Escribí un artículo hace un par de años que vale la pena recordar ante
el nuevo debate sobre elecciones. Las condiciones de una elección
democrática son bien específicas: el voto debe ser universal, directo y
secreto. Todos tienen el derecho a votar, sin miedo y sin restricciones y
el derecho a postularse y ser elegidos, sin bloqueadores establecidos
desde el poder. No puede haber partidos proscritos, ni candidatos
inhabilitados. Las condiciones y oportunidades de todos los
aspirantes deben ser iguales. No puede haber uso de recursos públicos en
la campaña, las instituciones electorales tienen que ser equilibradas y
responder solo a la constitución y el proceso electoral debe ser
transparente y verificable.
Cuando una elección
no cumple con algunas de estas condiciones, se considera que hay
deficiencia democrática, pero cuando hay un proceso electoral que no
cumple ninguna de esas condiciones, estamos frente a la ausencia total
de democracia.
Los argumentos para no ir a
una elección así son muy fáciles de entender: ¿Por qué validar un
proceso ilegítimo? Si además, la comunidad internacional está
compenetrada con el problema y presionando el rescate de la democracia,
la coherencia parece indicar que debe rechazarse la elección, denunciar
el abuso y continuar una lucha por el rescate de los derechos
violentados. La pregunta que surge es: ¿Y qué significa seguir la lucha?
¿Tienes la fuerza para conducirla?
La
segunda posibilidad es participar “estratégicamente”. El argumento se
basa en la idea de que una fuerza opositora unida puede superar las
barreras y desventajas, creando un momentum estelar de presión en
el que el gobierno correrá riesgos relevantes por impedir el triunfo de
la mayoría. No se están chupando el dedo quienes participan. Conocen a
su adversario y de lo que es capaz de hacer.
Cuando
la mayoría está con el débil, éste puede jugar a la participación no
competitiva porque confía en que su fuerza será de tal magnitud que es
difícil ocultarla y su intento creará espacios de quiebre y tensión que
no habría con la abstención.
Si la fuerza
opositora, en cambio, es incapaz de provocar unidad y confianza en sus
seguidores, el asistir a esa elección puede ser más bien un evento
desastroso, pues termina en la validación de su contrincante. Las
condiciones del ambiente venezolano hacen pensar que una participación
opositora, sin resultados en la negociación, ni cambios en las
condiciones electorales, ubicaría a la oposición en una posición de
fractura comparable a la vivida en las elecciones regionales, lo cual
tendría un pésimo pronóstico a menos que... Irrumpa en el escenario un líder que unifique a la oposición a su alrededor, supere las fricciones, haga que las divisiones internas
de la oposición se hagan menores porque la población sigue a ese líder
por encima de los partidos y los líderes convencionales, a quienes deja
enanos en el acto. Ese liderazgo debe ser capaz de generar esperanzas
reales de triunfo y hacer soñar a la población con la posibilidad real
de ganar y cambiar. Y entonces los hace votar y defender su voto, porque
vale la pena y puede presionar a una negociación política”. ¿Les suena esta descripción hecha hace muchos meses?
Si
me preguntan entonces: ¿vale la pena tener una elección? La elección
es el único evento político que puede rescatar equilibrios, dar
legitimidad real y provocar los cambios, pero solo será útil si ocurren
dos cosas: 1) un periodo especial en el que se negocian condiciones e
instituciones insesgadas para controlar el proceso y 2) si ese periodo
es tan corto que no hay tiempo para decepciones, fracturas o intentos de
actos de gobierno, sin acuerdos e instituciones renovadas.