La verdad es que nadie debería sorprenderse con la decisión del Tribunal
Supremo de Justicia de intervenir el directorio de Voluntad Popular y
colocar en sustitución otro diputado transfuga, siguiendo el mismo
procedimiento previo contra Primero Justicia y Acción Democrática, una
decisión prima hermana del nombramiento del directorio del Consejo
Nacional Electoral, sin acuerdos políticos previos que le den
legitimidad frente a los actores en conflicto.
Todo esto forma
parte de la misma estrategia oficial para estimular el desgaste
institucional opositor y ampliar las fracturas de sus miembros, ahora
mucho más profunda que la división clásica entre moderados y radicales,
incorporándose las diferencias entre líderes opositores en Venezuela y
en el exterior, con participación ejecutiva en el gobierno interno y sin
ella, líderes con interéses en el control de recursos externos del país
y quienes no y líderes con deseos de preservación de espacios políticos
de elección popular y los otros. Todo un poema que hace muy dificil la
consecusión de una estrategia unitaria, ya sea para abstenerse o
participar.
Nada
de esto tiene que ver con la ocurrencia de esa elección, que va a pasar
en cualquier escenario y no porque el gobierno crea que con esto
resolverá su problema de legitimidad internacional. Es obvio, incluso
para el gobierno, que ese parlamento resultante de una elección
obviamente sesgada, no competitiva, ni democrática, no será reconocido
por la parte de la comunidad internacional que hoy tampoco reconoce la
legitimidad presidencial de Maduro, ni el TSJ, ni el CNE, ni la Asamblea
Nacional Cosntituyente. Pero también sabe que sus movimientos en el
CNE y los partidos le permiten escoger una oposición hecha a su medida,
que participe en ese proceso electoral, aunque no pueda ganar la
confianza de las bases opositoras, ni motivar su voto (un escenario
perfecto para el chavismo) y mantener viva a otra oposición que se
abstendrá bajo la tesis de invalidez del proceso electoral, pero sin
oferta alternativa para lograr que esa abstención se convierta en
energía cinética para provocar el cambio, limitándose a una celebración
inocua, que terminará en lo mismo que ha terminado hasta ahora: el
vacío.
La estrategia chavista es clara: habrá una
elección convocada por el gobierno, participará una oposición sin
confianza de la población opositora y habrá una oposición
institucional, también debilitada, que rechazará esa elección y
apelará a la tesis de la continuidad de las autoridades de la Asamblea
Nacional elegida en 2015, para quedarse como está y preservar su
institucionalidad de lucha. Pero el tiempo, sin legitimizacion electoral
de esa institución, aunque no sea su culpa ni su responsabilidad, la
pone en graves peligros de imagen, reconocimiento y capacidad de acción a
futuro.
¿Cuánto tiempo más, sin elegirse y validarse de
nuevo sus representantes, ni producir los resultados de cambio político
que han prometido, puede pasar antes de que esa institución simbólica
se haga irrelevante adentro y afuera del país?
El
gobierno ha puesto a la oposición en una situación de perder-perder.
Si llama a votar no la acompañarán la bases y la abstencion será
demoledora. Si llama a la abstención, muestra sus fracturas (porque
unos van a abstenerse pero otros van a participar) y no tiene una
estrategia alternativa que genere nuevas esperanzas, lo que la
debilitará.