Mérida, Mayo Domingo 28, 2023, 09:27 pm
Uno de los
grandes personajes del Adviento es el profeta Isaías, nos habla del Dios que ya
está cerca, el Dios-con-nosotros, por tanto, la primera palabra es “cercanía”,
es el Padre que viene a nosotros para darnos el regalo de su Hijo, y como lo
dice el mismo Profeta: “Nunca se oyó que otro Dios fuera de ti actuara así a
favor de quien espera en él” (63,16). O también como nos lo recuerda
Deuteronomio: “¿Quién está tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros,
siempre que lo invocamos?” (4,7).
El
Adviento es por tanto tiempo para hacer memoria de la cercanía de Dios, que ha
descendido hasta nosotros. Con el salmista oramos: “Vuelve, visítanos, ven a
salvarnos” (Sal 79,15.3). “Dios mío, ven en mi auxilio” es muchas veces el
comienzo de nuestra oración, un primer paso de la fe que nos mueve a decirle al
Señor que lo necesitamos, que necesitamos de su cercanía.
Acerquémonos
a Dios con la actitud del publicano en el templo (Lc 18,9-14), lleno de
humildad, pequeñez, reconociendo su culpa, pero confiado plenamente en la
misericordia del Señor.
San
Agustín “Tengo miedo de que Jesús pase y no me dé cuenta”. Atraídos por
nuestros intereses, distraídos por tantas vanidades, embriagados de tanto
mundo, tenemos el riesgo corremos el riesgo de perder lo esencial. Por eso hoy
el Señor nos repite: ¡estén vigilantes! (Mc 13,37).
El Adviento
nos invita a mirar nuestras noches oscuras de dolor y angustia, con la
serenidad y la paz de Dios que ya viene, es la esperanza que no defrauda y nos
da la seguridad que después de la noche viene la luz de un nuevo día, Cristo
Jesús en medio de nosotros.
El Adviento
nos mueve a mantenernos despiertos, ante la tentación de quedarnos dormidos en
el placer, el deseo del éxito, la avaricia del tener, en el sueño peligroso de
la mediocridad. En aquellos momentos que todo se convierte en rutina y
cansancio, en una vida instalada sin dejar paso al riesgo de la novedad y el
esfuerzo.
Dice el
Papa Francisco: la fe no es agua que apaga, sino fuego que arde; no es un
calmante para los que están estresados, sino una historia de amor para los que
están enamorados. Por eso Jesús odia la tibieza más que cualquier otra cosa (Ap.
3,16) …Y entonces, ¿Cómo podemos despertarnos del sueño de la mediocridad? Con
la vigilancia de la oración. Rezar es encender una luz en la noche. La oración
nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia
lo alto, nos sintoniza con el Señor.
Contemplar la Corona de Adviento
nos ayuda a poner tiempos a nuestra existencia, a mirar con perspectiva y a
situar lo que se va terminando y lo que empieza a nacer. Porque empezar un
nuevo año litúrgico es una invitación a respirar el aire fresco de la Palabra,
siempre nueva; a volvernos al Dios que nos visita en lo pequeño; a prestar oído
a nuestro corazón que nos empuja a comenzar una vez más.
A medida
que transcurren las cuatro semanas de la anhelada espera del Señor, se va
construyendo, adornado, dando luz y vida a la corona de adviento, símbolo de lo
que debe suceder en cada uno de nosotros, a medida que pasan los años
deberíamos ir adornado más nuestras almas en la virtud, en santidad y en la
gracia del Espíritu. Que en cada familia se pueda ir construyendo el valor del
dialogo, de la escucha atenta, la solidaridad y el encuentro fraterno.
Que María
la madre que supo escuchar y guardar en el corazón nos de la gracia de
encontrarnos vigilantes y atentos cuando llegue el Señor para invitarnos a su
morada eterna.
Mérida, 04 de diciembre de 2022