Mérida, Octubre Miércoles 09, 2024, 06:13 am
Muy queridos y recordados hermanos merideños:
Este domingo de Corpus Christi, que coincide este año con la fecha del centenario de la elevación de Mérida a segundo arzobispado de Venezuela, es una efeméride para conmemorar, para celebrar, pero sobre todo para ver en prospectiva de dónde venimos y hacia dónde queremos ir.
Hace cien años, entre 1922 y 1923, gracias a la benevolencia del Papa Pío XI, cambió sustancialmente el rostro de la organización territorial eclesial venezolana. “Para el bien espiritual de las almas y la recta administración de las diócesis” como señala el decreto pontificio, nuestra estructura institucional, compuesta por las seis primeras diócesis del país (Caracas, Mérida, Guayana, Calabozo, Barquisimeto y el Zulia), demasiado extensas en territorio, dificultando la atención inmediata de las comunidades, se vio potenciada con la creación, primero, de la Misión, más tarde Vicariato del Caroní para el cuidado espiritual de la frontera con Brasil donde tiene asiento la rica presencia indígena de la etnia Pemón; y asimismo con las cuatro nuevas diócesis de Coro, Cumaná, San Cristóbal y Valencia, llegando así a once circunscripciones eclesiásticas en nuestro territorio.
Este proceso culminó con la creación de la sede metropolitana merideña en fecha como hoy. Para ello hubo que cumplir una serie de requisitos legales, habida cuenta de que estaba vigente aún el Patronato Eclesiástico. Gracias a Dios, las negociaciones al respecto fueron llevadas con gran tino tanto por el arzobispo caraqueño, Mons. Felipe Rincón González como por el nuncio apostólico Mons. Felipe Cortesi (1921-1925), con la buena pro del Presidente de la República, General Juan Vicente Gómez, quien agilizó la aprobación por parte del Congreso Nacional.
Pero, lo más importante de esta conmemoración es que la labor de la Iglesia en Venezuela se vio multiplicada por el entusiasmo y empuje evangelizador en los campos de la catequesis, la formación del laicado, la promoción vocacional y la atención a la gente más necesitada, lo que hoy llamamos pastoral social.
En Mérida, gracias a Dios, se planificó celebrar esta fecha, buscando renovar el ánimo, la pasión y el cariño de quienes nos antecedieron, para ser fieles testigos renovados, en el hoy del mundo y de nuestra patria, con un examen de conciencia de lo realizado, tomando en cuenta las luces y las sombras que acompañan a toda obra humana, pero, sobre todo, con la mirada puesta en la vocación de discípulos misioneros, portadores de la belleza del Evangelio. “La historia que somos y construimos no es meramente humana, sino humano-divina, porque Dios se hizo hombre, de manera que tuviésemos vida y la tuviésemos en abundancia. Por eso, como creyentes, hemos de estar atentos y saber leer los signos de los tiempos, es decir, discernir los acontecimientos en una perspectiva de salvación” (Carta pastoral del episcopado venezolano, n. 14. 10-1-2000).
Es mucho lo que ha cambiado el rostro de la diócesis de Mérida de 1923 a la arquidiócesis de hoy 2023. Territorialmente ha quedado reducida a buena parte del estado Mérida, pero con la herencia de nuestros mayores. Mons. Antonio Ramón Silva, el primer arzobispo, dejó la impronta de su titánica labor, en la modernización de las parroquias, en la consolidación de la formación sacerdotal en los diversos rostros del Seminario, primero en Curazao, luego en Mérida bajo los dominicos holandeses, el clero diocesano y por último, confiado a la Congregación de Jesús y de María. Creó el diario “El Vigilante”, la imprenta diocesana, el Archivo y el Museo diocesano; publicó el Boletín Diocesano y los primeros tomos de la historia de la diócesis, consolidó la relación histórica con la universidad y el mundo de la cultura, y con la feligresía de las comunidades en su mayoría rurales. La impronta de su pontificado sigue siendo norte de la acción pastoral actual.
Estos cien años tienen el sello de dos largos pontificados. Primero el de Mons. Acacio Chacón Guerra de cuarenta años (1926-1966). La catedral, el palacio arzobispal y el Seminario San Buenaventura, son entre otros, testigos de su quehacer en tiempos nada fáciles, pues le tocó el tránsito de la dictadura gomecista, el golpe de estado de octubre de 1945 y el trienio subsiguiente, la dictadura militar y perezjimenista, los primeros años de la democracia y la asunción del Concilio Vaticano II. El segundo en el tiempo, los cuarenta y cinco años de Mons. Miguel Antonio Salas y quien esto escribe (1978-2023), nota: que me atrevo a reunir en signo de continuidad. Retomar en momentos conflictivos la sede merideña hizo del Siervo de Dios Miguel Antonio Salas un auténtico reformador de los mejores logros de la vida arquidiocesana. Tuve la dicha de acompañarlo en esos años, desde mi condición, primero de exalumno, luego como su obispo auxiliar y más tarde, al sucederlo, teniéndolo como guía de mi arzobispado. Toca a ustedes y a las próximas generaciones, valorar y juzgar lo realizado durante este período, marcado también por cambios profundos en la sociedad venezolana. “Iglesia en salida”, con la atención a los pueblos en las visitas pastorales, y el impulso a la pastoral de la cultura en la fecunda relación con nuestra máxima casa de estudios, la Universidad de los Andes, en convenios del Archivo y Museo con diversas instancias universitarias. Todo ello, como expresión del rostro criollo y el aporte misionero a otras iglesias hermanas, es parte de la visión universal de esta iglesia particular.
Me alegra y comparto lo que se ha programado en torno a este centenario. Felicito al nuevo arzobispo, al clero y fieles, y a todos los que le están dando vida a la rica veta religiosa del pueblo andino. Espero poder compartir con ustedes la presentación de más de una docena de obras salidas de las iniciativas impulsadas a través del Archivo y Museo Arquidiocesanos, y que exhiben una moderna organización y un fondo editorial de más de doscientas obras publicadas.
Mi mejor anhelo era poder acompañarlos en este día. El tricentenario del nacimiento de Fray Juan Ramos de Lora me lleva a estar presente en los próximos días en la villa sevillana de Los Palacios y Villafranca, donde tienen preparados diversos actos, con los que me comprometí desde tiempo atrás, por haber sido el autor de la biografía de nuestro primer obispo e insistido, desde hace años a su lar nativo, a no dejar pasar el tricentenario del nacimiento de un hijo ilustre y santo, y a quien los merideños le deben mucho. Su retrato en el salón rojo del rectorado de la Universidad de los Andes habla por sí solo.
Permítanme una mención personal. Cuarenta años en medio de ustedes son ocasión y motivo, primero para pedir perdón por mis fallas; en segundo lugar, para una acción de gracias inmensa, a Dios primero, y a todos Uds., pues fue mucho lo que aprendí y lo que ha marcado mi vida episcopal y mi paso por Mérida, que lo que modestamente haya podido ofrecer. Agradezco la amistad, cercanía y el compartir que durante estos años todos me brindaron, incluidos los que me adversaron. Con palabras del Papa Francisco, digo: “desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser. Por ello en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo” (Fratelli tutti, 88).
Desde Caracas, a donde he venido por voluntad del Santo Padre, estoy a la orden de todos ustedes. Cuenten con mi permanente oración y afecto. Los acompaño en todo lo bueno que sean capaces de seguir haciendo para proclamar desde lo alto de las montañas andinas, lo que no se puede ocultar: el amor a Dios y el servicio al prójimo. Que este centenario arzobispal sea una gracia que nunca se apague.
El Señor y la Virgen Inmaculada los bendiga. Recen también por mí. Los quiere y los tiene siempre presentes.
+Cardenal Baltazar Porras Cardozo.