12 de febrero. El Papa
Francisco no ha estado a la altura de los sueños de redención de un país
golpeado por las pestes del hambre, la miseria, la enfermedad y la
emigración. Nunca había caído tan bajo la nación. Se necesitarán muchos
años para levantar del suelo los escombros. ¡Cuánto daño le hizo el
chavismo a Venezuela!
Quizá termine de leer mañana la novela Leonora.
No tengo muy claro cómo abordaré el texto crítico que publicaré en la
prensa nacional. Debo confesar que este libro me desconcierta hasta el
extremo de lo inaudito. Tendré necesariamente que emprender la lectura
de otra obra de la Poniatowska, para sacar en claro mi concepto sobre su
prosa.
Cada mañana al despertar me atormentan de
inmediato mis demonios internos que le roban alegría a mis días. A lo
mejor requiera de la ayuda de un psiquiatra o de un psicólogo. Todo esto
me sobrepasa a una velocidad inquietante. Nunca me había sentido tan
fuera de contexto…
13 de febrero. Terminé de leer Leonora
y los criterios encontrados persisten a pesar del portento de la obra, y
de la excepcionalidad de la vida del personaje central. Me pondré de
inmediato a escribir el texto para El Universal, que deberá salir mañana o el próximo domingo. Pasaré a leer de inmediato el libro La piel del cielo, también de Elena Poniatowska, Premio Alfaguara de Novela 2001.
Al parecer todas las ficciones de esta autora han sido reconocidas con
importantes premios (sin duda la prosa es buena, pero más buena es la
agencia editorial de la Poniatowska, que ha sabido posicionarla en los
primeros lugares). Una vez leída esta segunda novela, le entraré a otro
libro de la novelista mexicana: El tren pasa primero (también galardonada, esta vez con el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, que otorga el Estado venezolano; o que otorgaba, quiero decir, porque ha sido lamentablemente descontinuado).
Soy
de los que piensan que un premio no es necesariamente indicativo de la
calidad de una obra, pero sin duda ayuda a promocionar al autor y a sus
productos.
14 de febrero. Hoy salió publicado en El Universal un texto titulado Verdad y mentira,
que tenía en reserva, ya que por la premura no pude terminar el texto
sobre la obra de la Poniatowska, el cual tendrá que salir el domingo. La
escritura es un proceso dinámico que exige mucha entrega de parte del
autor. Y disciplina, por supuesto. Creo tener ambos valores bien
internalizados. Más de tres décadas en estas labores son mi aval.
Confieso que hay momentos en los que me atenaza el desánimo (tal vez el
cansancio y el agotamiento mental), pero muy pronto me repongo y sigo
adelante.
El país continúa en la “tensa espera” por un
desenlace político. Cada minuto cuenta y veo renacer de nuevo el
pesimismo por parte de muchos, que aspiran a abruptos cambios de la
noche a la mañana. Hay cansancio social y esto puede contribuir, más
temprano que tarde, a retornar a la dura etapa de la desesperanza.
Aspiro a que Guaidó sopese en su justa dimensión la variable “tiempo”,
que lo tiene (nos tiene) contra las sogas.
Cada minuto cuenta en esta dura etapa que vivimos con los dedos cruzados.
16 de febrero.
Intento vivir el momento presente y no pensar tanto en lo que vendrá,
ni en el pasado. Pero casi siempre caigo en la dicotomía pasado-futuro y
me quedo anclado en un verdadero limbo.
20 de febrero.
Las calles desiertas de la ciudad en horas de la noche nos recuerdan
con incisiva amargura lo que estamos viviendo. Espero que algún día
podamos ver renacer a la ciudad y al país y les contemos a nuestros
futuros nietos todo este proceso doloroso y oscuro, pero desde la paz de
lo ya finalizado.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com