Mi vida estaba llegando al final. Estaba paralizada en una cama, sin
poder moverme. Mi corazón palpitaba con poca fuerza, y pasaba en cama 22 de las
24 horas del día. Entonces llegó el terremoto. El 27 de julio, a las 5:30 de la mañana, un espantoso temblor
de tierra, grado 7,5 sacudió nuestra región con una violencia nunca antes
sentida por allí. Un rugido pavoroso se escuchaba debajo de la tierra y 107
casas quedaron destruidas. La mayor parte de los teléfonos quedaron fuera de
servicio. Pero, sin saber por qué, mi teléfono siguió funcionando. La Cruz Roja
empezó a lanzar mensajes por radio, pidiendo que quienes tuvieran habitaciones
sobrantes avisaran, para llevar allá las personas que se habían quedado sin
techo. Yo, desde el teléfono que tenía junto a mi cama, llamé a la radio y les
comuniqué el número de mi teléfono, para que los que quisieran colaborar con
alguna habitación se comunicaran conmigo. Y empezó un llamar y contestar sin
interrupción. Frente a mi casa empezaron a llegar gentes cuyas casas habían
sido destruidas, y allí en mi teléfono, recibía direcciones, y hacia esos
sitios los iba enviando. Yo anotaba las direcciones, y cuando llegaban los
familiares de los que habían sido recogidos, les indicaba a dónde podían ir a
encontrarlos. Al principio, yo contesté las llamadas acostada en mi cama.
Después me senté en la cama. Más tarde me encontré tan atareada en mi
actividad, que me olvidé por completo de mi debilidad, y me levanté de la cama
y me senté en una silla. Y fue tanto lo que me emocionó el poder ayudar a los
que estaban peor que yo, que al rato ya estaba de pie, y empecé a caminar. Y
estaba totalmente mejorada. Y desde entonces, las únicas horas que paso en la
cama, son las 8 horas que duermo cada noche. Antes me hallaba demasiado
centrada en mí misma y en la enfermedad, pero ese terrible terremoto me procuró
una fuerza que yo jamás había creído poseer. Hizo que mi atención ya no se
centrara en mis angustias, sino en lo que necesitaban los demás. Me proporcionó
una ocasión para ser útil a los otros, y hasta importante. Ya no tenía tiempo
de auto compadecerme. El dedicarme a ser útil y a ayudar, me dio la curación.
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Ayudar a los demás nos libera, nos transforma, nos mejora, nos restaura,
nos sana. Cuando pasamos por dificultades, generalmente nos enfocamos tanto en
nosotros mismos, que nos olvidamos por completo de lo que nos rodea, de quienes
nos rodean…, nos olvidamos de vivir. Pero en medio de todo esto, el Buen Dios
siempre nos auxilia, enviando terremotos que sacuden por completo nuestro ser,
y que cambian el rumbo de nuestra vida,
que cambian nuestro enfoque. Aprovecha el temblor y toma el teléfono que
tienes muy escondido y guardado dentro de ti, y concéntrate en ayudar, en
servir, en amar. Regala un poco de ti a quienes te rodean, y descubrirás los
tesoros que están escondidos dentro de ti, tesoros que te liberarán y te
sanarán por completo. Tienes una mina entera llena de regalos dentro de ti.
¿Qué estás esperando? Levántate de la cama de la autocompasión y comienza a
repartir esperanza, alegría y paz.
¡Que Dios te de un Feliz Día!