El clamor es popular: la oposición necesita con urgencia de un líder
capaz de mover las fibras emocionales del pueblo. No un caudillo o un mesías y menos
un demagogo de los que pululan en la dirigencia opositora, interesaos solo en
pescar el río revuelo. Con ninguno de ellos se obtendría la victoria que conlleve a la deseada
transición.
Necesitamos de alguien que dados sus conocimientos, su personalidad, su
carisma y una muy bien definida apreciación de las necesidades futuras, sea
capaz de influir en la generalidad de
los ciudadanos y que, además, en su
haber no haya pretensiones impositivas o compulsivas, negadoras del ejercicio
dirigencial verdaderamente democrático. También se debe entender que se trata de alguien sin la menor
pose de soberbia; que debe gobernar aceptando las presiones y reclamos justos
de sus seguidores e incluso de sus opositores, conformando el deseable proceso
estabilizador que ha dado por denominarse “Círculo del Liderazgo”.
Nuestra historia demuestra que cuando se rompe ese círculo, tal como ha
sido una constante, es porque los
seguidores dejan de influir por descuido o displicencia en el líder, haciéndolo
proclive a optar por decisiones
personales, que en definitiva son expresión de un poder que empezará a sentirse
omnímodo e inequívoco.
Ahora, como nunca, estamos necesitados de
un liderazgo que impacte a una población que por fuerza de la historia,
éxitos y fracasos, y de la educación, hace ese tipo de exigencia. No es fácil,
pero debemos tener la capacidad, con la participación honesta de la dirigencia
de las organizaciones opositoras, de encontrar la aguja en el pajar; la necesidad de explorar con
sapiencia en nuestra sociedad, hasta dar con alguien que sin ser desconocido, llene los requisitos
indispensables: que la población vea en él
atributos semejantes a los suyos, pero, también, a la vez con atributos
superiores y diferentes, capaces de orientar las acciones adecuadas para
concretar los objetivos sociales que se apreciaron como ineludibles y cuya
cruda caracterización contribuyó a la apreciación del líder, a la valoración de
su carisma.
Nuestro deseado líder, a diferencia de los que comúnmente ha sucedido, debe desechar como propuesta el acostumbrado y reiterativo menú o listado de ofertas comunes que se presentan al electorado, centrándose, por el contrario, previa estricta determinación, en proponer la resolución de las necesidades sentidas de carácter colectivo, con indicación de los procedimientos a seguirse, y de las necesidades no sentidas que el propio líder y sus asesores consideren como de importancia relevante.
Las lecciones han sido determinantes: la mayoría de los fracasos en nuestra vida democrática han resultado del hecho de que los pronunciamientos originales no se cumplen sino que acomodaticiamente, adulterando lo propuesto, empiezan a repararse y a poner en juego acciones que los desvirtúan, dándose un indebido juego de apariencias con las que se pretende disfrazar lo acordado, repitiéndose las decepciones y las reacciones consecuenciales.