Varios meses después del inicio de la estrategia de sanciones
económicas, financieras y petroleras, quisiera repetir la posición que
esgrimí en 2015, 2017 y 2018 sobre esa estrategia y su capacidad para
lograr el objetivo de cambio y rescate de la democracia, la cual tuvo,
como hoy, algunas críticas inteligentes y serias y otras basadas en
insultos gafos y posiciones emocionales que se basan en el deseo y la
rabia y no en la evidencia. En toco caso, decidí recordar esos escritos
cada tres meses y permitir que ustedes comparen mi posición con los
resultados concretos logrados en ese momento. Esto servirá como mi
derecho a réplica empírico o mi excusa por dudar de la efectividad de la
estrategia, cuando ese sea el caso.
La propuesta de
colapso para sacar al gobierno del poder no es nueva. Es el mismo
racional que propulsó sanciones y aislamiento de muchos países en la
historia. Parte de la premisa de que la destrucción inducida del sistema
económico generará el estímulo necesario para que el pueblo saque al
abusador del poder. No voy a fijar posición ética sobre este tema. Me
concentro en analizar sus posibilidades de éxito.
Arrancando
por la historia, el resultado de esta estrategia ha sido pobre. Las
sanciones contra algunos regímenes latinos fueron poco determinantes en
sus cambios políticos. Las sanciones contra Rusia han sido
decepcionantes. El éxito contra el régimen de Zimbabue fue nulo. Las
sanciones contra Serbia no disuadieron de la invasión en Bosnia. Las
sanciones de la URSS contra China, Yugoslavia y Albania no surtieron
efecto. La historia de sanciones y aislamiento contra Cuba forma parte
de los anales del fracaso más rotundo de la historia. En el caso de las
sanciones contra Irán, la unidad global en el mundo produjo algunos
cambios de conducta, pero el resultado final es que el gobierno sigue en
pie. Lo de Corea del Norte es un poema. Podríamos decir que un caso de
éxito es el de Sudáfrica, donde muchos años de sanciones ayudaron al
cambio.
Es tan evidente la debilidad de las
sanciones generales, que la ONU se concentra en las sanciones
personales, totalmente distintas, con mucho más impacto en términos de
fracturar la elite dominante. Llaman a estas últimas: sanciones
inteligentes, como contraposición a las generales, que quedan
implícitamente definidas por el antónimo.
Una
sanción que conduce al “colapso”, produce un deterioro brutal, afectando
a gobierno y pueblo a la vez. Cuando esa sanción no es acompañada por
toda la comunidad internacional, incluyendo China, Rusia e India, estos
permiten un nivel de subsistencia al gobierno en poder, quien aunque
empobrecido, es el único que tiene algo que repartir y lejos de
debilitarse políticamente, se fortalece, convirtiéndose en el “Big
Brother” del charquero.
Algunos dicen que no
importa que las sanciones provoquen colapso, porque el país esta
colapsado; que el pueblo no puede estar peor y se necesita el sacrificio
para provocar el cambio. No saben lo que están diciendo. El “colapso”
es infinitamente peor a lo que estamos viviendo y lo sufre el pueblo que
vive dentro y sin garantía de ningún cambio que mejore su vida a
futuro.
Coincido con la mayoría de los
venezolanos que se encuentra abrumada por la crisis económica y la
violación regular de derechos políticos, económicos y humanos. Deseamos
el rescate inmediato de la democracia, evidentemente perdida. Pero ese
deseo no debe hacernos susceptibles a cantos de sirena, de quienes no
tienen que asumir los costos brutales de los errores cometidos. Llevar
al país al colapso total, lejos de ayudar a la solución del problema,
nos aleja de ella, empeorando aún más la situación precaria en la que
vive la mayoría del país.
luisvleon@gmail.com