: el arte de la ficción)
de aquellos influjos (su madre y su hermano Miguel han sido sus mayores
influencias familiares). En otras palabras, su vida en el hogar
primigenio se ve reflejada en ellas, y a decir en su propia voz: “Paso
mi vida por un filtro. Eso es lo que cuenta para mí”. Sin más: sucesos
tamizados desde lo literario.
Nos cuenta Marías en aquella celebérrima entrevista, que en Negra espalda del tiempo
(llamada por él como “falsa novela”) inserta frases de su madre, habla
de su hermano fallecido y el narrador es alguien llamado Javier Marías,
que ha publicado una novela titulada Todas las almas. En el primer tomo de su trilogía Tu rostro mañana (Fiebre
y lanza) hay un momento en el que cuenta la historia de un tío suyo
asesinado en la Guerra Civil a la corta edad de diecisiete años. En Corazón tan blanco su tía abuela materna cubana Lola aparece retratada como abuela del narrador. En Todas las almas el narrador es profesor de Oxford, como lo fue él durante un corto periodo de tiempo. El siniestro personaje Custardoy, de Corazón tan blanco, lleva uno de los apellidos secundarios de Marías, así como también Ruibérriz de Torres, de Mañana en la batalla piensa en mí.
Como
puede observarse, la novelística de Javier Marías responde a la memoria
familiar, y a sus propias vivencias, y no resulta nada extraño que esto
sea así. Si se quiere: es lo previsible. Quienes escribimos lo hacemos
desde nuestra propia interioridad, desde nuestra visión e historia, solo
que pasamos todo ese material por la criba del hecho literario, y su
resultante es, sin más, ficción. Nuestros personajes pueden tener en
nuestra mente un rostro y un nombre, pero al pasarlos al texto, al
darles nuevas vidas y derroteros, los estamos literaturizando. En
palabras del propio Mario Vargas Llosa en su libro La verdad de las mentiras:
“Las cosas no son como las vemos sino como las recordamos, escribió
Valle-Inclán. Se refería sin duda a cómo son las cosas en la literatura,
irrealidad a la que el poder de persuasión del buen escritor y la
credulidad del buen lector confieren una precaria realidad”. Bajo esta
lógica, y como criterio muy personal, soy de los que piensan que no
existen las denominadas novelas históricas (esto es un verdadero
contrasentido), sino historia fabulada, tal y como lo planteaba el gran
novelista venezolano Francisco Herrera Luque, cuya portentosa obra, que
leí con arrobo en mi juventud, es fiel reflejo de tal postura
epistémica.
No nos dejó Javier Marías una autobiografía, que en
lo particular me hubiera encantado, pero en realidad no hizo falta,
porque, como hemos visto, en cada página de sus extraordinarias novelas
palpitan sus genes y su devenir. Y, cuidado, no solo en sus novelas,
sino que hay decenas de textos ensayísticos y de opinión en los que dejó
al descubierto su piel y sus más recónditos sentimientos, en los que
expresó sin ambages y de manera descarnada, como era su estilo, su
parecer en torno de muchos episodios de su vida y de su familia. Amó a
su madre como a nadie en la vida, también a sus hermanos y a su padre, y
a ellos se acercó en sus páginas con cautela, es verdad, pero con gran
honestidad, y lo que expresó queda como testimonio de que ellos
representaron en su obra una gigantesca cantera de posibilidades
estéticas.
El Marías íntimo está también presente cuando opina,
cuando discurre sobre hechos de la vida diaria, cuando describe con
largas oraciones y digresiones (que a muchos desprevenidos llevan los
demonios), sucesos que lo marcaron y dejaron sembradas en su mente y en
su corazón semillas de pasión por la vida y por la literatura. Fue
nuestro autor un esteta, pero sobre todo, un gran romántico.
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