Durante muchos años hemos analizado el problema de la división
opositora. Estas divisiones son estructurales y tienen que ser
consideradas como un “given” para desarrollar cualquier estrategias exitosa en materia de cambio político.
No
es posible evitar que la visión de los subgrupos colidan frente a la
forma y manejo futuro de ese cambio. Estamos hablando, por ejemplo, de
los grupos radicales y moderados, cuyas visiones presentan un abismo
entre ellos. Por su parte, también existen las rivalidades obvias entre
los múltiples líderes que luchan en la arena política. Todos tienen
aspiraciones personales y aunque hay un enemigo común, contra el que
todos luchan y a quien detestan, en el segundo plano sus objetivos se
enfrentan, pues cada uno de ellos aspira controlar el poder. No me
extraña entonces la declaración del Sr. Pompeo sobre los cuarenta
aspirantes presidenciales que dice tener Venezuela, lo raro es que no lo
supieran los aliados desde el día número uno en el que diseñaron las
estrategias para ayudar y no lo tomaran como un valor de la ecuación.
Debo
aclarar que aunque he mencionado esas divisiones como debilidades de la
oposición, las mismas son políticamente inevitables. Las aspiraciones
no son una cualidad o defecto de los políticos, sino la condición que
los define, por lo que pensar que eso no será un tema presente en
cualquier circunstancia de este tipo es desconocer la realidad.
No
obstante, es importante señalar que en este momento la concentración de
apoyo popular alrededor de Juan Guaidó es contundente. Tiene más de 56%
de aprobación popular y menos de 35% de rechazo, lo que le convierte en
el líder fundamental de la oposición y le da una fuerza intrínseca que
le permite articular a su grupo, incluso sin unidad y sin tener que
someter cada decisión al escrutinio, ni la aprobación de la mayoría. Los
líderes opositores, incluso los que están en desacuerdo con muchas de
sus decisiones, se ven presionados a aceptar sus estrategias, porque
atacar a Guaidó en este momento es mucho más peligroso políticamente
para el atacante que para el atacado, por lo tanto no diría que el
problema de desunión es el factor fundamental que explica porque ha sido
tan difícil lograr el objetivo de cambio.
Lo
que sí dijimos muchas veces en el pasado y hemos puesto una gran
cantidad de ejemplos concretos sobre el tema, es que las sanciones
generales, petroleras y financieras suelen ser decepcionantes, tienen
pésima experiencia en aplicaciones previas (recordemos Cuba, Irán, Corea
del Norte, Zimbabwe, Rusia) y no suelen producir cambios de gobierno.
Más bien, la evidencia nos muestra que terminan por afectar mucho más al
pueblo, haciéndolo hipar dependiente del gobernante supuestamente
“castigado”. Entonces, ¿cómo dejar la focalización de la estrategia
opositora en las sanciones generales fuera del análisis que trata de
explicar las razones de la falla o, en todo caso la demora, en el
objetivo final, que sigue siendo provocar los cambios políticos en el
país?
También hemos escrito y analizado hasta
la saciedad que el sector militar es una institución corporativista.
Claro que presenta divisiones internas y los eventos del treinta de
abril mostraron una parte de ellos. Pero eso no significa que estén
dispuestos realmente a dividirse de sus compañeros si no conforman una
clara mayoría interna y están dispuestos a mostrarse en cambote. Más
allá de sus divisiones internas, siempre terminan actuando en conjunto y
si no hay oferta creíble sobre su participación futura y el
mantenimiento de poder en cualquier nuevo gobierno, es predecible que se
congelen y prefieran el status quo que desmarcarse del gobierno actual.
¿Cuál es la sorpresa? Que se sorprendan.