nosotros
lo que nos falta es un Rubalcaba». Esa sentencia, que en bastantes
ocasiones he escuchado a militantes del PP en momentos de dificultad,
merece ser rescatada en homenaje a Alfredo Pérez Rubalcaba,
como prueba de la admiración sincera que llegó a despertar entre sus
adversarios y como reconocimiento de su valía personal más allá de
nuestras diferencias políticas. Alfredo Pérez Rubalcaba ha sido
una de las personalidades más importantes de la reciente historia de
España y como tal merece ser honrado y reconocido. No llegó a ser
Presidente de Gobierno pero, hasta su retirada de la política, fue una persona decisiva en
los distintos ejecutivos socialistas y también en las labores de
oposición. Inteligente, hábil negociador e implacable dialéctico, era un
rival temible: brillante y afilado como un bisturí, pero sincero a la
hora de negociar y todo lo leal que se puede ser entre contrincantes
políticos. Discrepamos en casi todo a lo largo de muchos años, y nos atizamos muy duro
en el Parlamento y en debates electorales, pero a pesar de nuestras
profundas diferencias ideológicas compartimos bastantes experiencias en
común: ambos desempeñamos las carteras de Educación, de Presidencia y de
Interior. Ambos fuimos también Vicepresidentes de Gobierno y portavoces
del ejecutivo. Cada uno desde los distintos lugares donde nos fueron
situando los españoles con sus votos, cumplimos la misión de gobernar o
de controlar al ejecutivo con respeto y responsabilidad. Por eso hoy
quiero despedirle no como a un rival, sino como al compañero en una
dedicación compartida por nuestro país. Fue
un hombre indispensable para el PSOE en las épocas más duras de su
reciente historia y fue un hombre de Estado en los momentos más
decisivos que pasó España en los últimos años. Su última e importante
aportación a la democracia española fue su contribución al feliz
resultado del proceso de abdicación del Rey Don Juan Carlos
y la proclamación de D. Felipe. Aquellas semanas, casi las últimas de
su trayectoria política, pudimos disfrutar del mejor Rubalcaba,
inteligente, discreto y prudente, sabedor de la enorme importancia del
asunto que estaba en juego y comprometido con su éxito. Con su marcha, la vida pública española perdió quilates de brillantez; Alfredo Pérez Rubalcaba respondía a un modelo de político ahora en desuso:
ni vivía obsesionado por la imagen, ni se perdía por un regate
cortoplacista. Sabía mirar más allá del próximo cuarto de hora y contaba
con un discurso sólido que merecía ser escuchado porque destacaba por
encima de consignas publicitarias y eslóganes ramplones; un discurso que
se basaba en la racionalidad y en los argumentos, no en la búsqueda de
un enemigo artificial contra el que legitimarse. Tal vez por ello fue un
adversario admirable, que nos obligó a dar lo mejor de nosotros en cada
momento. Hoy comparto con muchos españoles un sentimiento de
pérdida por quien fue un referente de la política española durante
tantos años de entrega a sus ideas y a la vida pública. Y quiero
recordar también con respeto y admiración a la persona discreta y afable que
siempre encontré detrás del personaje del duro Rubalcaba con el que
tanto tuve que batallar a lo largo de mi vida política. Descanse en paz.