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En los libros de historia abundan las contradicciones. En parte porque no
es posible que los historiadores se pongan de acuerdo y en parte porque el
pasado como tal no se puede conocer.
¿Los historiadores no se ponen de acuerdo?
El sujeto que se dedica a estudiar el fenómeno histórico no sólo está
signado por la falta de objetividad propia de los seres humanos ante cualquier
hecho, sino que los prejuicios del investigador forman parte de la manera como
lo trajinado será recreado. Sumado a los prejuicios, se unen los intereses que
se persiguen al desentrañar la historia, los cuales van de la mano con juicios
morales y elementos políticos, sólo para señalar dos factores que empañan el
quehacer de los historiadores. Un recreador del pasado es a fin de cuentas un
sujeto que tiene intereses personales y posiciones ya tomadas en relación a
hechos ya ocurridos. Ello conduce a que el juicio moral no sólo lleve a que se
señalen a los personajes como buenos y malos, sino que, en base a esta dicotomía
de carácter valorativo, aparezcan cuestionamientos y quejas sobre lo que
hicieron o dejaron de hacer los grandes protagonistas de la civilización. Por
otra parte, lo político nubla cualquier intento de ver las cosas de manera
descontaminada. Es así como vemos una historia buena y otra mala de cualquier
personalidad que sea significativa para la humanidad. Lo ideal es que lo
transitado pudiese ser abordado desde la más absoluta imparcialidad, pero eso
es la excepción, por no decir que es imposible. Somos humanos quienes recreamos
el pasado y desde lo humano la subjetividad reina. No es un reproche, es sólo
una observación.
¿El pasado como tal no se puede conocer?
A duras penas un ser humano puede llegar a estar más o menos informado de
las cosas que giran en su entorno mientras existe. Sería muy ambicioso para
quien es “un ser descontextualizado y ajeno a su propia temporalidad”, el
pretender conocer un pasado que ni siquiera conoció. A veces leo cómo se nos
intenta convencer de las características culturales y vivenciales de
personalidades de tiempos remotos. Si no somos capaces de entender nuestro
propio momento, ¿cómo se puede pretender conocer un período que nos es ajeno?,
tanto desde lo temporal como desde la paradójica sensación de ser un hombre del
tiempo en el cual se vive. Por más obcecados que seamos en tratar de comprender
la época que nos ha tocado vivir, la misma nos es ajena porque la máxima de que
“el hombre no es capaz de entender la historia que vive” sigue más vigente que
nunca, por consiguiente, nos es extraño entender el pasado.