Mérida, Enero Domingo 29, 2023, 11:26 am
En cualquier momento se puede
producir una información de alto interés nacional, en la Ciudad del Vaticano.
La canonización del trujillano (de Isnotú) Doctor José Gregorio Hernández
Cisneros se mantiene en el mejor de los secretos, sometida a las más
exhaustivas averiguaciones, revisiones científicas, chequeo de informes y
expedientes muy específicos, en medio de las oraciones y súplicas cristianas.
En julio pasado, el Cardenal Baltazar
Porras (que para el común de los merideños sigue siendo el afable Monseñor
Porras, sin el agregado cardenalicio) consignó ante la Sagrada Congregación
para la Causa de los Santos los elementos probatorios de un nuevo milagro
obrado por intercesión del médico andino.
La experiencia y el talento del
Arzobispo de Mérida, hoy Administrador Apostólico en Caracas, nos hacen pensar
que todo se sustanció de acuerdo a la mayor formalidad, seriedad y orden, para
que avance la causa y para que, pronto, los venezolanos nos alborocemos con el
anuncio que, seguramente, lo hará en Santo Padre Francisco.
El Doctor Hernández es na
personalidad muy interesante, desde todos los puntos de vista. Como ciudadano,
estudiante, profesional, fiel católico y venezolano. Deseoso de ser religioso, en uno de sus días
de visita a la sede arzobispal caraqueña el titular Monseñor Juan Bautista
Castro le dejó claro, en su propia cara, que su camino espiritual pasaba por
mantenerse en la medicina, en la investigación médica y en la enseñanza.
En adelante ya no hubo más desvelos
por dudas en su vocación, lo que sirvió para acrecentar su dedicación a la
atención de todos los que lo requirieron como médico. Entre estos pacientes figuraron el mandatario
nacional Juan Vicente Gómez y su hermano Juancho.
De un apuro presidencial quedó la
anécdota de que el pago recibido por la consulta había sobrepasado la precaria
tarifa, por lo que el galeno devolvió lo excedido, en medio de la sorpresa del
entonces jerarca tachirense.
Hernández cobraba muy poco en su consultorio,
dos o tres bolívares, que cada persona debía colocar en una cajita ubicada
cerca de la puerta de entrada. Él no
sabía si pagan o no, porque la persona que no tenía, ni siquiera estaba
obligado a dejar las gracias o expresar la gratitud. El propio dinero depositado servía para
comprar medicinas, luego suministradas gratuitamente a los necesitados.
Caracterizado por ser acertado en sus
revisiones y diagnóstico, en medio de una sencillez absoluta, nadie pasó por su
despacho sin una orientación y sin el tratamiento, además de que en la
Universidad Central de Venezuela nunca interrumpió las labores de investigación
y enseñanza, donde sus colegas (gente no creyente como Luis Razetti) lo
admiraban por su entrega apasionada a la profesión y su absoluta honradez y
pulcritud moral.
Es por eso que su fallecimiento, del
cual se cumplieron ciento tres años el pasado 29 de junio, fue un
acontecimiento nacional. Tanto que la multitud llevó el féretro desde la
catedral de Caracas hasta el cementerio general del sur durante horas bajo la
consigna de que “José Gregorio es del pueblo”.
Más de un siglo devocional. En
cualquier momento se producirá esa gran noticia. Desde Roma nos dirán que,
oficialmente, nuestro paisano andino es santo de los altares. Un orgullo de nuestra
tierra montañera y un compromiso para imitar su obra y vida.