La Universidad de Los Andes y los orígenes de la investigación en los siglos XIX y XX por Alí Enrique López Bohórquez (*)
(*) Coordinador de la Cátedra Libre de Historia de la Universidad de Los
Andes
Crónica dedicada a los
profesores universitarios que aspiran
el cargo de vicerrector
académico para el período 2024-2028
La Universidad de Los Andes,
como el conjunto de las universidades venezolanas, tiene tres funciones
específicas: docencia, investigación y extensión, establecidas como tal en la
legislación universitaria. Cada una de ellas se ha desarrollado con
características particulares con el transcurrir del tiempo, desde la fundación
en 1810 hasta el presente. En los primeros ciento cincuenta años, la enseñanza
fue la actividad más desarrollada, con la aparición ocasional y con excepcionales
realizaciones en la tarea de investigar y su proyección, al menos, en la
sociedad merideña. Ello determinado por la estructura curricular que fue
lentamente organizándose en el siglo XIX y de continuidad en las primeras cuatro
décadas del XX. Estructura que va ampliándose moderadamente con la inclusión de
nuevas áreas de estudio, buscando insertarse en la modernidad universitaria que
ya se venía practicando en la Universidad
Central de Venezuela desde finales de la centuria
decimonónica. De manera que con la docencia, la ULA se satisfizo en cuanto a la formación de
profesionales en distintas ramas del conocimiento científico y humanístico para
un mercado laboral incierto, dentro de las exigencias particulares del país en
distintos momentos históricos.
Modernidad que llega
tardíamente, pues la enseñanza del derecho, la filosofía y la teología
predominó hasta 1930, con una limitada y deficiente inclusión de la enseñanza de
la medicina (1854), la farmacia (1894) y la agrimensura ( ), entre 1854 y 1905.
Los dos primeros eliminados en este último año y no reinstalados hasta 1928 y
1918, respectivamente. Mientras que el último transformado en la base de lo que
serían los estudios de ciencias físicas y matemáticas en 1932, convertidos más
tarde en los de ingeniería. En otra Crónica nos hemos referido a la progresión
curricular en la enseñanza de la odontología (1940-1942), el bioanálisis
(1950-1956), lo forestal (1953-1956), las humanidades (1955), la economía
(1958), la educación (1959), la arquitectura (1962-1970) y las ciencias
(1967-1969). Sin dejar de mencionar los Núcleos Universitarios del Táchira
(1966-1975) y de Trujillo (1972-1977), así como las Extensiones de Medicina en
San Cristóbal, Valera, Trujillo, Barinas, Guanare y Valle de la Pascua. Insistimos,
la docencia predominó durante más de 150 años, lo cual tendría una notable
incidencia en el desarrollo posterior en materia de investigación hacia finales
de la década de los setentas del siglo XX. No exageramos ni inventamos, y basta
observar estos datos. Es con la
Ley de Universidades de 1970 que se establece el
Vicerrectorado Académico, instancia universitaria que inicia sus actividades
con la elección en 1972 de su primer Vicerrector, el Dr. Carlos Chuecos
Poggioli y con ello el comienzo de actividades del Consejo de Desarrollo Científico
y Humanístico en 1976 (actual Consejo de Desarrollo, Científico, Humanístico,
Tecnológico y de las Artes, CDCHTA), instancia y organismo que tendrán la
responsabilidad la organización y el fomento de la investigación a partir de
esos momentos.
Pero dejemos al Dr.
Pedro Rincón Gutiérrez que se confiese ante la prensa merideña en 1976 para que
respalde lo que venimos señalando. En entrevista realizada por el diario El Vigilante (Mérida, viernes 11 de
junio de 1976, p. 1), él “…manifestó, raíz de su elección como Rector [para
su tercer período de gestión rectoral (1976-1980), recordemos que había
ejercido el cargo entre 1958 y 1972], que la ULA sin investigación no
pasará de ser un Liceo Grande. Y a continuación afirmó que una de las
preocupaciones básicas suyas como Rector será la de estimular la investigación
en forma amplia, bien planificada y constante, para que la Universidad de Los
Andes pueda responder a las necesidades y requerimientos del país, urgido de
hombres debidamente preparado para su desarrollo. En términos generales, se
puede afirmar que una de las fallas más sensibles de nuestras universidades
radica en la investigación, o porque ésta no existe o porque es muy mediocre. Investigar
requiere paciencia, dedicación y recursos, de modo que si en la ULA van a estimular la
investigación tienen que hacerlo obedeciendo a una sensata y concebida
planificación.” El hecho es que tampoco en este nuevo período rectoral se
modificó el viejo esquema de desarrollo de la investigación manifestada en la
presentación de los Trabajos de Ascenso, heredado de los años anteriores, o de
los Trabajos de Grado realizados en los escasos postgrados dictados en la Universidad de Los
Andes, en la
Universidad Central de Venezuela o en universidades de
Europa, Estados Unidos o América Latina.
Para la década de los
setenta los estudios de cuarto nivel eran muy limitados en algunas áreas del
conocimiento científico. Antes del proceso de proliferación de los postgrados,
el profesor universitario debía asistir para tal fin a la UCV o a otras del extranjero,
con la opción de presentar luego el Trabajo de Grado para optar al título de
Doctor en la ULA,
título que años más tarde la propia institución desconocería para el
otorgamiento del llamado Bono Doctoral. Cabe señalar que el Consejo de Estudios
de Postgrado no fue aprobado por el Consejo Nacional de Universidades hasta el
17 de julio de 1976, fecha en la que también se aprobó la instauración del
Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico. Hagamos esta cuenta: han
transcurrido 166 años de la fundación de la Universidad de Los
Andes, sin la existencia de instancias que programaran la investigación, la que
también formaba parte de la formulación de los programas de postgrado en las
distintas Facultades y Núcleos. Todavía para inicios del siglo XXI, en algunas
de esas dependencias no existían esos programas.
Por ello, durante el
rectorado del Dr. José Mendoza Angulo (1980-1984) se generó una discusión
acerca del estado de la investigación en la ULA, incluyendo el desarrollo de los postgrados. Remitimos
a los siguientes noticias y artículos publicados en la Revista Azul, órgano de difusión de esa gestión rectoral:
Rafael Cartay: “196 años de la teología a la demagogia”, Azul, 1 (Mérida, mayo de 1981), pp. 4-5; CDCHT: “La investigación
en la ULA. Mito
ni proeza”, Azul, 2 (Mérida, junio de
1981), pp. 20-21; Roberto Giusti: “La universidad revolucionaria de palabra,
conservadora en la práctica” [Entrevista al Rector José Mendoza Angulo], Azul, 5 (Mérida, septiembre de 1981),
pp. 11-13.: “La universidad revolucionaria de palabra, conservadora en la
práctica” [Entrevista al Rector José Mendoza Angulo], Azul, 5 (Mérida, septiembre de 1981), pp. 11-13; Luis Hernández:
“El mito de la investigación en la
ULA”, Azul, 1
(Mérida, mayo de 1981), pp. 18-19; José Mendoza Angulo: “Dar el gran salto”, Azul, 1 (Mérida, mayo de 1981), p. 16);
“Investigar y Publicar: Visión crítica de Abdel Fuenmayor”, Investigación, 1 (Mérida, 1988), p. 30.
Hagamos nuevamente la cuenta: han transcurrido 170 años de la creación de la Universidad de Los
Andes, y todavía para 1980-1984 se discutía acerca de la calidad y efectos de
la investigación que se realizaba en la institución. La lectura de esos
artículos nos advierte de la realidad existente para entonces.
Otro
síntoma en el atraso del área de investigación en la Universidad de Los
Andes lo representan hechos de relevancia: la continuidad del trabajo
individual, sin preocupación por el trabajo colectivo e interdisciplinario,
ello como consecuencia de que la mayor exigencia hasta la década de los ochenta
del siglo XX era la presentación del Trabajo de Ascenso. Es entonces cuando,
además de los Institutos y Centros establecidos antes de la década de los
setenta de ese siglo, comienza un progresivo y cualitativo crecimiento de
nuevos Grupos, Centros, Institutos y Laboratorios en los se desarrollarán
proyectos, individuales o colectivos debidamente financiados, en su mayoría,
por el CDCHT en casi todas las áreas del conocimiento de las ciencias físicas y
naturales, sociales y humanísticas. En el Archivo de esta dependencia reposan
los miles de proyectos, no exageramos, sin que hasta la presente fecha se haya
hecho un inventario clasificado por Facultades, Núcleos y Extensiones, como
tampoco la valoración de su proyección en la sociedad venezolana, y en
particular la andina o la merideña. Estas dos tareas son las que nos
permitirían, entonces, apreciar, evaluar y juzgar la calidad de la
investigación. Sobre todo porque con conocimiento de causa en las áreas de las
ciencias sociales y las humanidades, por haber pertenecido y coordinado durante
ocho años la
Comisión Humanística del CDCHTA, la mayoría de los proyectos
se orientaron a satisfacer el estudio de aspectos de interés de cada
investigador y no, como exige la legislación universitaria, “para la solución
de los ingentes problemas de la sociedad venezolana” [decimos
nosotros, y de las sociedades merideña, trujillana y tachirense en particular].
Lo cierto es que es, prácticamente, desde la década de los ochenta de la pasada
centuria en la que estamos en presencia, “seria y rigurosa”, de la actividad de
investigación, con excepcionales realizaciones, pero también “mediocres”,
utilizando la señalada calificación del Rector Rincón Gutiérrez. Para un
conocimiento del desarrollo de los Grupos, Centros, Institutos y Laboratorios
para la investigación en la ULA,
remitimos a la Memoria
de Grado de los Bachilleres Williams José Rangel Parra y Fernando José Merchán
Araujo: El Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los
Andes. Síntesis histórica y fuentes hemerográficas para su estudio: 1972-2012 (2019),
particularmente el Capítulo III.
El otro síntoma relacionado, desde nuestro punto de
vista, lo representa el tardío momento del desarrollo masivo de las
Publicaciones Periódicas especializadas en las distintas áreas del conocimiento
que se enseña e investiga en la
Universidad de Los Andes, pues las publicaciones y la
investigación forman parte de un mismo proceso, como lo sostenía Abdel
Fuenmayor P. en “Investigar y Publicar” (Actual,
36. Mérida, abril-mayo de 1997, pp. 181-200). El boom editorial no comienza a
manifestarse hasta la referida década de los ochenta, con o sin el respaldo del
CDCHTA. La citada Memoria de Grado de Rangel y Merchán y el repositorio Saber
ULA dan cuenta de ese vertiginoso crecimiento que entró en disminución en el
contexto de la progresiva crisis política y económica, tanto de la institución
universitaria como del país, manifiesta fundamentalmente a partir del 2013,
debido también a la imposición de medidas extraordinarias y coercitivas por
parte de los Estados Unidos, lo que incidirá en la disminución del crecimiento
socio- económico del país, que se venía manifestando en la década precedente,
pero de igual manera en el funcionamiento de las Universidad, entre muchas
cosas, la dificultad de financiamiento de Revistas, Boletines y Anuarios de las
mencionadas unidades de investigación. Publicaciones periódicas que debieron
emigrar de la edición en papel a la edición digital, aunque este último modelo
editorial, en algunos casos, como consecuencia del surgimiento de la nueva
tecnología de la informática, que hizo más fácil e inmediata la divulgación de
los contenidos de aquellas formas editoriales. Ahora bien, indudablemente, que
el crecimiento de esas publicaciones entre 1980 y 2010 fue un estimulo para la
investigación, pues ahora el investigador contaba con un espacio para dar a conocer,
lo que no había acontecido con anterioridad, pues la Universidad de Los
Andes entre 1891 y 1980 había desarrollado una política editorial limitada a
Publicaciones Periódicas generales e institucionales y, en determinados
momentos y período específicos de algunas Facultades con sus respectivos
Anuarios o Revistas. Nuevamente, son estudiantes de la Escuela de Historia los
que nos ofrecen la posibilidad de contar con una información precisa al
respecto. Nos referimos a la
Memoria de Grado de Esther
Carmona González y Yolimar Rivas García: Anuarios,
Gacetas, Revistas y Boletines de la Universidad de Los Andes (1891-1968): Aportes al
conocimiento histórico de la institución y la divulgación de las ciencias y las
humanidades (2013). Las publicaciones periódicas desde ese último año hasta
el 2012 están registradas en el mencionado trabajo de Williams Rangel Parra y
Fernando Merchán Araujo.
Coincidimos
con el amigo y colega Humberto Ruiz Calderón, ex Vicerrector Académico (2004-2008)
cuando afirma para el año 2000, en un artículo citado al final de esta Crónica,
que “el último año del siglo XX fue importante para la Universidad de Los
Andes, en relación a la presencia de sus investigadores en los reconocimientos
nacionales a la actividad científica. Un largo camino de cambios ocurridos en
la ciudad y un esfuerzo institucional persistente, lo han hecho posible. Para
que el “ethos” de la ciencia se implante en una sociedad son muchos los
factores que se requieren. No basta un interés por la actividadde investigación, por la experimentación o
incluso la esperanza de la resolución de algunos de sus más apremiantes
problemas. Es necesario algo más. En particular, es necesario tener
investigadores sólidamente formados y darles el mejor ámbito cultural para que
su trabajo se cumpla, se tengan las condiciones materiales fundamentales y se
difunda mediante la única forma posible: su publicación en medios reconocidos.”
Pero agregamos que no solo basta la “comodidad” para la investigación, sino
también esos “investigadores sólidamente formados” para aplicar la ciencia que
estudia en la solución, insistimos, de los más ingentes problemas de la
sociedad venezolana, de la región andina y de Mérida en particular, de los
espacios en los que la
Universidad de Los Andes desenvuelve sus actividades de
enseñanza, investigación y extensión. De no ser así, la investigación seguirá
siendo un problema de interés particular del investigador, de la ciencia que
estudia y práctica, sin aplicacióny proyección
social, incluso de asuntos intrascendentes para el propio concepto de lo que es
la investigación. Para una visión panorámica del origen y desarrollo de la
investigación en la
Universidad de Los Andes remitimos a los 28 números, entre
1996 y 2013, de INVESTIGACION. REVISTA DEL CDCHTA.
Corresponde
ahora analizar el por qué de ese tardío desarrollo de la investigación y de las
publicaciones periódicas, de estrecha vinculación, en la Universidad de Los
Andes. No hay otra razón explicativa que la realidad académica heredada del
siglo XIX, como ya lo señalamos y hemos expuesto en otras Crónicas. Durante esa
centuria la preocupación fundamental de la institución fue la formación de
profesionales a través de la docencia de catedráticos, formados o no, para la
carreras de Ciencias Políticas (Ciencias Jurídicas o Derecho), Ciencias
Eclesiásticas (Teología o Derecho Canónico) y Ciencias Filosóficas (sin una
definición precisa pues también se le llamo de Humanidades). Todo ello de
manera más sistemática a partir del primer Código de Instrucción Pública de
Venezuela de 1843, pues con anterioridad las carreras se denominaron estudios
jurídicos, eclesiásticos y filosóficos (1832-1843). Ese Código estableció
también las Facultades de Ciencias Físicas y Naturales y la de Ciencias
Médicas, pero Mérida entonces no tenía condiciones para su desarrollo por la
carencia del personal académico requerido, para su enseñanza y menos para la
investigación, como si se practicaría desde mediados de aquella centuria en la Universidad Central
de Venezuela. De manera que la institución se desenvolvió con una enseñanza, si
se quiere escolástica, basada en la lectura de textos por parte de los
catedráticos y copiado limitadamente sus contenidos por los estudiantes. Aunque
existía para entonces una Biblioteca, ésta estaba compuesta mayoritariamente
por libros de carácter eclesiásticos, filosóficos, moralistas y literarios, con
escaso número de los de carácter científico. Era lógico esa Librería, como
también se le llamaba, había sido heredada de los Obispos y Conventos de la
época de la dominación colonial y primeros años de la república.
Esta
realidad fue advertida de manera precisa durante los rectorados del Dr.
Caracciolo Parra y Olmedo (1887-1900), quien hizo las primeras propuestas de
infraestructura para insertar a la Universidad de Los Andes en la ciencia
positivista que desde hacía tiempo se enseñaba e investigaba en la UCV, pero que no se aplicaron
con ese fin, pues la institución carecía de una estructura académica que las
llevara adelante. Sin embargo, estas fueron sus propuestas que buscaban generar
investigación, algunas desarrolladas con efectividad, otras no tuvieron consecuencias
prácticas o, en ambos casos, sin continuidad después de aquel último año de su
gestión rectoral: solicitud a funcionarios públicos de Trujillo y Lara de
“momias” requeridas para la Clase Anatomía
(1889), junto con la adquisición del modelo de Auzoux : creación de la Biblioteca (1888), del
Gabinete de Historia Natural, Jardín Botánico y Acuario (1889), del
Observatorio Astronómico (1889), del Anuario de la Universidad de Los
Andes (1891), de la Oficina Meteorológica
(1891-1900, 10 Tomos), establecimiento de un Cronómetro Solar (1891), de los
Calendarios Médico y Agrícola (1891), nombramiento del Cronista de la Universidad, Tulio
Febres Cordero (1892). Insistimos, que si bien estas instancias fueron creadas
y puestas en práctica no tuvieron efecto en una transformación académica, ya
que para ello era necesaria la existencia de los estudios de las Ciencias
Físicas y Naturales, que no se pusieron en práctica como lo exigió el Código de
Instrucción Pública de 1843, y el fortalecimiento de los de medicina y farmacia
(existentes desde 1854 y 1894, respectivamente), lo que realmente no aconteció.
Ello se iría realizando de manera gradual después de las tres primeras décadas
del siglo XX. Mientras tanto, durante los doce años de la gestión rectoral de
Caracciolo Parra y Olmedo, los estudios del derecho, la teología y la filosofía
siguieron predominando, entrando en los primeros años de esa centuria, también,
en franca decadencia por falta de matrícula estudiantil, con excepción de los
estudios jurídicos, los únicos que sobrevivieron en esa crisis académica. Las
características de aquellas reformas decimonónicas pueden ser bien conocidas a
través de los documentos y comentarios de Eloi Chalbaud Cardona en su libro: El Rector Heroico (Mérida, Universidad
de Los Andes / Publicaciones
del Rectorado, 1965, pp. 113-153).
A
pesar de los esfuerzos realizados por los Rectores Pedro de Jesús Godoy (1900-1901),
Asisclo Bustamante (1901), Juan Nepomuceno Pagés Monsant (1902-1909) y Ramón
Parra Picón (1909-1917) para dar continuidad y efectividad al mencionado programa
reformista de Caracciolo Parra y Olmedo, orientado al desarrollo inicial de la
investigación en la
Universidad de Los Andes, no se logró que esta actividad
definitivamente formara parte de su estructura académica. En esos años se dio prioridad
a estos asuntos: los estudios de Medicina, y con ellos los de Farmacia, fueron
cerrados por disposición del Presidente Cipriano Castro, para no ser reabiertos
hasta 1928 y 1918, respectivamente. Por otro lado, en razón de la clausura del
Seminario de Mérida en 1872, por mandado del Presidente Antonio Guzmán Blanco,
los estudios eclesiásticos y filosóficos fueron decayendo progresivamente, pues
eran los estudiantes seminaristas y otros eclesiásticos los que se inscribían
en esas carreras, de manera que en los primeros veinte años del siglo XX, los
estudios de derecho en la
Facultad de Ciencias Políticas serían la base académica exclusiva
de la ULA en base
a la enseñanza; y por supuesto la actividad investigación esperaba todavía por
una propuesta sería al respecto. Y esto se planteó en la gestión rectoral del
Dr. Diego Carbonell (1917-1921), actividad que cumpliría paralelamente con la Dirección del Liceo
Universitario adscrito a la
Universidad (Antes Liceo Mérida y después Liceo Libertador en
1942).
Precedía la llegada de
Diego Carbonell a Mérida (1914-1915) sus estudios de Medicina en la Universidad Central
de Venezuela y su especialización en Francia, el reconocido ejercicio de la
profesión en ese país y luego en Venezuela, y una primera actividad diplomática
en París. A ello se une su preocupación por el estudio de la historia,
inicialmente a partir de sus conocimientos médicos y la aplicación de la
ciencia positivista y del modernismo que eran formas predominante del
pensamiento de la época. Ya en 1916 había publicado el libro Psicopatología de Bolívar, obra que
generó una polémica entre intelectuales y eclesiásticos venezolanos por
conceptos allí emitidos acerca del Libertador. Al tomar posesión del rectorado
de la ULA en 1917
se propuso convertir los clausurados estudios farmacéuticos en la Escuela de Farmacia
(1918), junto con la solicitud al gobierno nacional de los objetos requeridos
para el Laboratorio de experimentación de la misma. De igual manera, tomó la
decisión de crear la Escuela
de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (1918), para la también pidió
apoyo gubernamental en cuanto a instrumentos y demás materiales para la
enseñanza y la investigación, reinstalando de igual manera en esa escuela las
clases de Agrimensura. Habían transcurrido 74 años del Código de Instrucción
Pública de 1843 que había dispuesto esos estudios en la Universidad de Los
Andes en la condición de Facultad de Ciencias, Físicas, Matemáticas y
Naturales. A pesar de las distintas gestiones del rector Carbonell para la
reapertura de la Facultad
de Medicina, esto no se lograría hasta 1928, durante la gestión del Rector
Gonzalo Bernal (1921-1931), siguiendo las orientaciones dejadas por Diego
Carbonell. Esas limitadas actividades de la Universidad le llevó a
reinstalar las Conferencias Universitarias, originalmente establecidas por el
Rector Pagés Monsant y continuadas por Parra Picón, así como el reinicio de la
publicación de la Gaceta Universitaria
comenzada en 1904.
Lo
relevante en materia de investigación del Rector Diego Carbonell, además de las
nuevas enseñanzas de las ciencias físicas, matemáticas y naturales y las de
farmacia, fue la dotación de los laboratorios y gabinetes correspondientes. Sin
embargo, no encontró eco ni condiciones en la institución y en la ciudad para
llevar adelante un programa más amplio de investigación científica. Hubo
incomprensión y hasta envidia de muchos de sus colegas universitarios por sus
avanzadas ideas sobre la necesidad de hacer ciencia experimental en una
universidad todavía conventual, muy conservadora y, probablemente, porque era
un médico nativo de Cumaná, a pesar de que había casado con una merideña, e
impuesto por el Presidente Juan Vicente Gómez sin consultar a sus acólitos en
Mérida. No menos relevante fue la actitud en su contra del Arzobispo Antonio
Ramón Silva en razón de aquel libro sobre Simón Bolívar y por opiniones
emitidas sobre la influencia religiosa en la ciudad y su universidad. Para
entonces, Diego Carbonell tenía 33 años, era un investigador de la ciencia
médica y de la historia. Esta última área que sería en adelante su más
reconocida actividad académica por la extensa obra publicada acerca de temas de
diferentes aspectos del proceso histórico venezolano y el desarrollo crítico de
su historiografía. Los enfrentamientos en Mérida y la incomprensión de sus
colegas universitarios condujeron a su renuncia para ser sustituido por el
Rector Gonzalo Bernal (1921-1931), marchando a nuevas misiones diplomáticas,
siendo escogido por Juan Vicente Gómez para el rectorado de la UCV (1925-1928). Carbonell fue
también Miembro fundador de la Sociedad
Venezolana de Historia de la Medicina e Individuo de
Número de las Academias de Medicina, de Historia y de Ciencias Físicas,
Matemáticas y Naturales. No dudamos en calificarlo como el más prolífico
escritor entre los Rectores que han dirigido la Universidad de Los
Andes. Por cierto, muy pocos lo han hecho, como daremos cuenta en otra
Crónica.
Cerramos
esta Crónica con algunas de las palabras emitidas por Diego Carbonell en su
discurso de renuncia al cargo de Rector, que de muchas maneras reflejan la
situación de la Universidad
de Los Andes de entonces y de la investigación en particular, a pesar de la
ponderación que hizo de Mérida para su desarrollo: “…la tradición y la rutina
son malas consejeras cuando se trata del progreso en su manifestación más
elevadas las Escuelas científicas…señores, el progreso no es jamás inoportuno,
y cuando la hora suene, cuando en estos claustros se siembre la Ciencia Experimental,
veréis vosotros, o vuestros hijos, que no hay en Venezuela ciudad alguna en
donde los estudios puedan hacerse con tanto provecho como bajo este cielo, al
amparo de esos bloques blancos y deleitando el oído por la música de los ríos
paradisíacos de Mérida; si lo digo yo que he visitado pueblos antiguos y
continentesy he vivido en casi todas
las ciudades principales de mi Patria…” Fueron estas palabras una recriminación
y al mismo tiempo un llamado de atención acerca de la necesidad de insertar los
estudios científicos en la institución universitaria. A pesar de los siguientes
intentos parciales de venezolanos, merideños y extranjeros, transcurrirán más
de seis décadas para que aquellas “palabras premonitorias”, como las califico Humberto
Ruiz Calderón, tuvieran efecto en la universidad andina. De manera que los años
que median entre el proyecto reformista de Caracciolo Parra y la propuesta de
Diego Carbonell y el despegue de la investigación de manera formal en la década
de los ochenta del siglo XX evidencian el retraso de esta importante actividad
que, en la actualidad vuelve a estar en “terapia intensiva” y que deberá tener
inmediata atención por las autoridades que recobren la Universidad que perdió
su rumbo entre 2008 y 2024, de este último año en adelante.
Para una visión,
parcialmente compartida, sobre la referida actuación del Dr. Diego Carbonell remitimos a los artículos de Humberto Ruiz
Calderón: “Prolegómenos de la investigación científica en la ULA”, Actual. Revista de la
Dirección de Cultura de la Universidad de Los
Andes, 42 (Mérida, enero-abril de 2000, pp. 155-162 y “Diego Carbonell
Espinell: Un discurso premonitorio”, Investigación.
Revista del Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico de la Universidad de Los
Andes, 4 (Mérida, mayo-agosto de 2001), pp. 38-39. También el ilustrativo
ensayo de Mario Briceño Iragorry y Roberto Picón Lares: “La actuación del Dr.
Carbonell en Mérida” en Rafael Ángel Rivas (Compilador): Mérida La
Hermética. Mérida, Gobernación del Estado Mérida / Instituto de Acción
Cultural (IDAC), 1997, pp. 113-121 y el artículo de Diego Carbonell: La Medicina en la Universidad de Los
Andes. Mi ofrenda. Mérida, 1919, así como Exposición que hace el Dr. Carbonell, Rector de la Universidad de Los
Andes y Director del Liceo Libertador de Mérida al renunciar a estos cargos.
Mérida, Tipografía El Lápiz, 1921.