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CRÓNICAS MEMORABLES

Un científico llamado Jacinto Convit García por Orlando Oberto Urbina

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Un científico llamado Jacinto Convit García por Orlando Oberto Urbina


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Jacinto Convit, extraordinario ser humano y lleno de convicción; ése que adoraba ser un galeno lleno de humanidad en una época en que la lepra originaba el prejuicio más arraigado dentro de la sociedad venezolana. A los leprosos se les encadenaba y se les custodiaba por parte de autoridades policiales. Jacinto Convit: un defensor contra el maltrato de las personas con lepra, pues exigía respeto para sus enfermos, y una mejor conducta hacia los que padecían la enfermedad.

La lepra es, posiblemente, la enfermedad más estigmatizante que conoce la historia humana. Desde que se conoce este mal, aquellos que lo padecen son segregados, aislados severamente y tenidos como peligrosos para la salud pública. Convit, ese médico venezolano curtido de mucha sensibilidad social y humana, había desarrollado con su equipo de científicos una serie de investigaciones en el área dermatológica que condujeran a la Clofazimina, incluida en la vacuna contra la lepra y la lehismaniasis, y su logro se basó en la observación de los cachicamos de la zona del Guri, en el estado Bolívar, que eran inoculados en el laboratorio con el temible bacilo de Leprac, portador de la lepra.

En algunos pasajes de la biblia se ilustran varios episodios en los cuales los leprosos son protagonistas. De hecho, el Evangelio atribuye a Jesucristo la curación milagrosa de uno de ellos. Y casi dos mil años después, la prevención y tratamiento de la lepra ya no es cuestión de milagro, sino un hallazgo gracias a las investigaciones del ilustre médico venezolano Jacinto Convit García. Él es conocido internacionalmente por el desarrollo de la vacuna contra la lepra, una enfermedad que combatió desde el inicio de su carrera de medicina, y cómo este ilustre caraqueño pudo impedir una catástrofe médica por lehismaniasis en el Medio Oriente.

Toda esta enfermedad comienza con una picada de mosquito infectado por el bacilo, que rápidamente se aloja en la piel formando una llaga que le va devorando poco a poco la piel. Al infectarse la herida, las cicatrices te van acompañar de por vida. La lehismaniasis es una enfermedad que usualmente no ocupa titulares de prensa, y que ahora puede convertirse en una preocupación mundial por este brote que se ha estado registrando hace unos años entre los refugiados de Siria, que se ha detectado en los países que los reciben, ya que este brote se ha expandido por todo el Medio oriente. Frente a este drama  internacional, el nombre de este científico venezolano ha comenzado a mencionarse, como un escudo de protección ante esta terrible enfermedad. 

 También, en  el año 1989, el doctor Jacinto Convit anunció el hallazgo de la vacuna, lo que promovió su postulación al Premio Nobel de Medicina en 1988.  Su pasión día y noche para descubrir la cura para tratar la enfermedad no tenía límites, y junto a un equipo de trabajo conformado por seis médicos venezolanos y dos italianos, comenzó a hacer varias investigaciones, obteniendo resultados sorprendentes al utilizar el aceite de Chaulmoogra, podría fungir con gran efectividad en contra de este mal. Este aceite y sus resultados causaron el cierre de las conocidas leproserías donde los enfermos eran encerrados y vejados en su condición humana.

El desarrollo de un modelo de vacunación contra la lepra ha sido una de las contribuciones que le ha dado más notoriedad internacional al Dr. Jacinto Convit, demostrando por primera vez que una mezcla de Myeobacterium Leprae con BCG producía una lisis total del agente de la lepra al inyectarse en pacientes lepromatosos.

En virtud de esto, nunca le gustó ejercer la medicina privada; sino que, desde temprana edad, decidió poner todo su empeño en la investigación con un equipo de la Universidad Central de Venezuela, desde donde desarrolló un tratamiento experimental en el Instituto de Biomedicina para la creación de una autovacuna contra el cáncer de seno, estómago y colón. Dicho procedimiento está basado en su exploraciones con inmunoterapias.

Este gran venezolano era un personaje fuera de serie, de una infinita sencillez, que  trabajaba incansablemente para beneficio de la humanidad y sobre todo, para los más necesitados, lo cual ha sido fuente de inspiración para muchos científicos en el mundo. Nos llenó de mucho orgullo saber que era un médico entregado a la investigación de la salud, un hombre de nuestra universidad y ejemplo de generaciones.

Por encima de los múltiples reconocimientos recibidos, el doctor Jacinto Convit tendrá siempre la admiración y el respeto de sus conciudadanos, y especialmente de aquellos enfermos que, gracias a su tesón y ciencia, tuvieron una esperanza de salvación. Además, hay que señalar que en el bachillerato de aquellos años, tuvo dos grandes maestros que seguramente marcaron su horizonte en el liceo Andrés Bello. Ellos fueron Rómulo Gallegos, y Pedro Arnal.

 En sus comienzos de la carrera de medicina trabajó con dos profesores de la cátedra de dermatología de su facultad, en ese año de 1937: el Dr. Martín Vegas y el Dr. Carlos Gil Yépez. Ellos inician los estudios contra la lepra en la leprosería de cabo blanco, ubicada en  el Estado Vargas, lugar que amparaba a cientos de pacientes afectados por esta enfermedad.

Cabe destacar que nació en Caracas, un 11 de Septiembre de 1913, en la populosa Parroquia de la Pastora, se graduó de médico en la Universidad Central de Venezuela en el año 1938, y comienza a dirigir el leprocomio de Cabo Blanco en Anare, hoy Estado Vargas, y desplegó una relevante labor científica en el Instituto de Biomedicina de la UCV, del que fue su director, al cual concurría, a pesar de sus trastornos de salud y su muy avanzada edad, que ya superaba los 99 años de edad. Este hombre hijo de Francisco Convit Martí y Flora García Marrero, se casó con Rafaela Martota y ellos procrearon cuatro hijos: Francisco, Oscar y los gemelos Antonio y Rafael Convit. No olvidemos a estos memorables hombres de la gran Venezuela.





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