Mérida, Abril Jueves 18, 2024, 01:49 pm

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MI PUEBLO SE QUEDÓ SOLO por Ramón Sosa Pérez

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RAMÓN SOSA PÉREZ



Puede ser el del norte, sur, mocotíes o la panamericana. Igual vale que sea otro lugar en esta Venezuela. La época vacacional nos brindaba oportunidad para solazarnos en el viaje por pueblos interioranos o escenarios ya conocidos, lo que significaba apreciar la cantidad de viajeros que en un alto de su destino escogían estas tierras para compartir y conocer sus experiencias.


Los pueblos se llenaban de colorido y mil sabores inundaban el ambiente. Las plazas se atestaban de caminantes y el vecino intercambiaba sus conversas mientras en la pensión cercana podían atenderse, en la hospedería o el hotel se alojaban y algo entraba a la alcancía, como se dice en criollo. Eso ya forma parte de tiempos idos y de recuerdos que no retornarán.


Esas trazas de la Venezuela en marcha se convertirán en meros recuerdos. Ahora que el ciclo vacacional concluyó, hemos reflexionado con mayor impulso de la insólita circunstancia. Las plazas de los pueblos, otrora llenas de viandantes en las tardes, están vacías, escuetas, desteñidas del gustillo ancestral que las llenaba con relatos de su saber local.


Sus casas, de antiguo sabor provocaba visitarlas, se cierran al anochecer porque la inseguridad obliga al recogimiento y con ello, el visitante o vecino se priva del intercambio de vivencias que fue oportuno para repasar el trajín del día o la ilusión del sucesivo. Calles solitarias, casas vaciadas y plazas desmanteladas son ahora la doliente característica de nuestros pueblos.


Las bodeguitas que vendían de todo vaciaron sus anaqueles y sus dueños se dedicaron a lo que les reporte mayor sustento porque la alacena se va quedando vacía. Son migrantes que deambulan buscando explicación ante la latosa realidad que los azota. La soledad se va apoderando de todos y las páginas de “Casas Muertas” ya no son un sueño inverosímil.   

Nadie descifra el enigma. El Rey Midas ha indicado tener la solución aunque, curiosamente, no todo lo que toca, logra convertirlo en oro. Su varita perdió esa facultad trocándose en infeliz corolario que todos sienten en carne propia. A nuestros pueblos nadie los visita y de allí nadie sale porque los servicios elementales los mantienen como rehenes.





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