En el medio del gran debate que se ha planteado alrededor de las
reuniones en Noruega, quisiera hacer algunas puntualizaciones que me
resultan relevantes.
La primera es que si
estuviéramos en un país normal, lo mejor sería resolver los conflictos a
través de acuerdos políticos y si esos acuerdos son imposibles de
lograr, entonces se debe recurrir a las instituciones, que son las
llamadas a intermediar en los conflictos y tomar decisiones en base a la
Constitución y las leyes. Pero en el caso venezolano, es evidente que
no estamos en condiciones normales y no existen instituciones confiables
que sirvan para intermediar en ese conflicto y tomar decisiones que
todos puedan respetar. Así llegamos entonces a un clásico conflicto de
poderes, que no se resuelve en función de la legitimidad o la legalidad,
sino de acuerdo a quien es más fuerte o más hábil.
En
este tipo de conflictos, la teoría indica que no tiene sentido para el
actor dominante entrar en una real negociación política. ¿Para qué
negociar si puedes doblegar a tu adversario sin sacrificar algo a
cambio? Por su parte, el más débil tampoco tiene estímulos para sentarse
a negociar. ¿Qué puede hacer para que el adversario le entregue lo que
quiere en una mesa, si él no tiene mucho que ofrecer a cambio?
En
ambos casos, las negociaciones son inútiles, como no sea para manipular
al adversario. Ahora, ¿qué pasa cuando ninguna de las dos partes es
suficientemente fuerte para pulverizar a su adversario y ganar
claramente la batalla? Pues si ninguno tiene la fuerza para doblegar al
otro o el uso de esa fuerza condena el futuro del país al conflicto,
entonces puede ser indispensable negociar.
Una
negociación puede ser exitosa en la medida en que ambas fuerzas tienen
poder de negociación y necesitan acordar para sobrevivir. Sólo cuando
ambas partes llegan a ella agotadas y en peligro, su interés de
intercambio puede promover una negociación, en la que nadie puede ganar
ni perder todo.
Es un absurdo pretender
sentarse a negociar sólo la rendición del adversario. Eso sólo ocurre
cuando alguien ganó la guerra y ofrece al enemigo algunas concesiones
para calmar y estabilizar el futuro. No requiere para eso mediadores, ni
organizadores, ni nada. Pero en el caso venezolano, es obvio que
ninguna de las partes ha ganado y ambos tienen costos vinculados al
tiempo del conflicto sin solución. El gobierno se aferra a su fuerza
militar (riesgosa) y la oposición no logra que su mayoría y apoyo
internacional sea suficiente para doblegar al enemigo. Se puede
continuar el conflicto sin negociación si crees que vas a ganar. El tema
es que si ninguna de las dos fuerzas es suficientemente poderosa para
derrotar al adversario, el conflicto puede prolongarse “Ad infinitum” y en el camino destruir país y pueblo.
¿Qué
se puede estar negociando en Oslo? Lo mismo que se negociaría en la
Cochinchina o Altagracia de Orituco: Cómo manejar una transición con
participación de todos los sectores cívico-militares para dar marco a
los cambios que lleven a una elección competitiva en el tiempo.
¿Va
a entregar la revolución el gobierno a Guaidó antes de una elección?
Absolutamente no. ¿Va la oposición a aceptar una elección controlada por
la revolución? Absolutamente no. Desde ese par de límites imposibles se
comienza la negociación hacia el intermedio.
Será
una negociación larga y tortuosa, y nadie puede garantizar que
terminará en algo que resuelva la crisis y menos que nos guste a todos.
Pero lo que sí podemos garantizar, es que dado el balance de fuerzas
actuales, la negociación es imprescindible, ahora o después, con la
diferencia del nivel de destrucción que dejará su ausencia.