El ejercicio de la política permite disfrazar palabras que, muchas veces,
se convierten en meros yerros. Estos, en la medida de su intensidad y de las coyunturas
que rodean los hechos que motivaron la verborrea en cuestión, inevitablemente
se convierten en problemas de crudas consecuencias. Por supuesto, de traducirse
en decisiones,. Situaciones de tal talante, no sólo se dan. Sino que se repiten
en regímenes políticos que siguen el estilo fascista. O que envueltos en
premisas de corte “revolucionario”, tienden a ser focos de descomposición y
destrucción. Pero particularmente, de conflictos que rayan con crisis de agudas
incidencias.
Vale este prolegómeno a manera de contextualizar la disertación que, con
marcada brevedad, será asunto de explicación en las siguientes líneas. Habida
cuenta que las equivocadas decisiones asumidas como razones políticas por la
cúpula del alto gobierno venezolano, son prácticas constantes y de incentivo a
los graves problemas que abaten al país.
Y es que en lo cierto, y sin la menor intención de escribir animado
por las emociones que derivan en
malestar e impotencia, dada la racha de continuadas violaciones de libertades y
derechos que azotan a Venezuela, es innegable la saña contenida en medidas que
siguen riñendo con la naturaleza propia de la dinámica económica. Y así debe
exponerse y entenderse. Sobre todo, porque es difícil reconocer que las
decisiones que ordenan un aumento del salario básico y con ello, una retahíla
de medidas carentes de la lógica con la cual se estructura la teoría económica,
en nada y para nada se corresponden con las pautas que definen los procesos de
desarrollo económico y social. Más aún, cuando de su referencia se apoya todo
discurso político que se precia de “avanzado y revolucionario”.
Cada orden presidencial dirigida a elevar, inconsultamente, el salario
del venezolano, no refleja otra cosa que el malicioso propósito de constreñir cualquier
proyecto que busque la liberación de ataduras que sujetan el país a instancias
dominadas por el atraso en todas sus manifestaciones. Debe comprenderse que la
economía no se maneja desde una cabina de mando cerrada en sus cuatro o más
costados.
Cualquier decisión económica corresponde a la movilidad propia de las variables que forman parte del juego trazado por la oferta y la demanda. Por tanto, si es así, resulta un anacronismo grosero torcer la economía según las apetencias de quienes no esconden el prurito de mostrarse públicamente como sagaces ignorantes de la materia económica. Pero además, porque lucen atrevidos. Especialmente, al sentirse situados en el máximo nivel que concede el poder político. De esa manera, se arrogan potestades absurdas y equivocadas.
En el trajín de un régimen político con una exasperada reticencia que lo lleva a actuar con displicencia y renuente testarudez, pues no hay de otra. Sus decisiones sólo siguen apuntando a derrumbar cualquier resquicio de institucionalidad sobre la cual se alza un ordenamiento jurídico serio que traza el camino al desarrollo de una nación. Pero que en en el caso Venezuela, su régimen se ha empeñado en poner todo al revés. Y es así, porque insiste en tomar la dirección equivocada partiendo de falsas premisas que los altos funcionarios alegan haber sido ensayadas. Pero es una triste mentira. Ojalá entiendan que las decisiones tomadas, son absurdos disparates maduros.