No podemos ni debemos acostumbrarnos al horror de las muertes absurdas y
sin sentido que están ocurriendo a diario en Venezuela sin encontrar una
respuesta, en primer lugar, de quienes tienen la obligación de preservar la
vida de toda la ciudadanía sin distingos de ningún tipo, lo que lamentablemente
no está ocurriendo. En segundo lugar, como sociedad, cada uno de nosotros tiene
que preguntarse si ante el desprecio de la vida, desde los no nacidos, o el
drama de los menores que mueren de mengua o sobreviven en condiciones ínfimas,
o los enfermos que ven acercarse la muerte aceleradamente por falta del
medicamento o la atención sanitaria requerida; o, las muertes violentas
callejeras o productos de prácticas represivas o torturas reñidas con el más
elemental respeto a la integridad física, mental y espiritual de las personas.
Muertes como las de Fernando Albán o el espeluznante relato de Lorent Saleh
indican que los umbrales de la inhumanidad son los que reinan en algunos
estratos de nuestra sociedad. A lo anterior hay que agregar la proliferación de
ciertas prácticas que nos retrotraen a la edad de piedra: ritos satánicos,
ceremonias con cadáveres, sacrificios de animales y hasta de personas, según
algunos testimonios, que convierten los camposantos en lugares de profanación y
de peligro hasta para ir a visitar la tumba de familiares o amigos.
Pero a estos casos que ocupan los primeros titulares noticiosos hay
muchos otros, de gente buena y sencilla, que en el silencio y la quietud de
muchas de nuestras comunidades, se dedican a ayudar al prójimo desde muy
diversas ópticas. Uno de estos terribles episodios sucedió en nuestra inmensa
Guayana, en Caicara del Orinoco. Se trata de la Sra. Vilma Bordy Sziklay,
venezolana, hija de emigrantes húngaros que llegaron a Venezuela después de la
segunda guerra mundial. Nació en Caracas el 30 de enero de 1951 en un hogar de
tres niñas. Se graduó de normalista en el Colegio San José de Tarbes de Caracas
donde realizó todos sus estudios.
En Caracas contrae matrimonio con Antonio Villanueva Garrido, oriundo de
Caicara del Orinoco y nace su único hijo: Antonio Villanueva Bordy en 1977. En
1980 el matrimonio se residencia en Caicara donde trabaja como educadora; allí
crece su hijo Antonio, quien a los 16 años se traslada a Puerto Ordaz para
formarse como Ingeniero, y trabajó en Sidor varios años, pero la situación que
todos conocemos de las empresas básicas, lo llevó a emigrar a México donde vive
actualmente. En 1998 se separa de su esposo. Su ruptura matrimonial fue de mucho
sufrimiento para ella, se acerca a la Iglesia y comienza una etapa nueva en su
vida que la va a dar sentido a su vida.
A partir de ese año Vilma se entrega de lleno a la Iglesia, primero como
catequista, y después en todos los servicios parroquiales: evangelización de
adultos, cáritas parroquial, atención del Centro Pastoral de su Sector dedicado
a San Juan Bosco, etc. Fueron 23 años de entrega total a la Iglesia en Caicara
del Orinoco. Sólo se ausentaba unos dos meses al año para compartir con su hijo
y su familia, en Veracruz, México, donde trabaja exitosamente. Quiso llevarse a
su mamá con él, pero para ella, servir a los más pobres en Caicara, ejercer
como maestra y catequista, era su prioridad.
Una hermana de su ex esposo, su hija y otras personas allegadas a ellas
se involucran en el mundo de la santería y brujería, hacían ritos de
sacrificios de animales y ritos de tipo satánico. En varias ocasiones la
presionaron para que les cediera la casa donde Vilma residía. Aunque sentía
miedo, pues vivía sola, nunca creyó que fueran a atentar contra ella. La
parcela donde está su casa es parte de un terreno más amplio en donde también
tienen sus viviendas algunas familias ligadas a su exesposo. Víctima de uno de
estos ritos perdió la vida. El horrendo crimen ocurre la noche del pasado
sábado 20 de octubre y enterrada de mala manera en el solar de la casa por los
victimarios. Los vecinos y allegados presumen se realizaron ritos satánicos,
pues era voz populi la realización de los mismos por esas personas.
Cabe destacar que Vilma se granjeó la amistad de vecinos y colegas, amén
de haber sido una mujer de talante católico con gran participación en las
actividades religiosas organizadas por la Parroquia Nuestra Señora de la Luz,
regida por los padres Malagueños, quienes desde hace más de 35 años son
misioneros en el Municipio Cedeño, de 46.000 kms 2, que abarca Caicara del
Orinoco, con sus casi 100.000 habitantes y las parroquias, Santa Rosalía, Ntra.
Sra. del Valle en Morichalito (Los Pijiguaos) y Ntra Sra. del Carmen en la
Urbana. Su hijo Antonio vino a la exhumación de los restos de su mamá y
comunicó a Mons. Ulises Gutiérrez, Arzobispo de Ciudad Bolívar, su deseo de
hacer entrega a la Iglesia de todos los bienes de su señora madre para uso
social de la parroquia en Caicara.
Este hecho ha pasado desapercibido para la mayoría de los venezolanos.
Averiguar y hacer justicia para que estos hechos no se repitan es obligación de
las autoridades. Pero, para todos nosotros, es una clarinada de alerta. Por esa
senda caminamos hacia un abismo infernal. Por otro lado, nos queda el
testimonio hermoso hasta la entrega martirial de esta mujer a quien podemos
considerar como una bautizada, una santa, que lo dio todo por amor a Dios y al
prójimo. La paz es obra de la justicia y “la firme voluntad de respetar la
dignidad de las personas es absolutamente imprescindible para construir la
verdadera paz” (GS 78). Descanse en paz.
45.- 28-10-18 (5567)