Hablar de pluralismo político, tolerancia o de respeto en medio de la
crisis que tiene reventada a Venezuela, podría sonar efímero. Particularmente,
si el ejercicio de la política se encuentra contaminado por la demagogia propia
de un populismo totalitario. O por problemas de una democracia apagada por la
precariedad de una ideología política que sirve de cauce a decisiones tomadas
por el alto gobierno, sin razón que las justifique de cara a lo que prescribe
la Carta Magna cuando explica el modelo político por el cual ha de regirse la
conducción política y jurídica del país.
Conceptos como los arriba expuestos, trascienden las fronteras de lo que
su valor ético y moral, implica. Fundamentalmente, por cuanto sus
interpretaciones superan contingencias y coyunturas de las cuales se aprovecha
el totalitarismo para enquistarse en el poder. Tal cual está ocurriendo en
Venezuela. Las realidades que azoran al país, comprometen expectativas que
trastocan y vulneran la moral, la dignidad, la responsabilidad, la cultura
política y las ansias de superación como el espacio dentro del cual se moviliza
el hombre cuando busca conciliar el umbral de su vida con el ocaso de su
existencia.
Con términos que evocan “libertad”, el actual régimen político venezolano
ha abusado mucho. El discurso casi a diario pronunciado con base en una ley que
transgrede derechos, como la absurda Ley Resorte, es terreno dialéctico para
abonar cuantas estupideces puedan prometerse obviando la naturaleza y justeza
de su significado. Esta situación deja ver que cuando un gobierno sin exacto
sentido de su responsabilidad, constriñe y reprime apostando a alcanzar las
garantías que un estrecho proyecto político de gobierno establece como pautas
de gestión pública, sólo está determinando el colapso social, económico y
político en todos los ámbitos de la sociedad que conduce.
Cuando el ejercicio de la política se procura asociado a un proyecto
amañado a una causa de única ideología, no siempre su praxis se amoldará a la
motivación que mejor sitúa al hombre en el punto de equilibrio entre posturas
ordenadas por sus intereses y sus necesidades.
El problema puede apreciarse desde la perspectiva que comprendió Robert
Browning, extinto poeta y dramaturgo inglés, cuando advirtió que “parecemos estar
libre y ¡estamos tan encadenados!”. Aunque el problema adquiere dramática
connotación, cuando se explora la significación y alcance del concepto de
“política” en medio de distorsiones acuciadas por regímenes totalitarios y
autoritarios, como en efecto es el caso Venezuela. Para quienes gobiernan a
partir de tales procederes, la “política” se convierte en una mera palabra de
la cual se vale el autoritarismo para subordinar el talante liberador del
pueblo al cual busca subyugar.
En el trajín de un gobierno que convulsiona y enrarece realidades mediante mecanismos opresores y represores, las libertades y los derechos humanos resultan envilecidos al verse convertidos en mecanismos de transacción para cambiar dignidad por inmoralidad, valores por servilismo. O ciudadanía por desvergüenza y deshonor. Sobre todo, cuando con inicuas medidas, regímenes de tan oprobiosa naturaleza política adoptan la sumisión como condición de apesadumbrada humillación. O se incita a creer que puede vivirse soñando realidades improbables con la consciencia postrada. O aceptando someterse a un sistema inmoral que concede derechos al egoísmo. Se infunden prácticas de vida, bajo una libertad tapada como lo expone el “socialismo del siglo XXI”, lineamientos éstos que motivan hechos. Pero bajo libertades fingidas.
Por eso, en el fragor de tan alevosos sistemas políticos, las medidas a tomar se hallan implícitamente desligadas de escenarios donde se comulgue pluralismo político, tolerancia y respeto. Es la razón para que disposiciones políticas de tan torcida naturaleza, busquen modelar realidades condonadas de una educación que incite valores y asiente capacidad de crítica y de reflexión como palanca de cambios de todo lo que plantea la democracia constructiva y organizada. De verdad que vivir en un país como Venezuela, donde se oprimen libertades y derechos humanos, no es nada fácil. Más, cuando realidades así acusadas ponen al descubierto, tristemente, una tragedia llamada Venezuela.