Mérida, Julio Lunes 14, 2025, 11:51 am
Estamos a solo unos días del
nacimiento del Niño Jesús. Las canciones de la ocasión se escuchan en emisoras
y televisoras, como ha sido costumbre. Nosotros, en nuestro medio andino
venezolano, preservamos la esencia de la fecha en medio del mayor regocijo íntimo
y familiar. Por eso hacemos que prevalezca el establo o pesebre.
Justamente, ese es el signo de la
cristiandad universal. Navidad es natividad, nacimiento, presencia de la vida,
llegada del Salvador, el Hijo de Dios.
No es otra fiesta o celebración. Se trata de un regocijo humano en razón
de que recordamos el alumbramiento de quien dividió la historia universal en
dos, antes y luego de su vida terrenal.
Un hecho que no ha podido ser negado
ni tampoco evadido, porque hasta el calendario del mundo comienza con la fecha
del parto de la Virgen María. Dos milenios y dos décadas después, seguimos
recordando el arribo de los padres de Jesús a una posada (hostal o hotel como
se dice ahora) repleta de visitantes o forasteros, donde solo hubo oportunidad
para que se ubicaran en la parte externa o pesebre de animales.
En medio de esa fragilidad (hoy
dirían atentado contra los derechos humanos) nació el redentor del mundo, en
medio de la mula y el buey, pero también con otros seres vivos que debieron ser
ovejas, cabras, aves, etc. Días más
tarde, y también lo celebramos, vino la reivindicación por la presencia de la
realeza ante la criatura, lo cual hizo que el nacimiento comenzara a
proyectarse en el mundo conocido.
La grandeza de la noche de paz ha
tenido numerosas influencias que han desvirtuado, parcialmente y no del todo,
el sentido y el mensaje de la Navidad.
Desde el norte capitalista se ha buscado mostrar una fiesta de distinta
identidad a la nuestra, con nieve, árboles de la riqueza, espectáculos de canto,
trineos, chimeneas y un glotón San Nicolás que reparte regalos por doquier.
La tradición histórica tiene
influencias nocivas para lo esencialmente cristiano, pero aún, el modernismo no
ha evitado conservar elementos importantes como la caridad expresada en regalos
a conocidos o no y la unidad de la familia, quizás más alrededor del árbol
artificial que del pesebre. Resaltan los obsequios a niños de pocos o ningún
recurso o alimentación a personas de hospitales, hospicios y ancianatos.
En algunos casos se ha pretendido que
la Navidad es una fiesta para los niños por su inocencia, lo cual no se
compadece con la verdad. Si es fiesta, pero conmemoración de un nacimiento
único en el mundo, inigualado. Nació un niño, pero también un redentor de la
humanidad entera. No es juego. Es la plasmación de nuestra fe.
Navidad es para todos. Si, tiempo de
paz, pero paz sentida y practicada por todos, en beneficio de la sociedad
universal, para hacer realidad la enseñanza de quien ahora recordamos, el
descendiente de la estirpe de David, el hijo de José, nieto de Jacob, bisnieto
de Matan y tataranieto de Eleazar.
Navidad es tiempo para revisar
nuestro año, para ordenar, para superar errores y fallas, para promover la
unidad, para ser solidarios y para comprometernos a un cambio en la búsqueda
del bien común. No es fiesta de niños o inocentes, es celebración para honrar
la enseñanza cristiana, con fe, esperanza y caridad.